— ¿Qué?
Lo dijo con más sequedad de lo que había pretendido, pero ella no pareció advertirlo.
—En la Hermana Erminet... Nos dijo que la muchacha estaba encerrada en su habitación. Nos dio su palabra. Creo que nos mintió.
El frunció el ceño.
— No te comprendo. ¿Por qué habría de mentir la Hermana Erminet?
—No lo sé. Bueno..., pensé que podía haberme equivocado, pero ahora ya no estoy segura.
Y le habló de la figura encapuchada que había visto salir de la habitación de Cyllan poco después de que lo hiciera Erminet. Mientras contaba su historia, aunque sin decir que ella misma había registrado la habitación, Keridil contrajo los músculos de la mandíbula y apretó los puños.
— Si está confabulada con ellos... — dijo al fin.
—Es posible, ¿no crees?
Keridil se esforzaba en ser justo, en no dejar que la cólera nublase su juicio, pero la prueba era demasiado sólida para pasarla por alto. Sashka no era una embustera... y Cyllan no había podido escapar sin ayuda.
Oyó pisadas presurosas al otro lado de la puerta y una voz que le llamaba por su nombre. Tomó rápidamente a Sashka de la mano y la hizo salir, en el momento en que llegaban los dos hombres que había enviado en busca de la joven. Jadeaban y sudaban, pero su mensaje no podía ser más claro.
—¿No está, señor! ¡La puerta de su habitación estaba abierta!
Keridil apretó los labios.
—Bien. Reunid a todos los hombres que sean necesarios y cuidad de que estén todos bien armados. Decidles que acudan al comedor lo antes posible. Registraremos el Castillo de un extremo a otro, hasta que la encontremos. Quiero que se monte una guardia en la puerta principal... , ¡ah...!, y que vayan dos hombres a vigilar a su diabólico amante. Apuesto diez contra uno a que él está detrás de todo esto y a que ella tratará de llegar a él. Suceda lo que suceda, ¡no debe conseguirlo! ¿Entendido?
—Sí, señor.
—Entonces, poned manos a la obra. ¡Rápido! —Y mientras ellos se alejaban apresuradamente, se volvió a Sashka, grave el semblante—. Lamento que esto estropee nuestra fiesta, amor mío.
Ella sacudió la cabeza. —No importa. La cuestión es encontrar a la muchacha; esto es lo más importante. Pero... ¿y la Hermana Erminet?
—Ah... sí. Quisiera estar seguro...
Sashka se mordió el labio inferior.
—Hasta ahora, ninguno de los que están en el comedor, incluida la Hermana Erminet, sabe que ha ocurrido una desgracia. ¿Qué te parece si, antes de que se enteren, invitamos a Erminet a que repita lo que nos ha asegurado? — Bajó la mirada—. Sé que es una idea retorcida, Keridil; pero, si tenemos una víbora entre nosotros, ¿no estaría justificada una pequeña superchería?
Tenía razón, y Keridil dio gracias a los dioses por poder contar con su sentido práctico.
—Muy bien. Es un consejo astuto, y lo seguiré. Aunque saben los dioses que me cuesta mucho creer que pueda ser una traidora.
Sashka se encogió de hombros.
—Erminet fue siempre imprevisible. En la Residencia, todas temíamos sus malos humores y sus antojos... Y además, debemos recordar que, aparte de vigilar a Cyllan, ha estado atendiendo a Tarod durante los últimos días.
—¿Quieres decir que puede haber estado bajo su influencia? Me cuesta creerlo... El ha estado drogado continuamente; dudo de que pueda controlar su propia mente, y menos influir en las de los demás.
— Tal vez le hemos menospreciado.
— Bueno, sólo hay una manera de saberlo — dijo Keridil —. Volvamos junto a nuestros invitados.
Su entrada fue recibida con alivio y con muchas preguntas fruto de la curiosidad. Keridil calmó sus ansias con la promesa de una explicación completa y fue en busca de la Hermana Erminet, que estaba sentada sola a una mesa, cosa que ahora le pareció sospechosa, y parecía desinteresarse de todo.
