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Y su muerte, cruelmente inútil, aumentó el odio de Tarod contra Keridil y el Círculo, y contra su falso concepto de la justicia. Si podía vengarla..., pero ella no lo querría. Le había hecho prometer que no dañaría a nadie del Castillo, y él había faltado ya a esa promesa matando a dos hombres. No volvería a hacerlo. Al menos le debía esto.

Tarod se dio ahora cuenta de que había pasado algún tiempo desde que la Novicia había salido corriendo de la habitación, y comprendió que debía marcharse, si no quería que le encontrasen cuando volviera con ayuda. El Círculo sabría a qué atenerse cuando ella describiese al Adepto de cabellos negros que había encontrado en el pasillo, y la caza se redoblaría para buscarle también a él. No temía mucho que volviesen a capturarle, pero sería una triste ironía que descubriesen a Cyllan antes de que él pudiese alcanzarla:

Erminet habría muerto en vano.

Cruzó las manos de la vieja Hermana sobre el pecho y se inclinó para besarle la frente delicadamente. Su mano izquierda asía todavía la de ella; la levantó e hizo una breve señal sobre el corazón. Era una bendición, pero no una bendición que hubiese dado un siervo de Aeoris. Después se puso en pie y salió rápida y silenciosamente de la habitación.

El Sumo Iniciado recibió la noticia del suicidio de la Hermana Erminet con pena y con angustia, y reconociendo también, de mala gana, que esta acción era una sólida prueba de su culpa. Pero cuando se enteró, de labios de la llorosa Hermana-Novicia, de lo referente al misterioso Adepto con quien se había tropezado y al que no habían podido encontrar, empezaron a encajar demasiado bien las piezas de un feo rompecabezas.

De los cuatro hombres que había enviado para comprobar que Tarod estaba en su celda, el más joven vomitó violentamente cuando vio la carnicería del sótano y los otros tres tuvieron dificultades en dominar sus estómagos. Keridil había escuchado sus declaraciones reservadamente en su estudio, alegrándose de haber podido persuadir a Sashka de que se retirase a los aposentos de sus padres hasta la mañana. El no podría dormir, especialmente ahora que Cyllan no era el único enemigo con quien tenía que enfrentarse; al menos había podido ahorrarle esto...

— Quiero que se intensifique la búsqueda — dijo a Taunan Cel Ennas, que era el más experto espadachín del Círculo, cuando salieron por la puerta principal del Castillo y se detuvieron en lo alto de la escalera de caracol bajo la primera y pálida luz de la aurora—. Dobla la guardia en las puertas y asegúrate de que no sean abiertas sin mi autorización. —Encogió los hombros y miró a su alrededor, contemplando las altas paredes negras que de pronto parecían opresivas—. Saben los dioses que hay demasiados escondrijos en este maldito palacio. Pero les encontraremos, Taunan. Les encontraremos, ¡aunque para ello tengamos que derribar el Castillo piedra a piedra!

Taunan suspiró, pellizcándose el puente de la nariz en un intento de aclarar su visión. A pesar de su cansancio, comprendía que Keridil tenía razón; no podrían descansar hasta que hubiesen capturado a su presa. Sólo lamentaba no poder compartir la certidumbre del Sumo Iniciado sobre el éxito de su empresa.

— Es fácil olvidar que no tenemos que habérnoslas con un hombre corriente, Keridil — replicó cansadamente—. Tarod tiene la astucia del Caos y muchos de sus poderes.

— No sin la piedra-alma — le recordó Keridil —. Y sabemos que está en posesión de la muchacha.

Taunan hizo una mueca.

— ¿Pero si se encuentran los dos, antes de que les encontremos nosotros?

— No podemos permitir que esto suceda. Debemos aprehender a uno de ellos, no me importa cuál, antes de que puedan encontrarse. Si fracasamos en esto, sólo los dioses saben cuáles pueden ser las consecuencias. —Keridil observó el cielo que empezaba a iluminarse—. He convocado una reunión de los Adeptos superiores para dentro de una hora. Discutiremos los métodos ocultos que hemos de emplear, pero antes...