—Hermana Erminet. —Sonrió al acercarse a ella—. Lamento tener que molestarte para un asunto médico, pero... Ella le miró rápidamente y Keridil creyó que detectaba alivio en su semblante.
—¿Un asunto médico? —dijo Erminet—. ¿Se ha puesto alguien enfermo?
—Por decirlo de algún modo. Se refiere a una de las personas que están a tu cargo y quisiera poner en claro una cosa.
— ¡Ah...! — dijo cautelosamente Erminet.
—La muchacha, Cyllan... Creo que dijiste que estaba durmiendo cuando la dejaste, ¿no es cierto?
Se estaba agrupando gente a su alrededor. Erminet vaciló un momento y se vio claramente que estaba desconcertada.
— ¿Lo dije? Tal vez sí... Sí, creo que estaba durmiendo.
— ¿Y cerraste bien la puerta cuando saliste?
Ahora la cara de la vieja tenía una palidez enfermiza; pero se dominó y sonrió.
—Naturalmente, Sumo Iniciado. Aquí tengo la llave, como siempre. —La mostró, pero su mano no estaba firme—. Nunca me separo de ella.
Fue todo lo que Keridil necesitaba. Inclinándose hacia adelante dijo a media voz, pero con furia:
— Entonces podrás explicarme, Hermana, cómo pudo Cyllan salir de su habitación cerrada y cometer un asesinato a sangre fría en este Castillo, hace menos de quince minutos.
El poco color que le quedaba se desvaneció de la cara de Erminet, que tenía ahora un tono de cemento seco. Trató de levantarse, pero las piernas no la sostuvieron, y su expresión la habría condenado sin tener que decir una palabra.
— ¡Oh, dioses..., ella no..., no es posible...!
Se tapó la boca con una mano.
Keridil llamó a dos Iniciados.
— Por favor, conducid a la Hermana Erminet Rowald a su habitación e impedid que salga de ella hasta que yo envíe a buscarla. —Y añadió, dirigiéndose a Erminet—: Creo, Hermana, que eres culpable de un acto que habría creído inverosímil en una persona de tu vocación. Espero que puedas demostrar que estoy equivocado, pero lo dudo mucho. Tendrás oportunidad de hablar cuando Cyllan Anassan haya sido aprehendida.
Saludó con una breve inclinación de cabeza a la vieja e hizo una seña a los Iniciados para que se la llevasen. Un silencio de pasmo se cernió en el comedor mientras los Iniciados conducían a la prisionera entre los invitados en dirección a la puerta; después, Keridil tomó una jarra de vino vacía y golpeó con ella la mesa para llamar la atención. Todos los rostros de los que estaban en la vasta estancia se volvieron hacia él.
—Amigos míos —dijo Keridil, con la cólera vibrando todavía en su voz—, lamento tener que poner prematuramente fin a esta velada, pero tengo que anunciaros un grave suceso y agradeceré la colaboración de todos los hombres y mujeres que sean capaces de prestármela esta noche.
A su lado, Sashka se acomodó en el sillón que tenía más cerca, bajando los ojos y sonriendo débilmente.
Se había perdido. Su aterrorizada huida a ciegas de la escena del trágico encuentro con Drachea le había llevado a una parte remota y oscura del Castillo, donde sólo había paredes negras y silencio. Su instinto la había conducido a lo largo de estrechos pasadizos y tramos descendentes de escalera, hasta que al fin estuvo segura de que sus perseguidores, si es que existía tal persecución, habían quedado muy atrás. Entonces se detuvo, se tambaleó y cayó agotada sobre el frío suelo de piedra.
Poco a poco, al ser sustituido el puro miedo por una calma peculiar, los fragmentos de lo que había sucedido empezaron a formar un recuerdo coherente. Había matado a Drachea. En los sombríos momentos que había pasado a solas en su habitación cerrada, había ansiado a menudo tener oportunidad de vengarse de él, y su imaginación se había desbocado. Ahora la fantasía se había convertido en realidad, y la realidad era sangrienta y fea y horrible. Sin embargo, no podía sentir remordimiento; su odio era demasiado fuerte, y el deseo de un justo castigo, demasiado grande.