Se interrumpió, frunciendo los párpados.

— ¿Keridil?

El Sumo Iniciado agarró un brazo de Taunan y dijo, con voz seca e inquieta:

—Taunan..., mira...

El viejo siguió la dirección de su mirada.

—¿Qué es? Yo no...

—Mira hacia el Norte. Y escucha.

Taunan respiró con fuerza al comprender, y se quedó mirando más allá de la imponente mole de la Torre del Norte. Parecía que amanecía otra aurora a lo lejos, desafiando a la del Este; el arco gris del cielo estaba teñido de un pálido y enfermizo espectro de colores que parecía desviarse, moverse, como un gran rayo de luz que girase lentamente. Soplaba un viento fresco desde el mar, pero además de su débil susurro, se oía otro sonido, muy lejano: un agudo y misterioso aullido, como si a cientos de millas de la costa se hubiese desencadenado un huracán que se acercaba rápidamente.

Las franjas de color se intensificaron lenta pero continuamente en el cielo, y mientras los dos hombres observaban, una viva raya anaranjada cruzó el cielo como una cicatriz, seguida de otra más pequeña y de un azul intenso.

— Va a ser muy malo... — dijo Keridil a media voz.

Taunan asintió con la cabeza; tenía seca la garganta. Incluso protegidos como estaban por el Laberinto que mantenía al Castillo en una dimensión en parte diferente a la del resto del mundo, un Warp era una experiencia terrible, y Keridil tenía razón: los oscilantes colores del cielo presagiaban que éste sería extraordinariamente fuerte. Taunan dominó el pánico turbador que estos fantásticos y mortíferos fenómenos producían en todos los hombres, mujeres y niños, y trató de sonreír.

—Desafiaría incluso a Tarod a tratar de huir del Castillo durante un Warp.

Keridil le miró sorprendido; después su semblante se relajó y sonrió también.

— Tienes razón... y tal vez es la primera vez en la historia que los Warps van a soplar en nuestro favor. —Miró de nuevo hacia arriba y se estremeció—. Volvamos al interior. Por muy ventajoso que éste pueda ser, eso no significa que quiera observar su llegada.

Desde su escondrijo en un almacén contiguo a las caballerizas del Castillo, Cyllan vio los primeros cambios amenazadores en el cielo y sintió bajo sus pies la débil vibración que presagiaba el comienzo de la tormenta. Los gruesos muros apagaban los sonidos del Warp que se acercaba, pero no podían protegerla del miedo primordial que se apoderó de ella cuando observó, a través de una estrecha ventana, las franjas de color procedentes del Norte que se hacían cada vez más intensas. Presa de espanto, se acurrucó en un oscuro rincón y se cubrió la cabeza con la capucha, pero no podía librarse del miedo; aunque ahora no veía el horror que se acercaba, la vibración del suelo aumentó hasta que pareció transmitirse a sus huesos y a su alma.

Lamentó no haber elegido otro escondrijo. Había tratado de llegar a la Torre del Norte, pensando que, si Tarod estaba también libre, la buscaría allí; pero entonces casi se había dado de manos a boca con una de las patrullas que la buscaban, y sólo su buena suerte y su rápida intuición la habían salvado. Se había metido en las caballerizas como refugio más próximo, y ya no se había atrevido a salir de ellas.

Ahora, incluso sin el Warp que la tenía encerrada allí, la luz de la aurora habría hecho demasiado peligroso cualquier intento de moverse. En todo caso, la búsqueda parecía haberse intensificado y, aunque esperó que esto fuese señal de que Tarod había escapado también, no aliviaba su apurada situación inmediata. El no pensaría nunca en buscarla aquí, y cuando había tratado, hacía unos minutos, de enfocar la mente y alcanzar el subconsciente de Tarod, sus propios pensamientos estaban demasiado confusos por el miedo al Warp y no había podido concentrarlos.