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— ¡Tarod!

Su grito rompió el hechizo que mantenía inmóvil a Keridil. Este saltó atrás, bajó corriendo la escalinata donde se debatía Cyllan y desenvainó su espada. Tarod corrió tras él, pero frenó su impulso cuando Keridil se detuvo a un paso de Cyllan, cuyos brazos habían sido atenazados por el caballerizo mayor, y apuntó a su corazón con la punta de la espada. El Sumo Iniciado estaba loco de miedo a la tormenta y de furia por este enfrentamiento; Tarod comprendió que, si hacía un solo movimiento imprudente, Keridil atravesaría a Cyllan.

Los otros Iniciados que estaban en el patio se habían dado cuenta de lo que pasaba y, dejando que uno de ellos cuidase de los espantados caballos del Margrave lo mejor que pudiese, fueron corriendo en ayuda de Keridil. Iban todos armados y Cyllan temió que, sin la piedra, Tarod no pudiese vencerles. Tenía que llegar hasta él; tenía que hacerlo, costara lo que costase...

Keridil fue pillado completamente por sorpresa cuando Cyllan, con una violencia fruto de la desesperación, le lanzó una furiosa patada que le alcanzó en mitad del abdomen. Cayó al suelo y soltó la espada, y Cyllan se retorció para morder la mano de Fin Ivan Bruall con toda su fuerza. El caballerizo mayor gritó y ella dio otra patada, esta vez hacia atrás, y se soltó. Su impulso hizo que bajase los peldaños tambaleándose, pero se volvió con la misma agilidad que un gato cuando vio que Tarod iba a su encuentro...

Tres Iniciados le cerraron el camino, mientras otros dos corrían hacia ella desde atrás. Cyllan gruñó como un animal, vio que Tarod luchaba con el primero de los tres atacantes y se dio cuenta de que la trampa se estaba cerrando a su alrededor. Por encima de los aullidos del Warp, oyó su voz que le decía:

— Cyllan, ¡corre! ¡Corre, aléjate de ellos!

El Sumo Iniciado se había puesto en pie y avanzaba... Cyllan se volvió y echó a correr, estorbada por la falda y casi cayendo al llegar al pie de la escalinata. Y, de pronto, se encontró en medio de un grupo de caballos aterrorizados, la mitad de los cuales corrían en libertad mientras el joven Iniciado se esforzaba en mantener a los otros bajo control. Una alta forma gris se interpuso en su camino; Cyllan chocó contra el caballo del Margrave y, en un movimiento reflejo, se agarró a un estribo para no caer.

—¡Detenedla! —oyó que gritaba Keridil detrás de ella, y el caballo relinchó con fuerza.

Cyllan no se detuvo a pensar; alargó una mano, se agarró a la crin y saltó. Cayó a medias sobre el cuello del animal y se agarró frenéticamente al pomo de la silla, sosteniéndose peligrosamente al encabritarse la bestia en aterrorizada protesta.

—¡Tarod! —Su grito se perdió en la cacofonía del cielo—. ¡Ta

rod!

El la vio, pero no podía alcanzarla; dos hombres le estaban atacando y, en aquella confusión, apenas si podía defenderse, y mucho menos perder tiempo en otras consideraciones. La cabeza le daba vueltas; sentía que surgía energía en su interior, alimentada por la locura del Warp, pero era una energía salvaje, incontrolable; no podía dominarla. Esquivó una furiosa estocada y, con la mano izquierda, agarró la muñeca de su atacante, retorciéndola, aplastándola... Sintió que se rompía un hueso, pero el segundo Iniciado venía de nuevo contra él.

¡Tarod!

Esta vez, el grito de Cyllan fue un toque de alarma, al ver que Keridil, que había recobrado su propia espada, corría hacia ella con Fin y otro hombre pisándole los talones. El caballo se encabritó de nuevo, casi desarzonándola, y ella, agarrando las riendas, le hizo brincar de lado en el momento en que el Sumo Iniciado le lanzaba una estocada. La hoja no le dio por un pelo, pero produjo una herida superficial aunque extensa en el flanco de la montura.

El caballo relinchó. Arqueó el cuerpo, pataleó y, presa de pánico, emprendió el galope. Brotaron chispas de debajo de sus cascos al cruzar el patio, impulsado por su instinto a escapar del Castillo donde veía la fuente de su terror. Cyllan se inclinó peligrosamente sobre la silla, tirando de las riendas; pero era inúticlass="underline" el caballo se dirigía a la puerta de salida y el portero había abandonado su puesto para ayudar a sus compañeros. La verja todavía estaba abierta en parte, y el corcel galopó bajo el arco, dirigiéndose en línea recta al prado de césped y a la libertad.

Cyllan vio lo que había delante de ella, vio el arremolinado caos de luz negra y colores imposibles que asolaba el mundo más allá del Laberinto. Vio los torturados riscos de las montañas retorciéndose sobre ellos mismos, moldeados por los horribles caprichos del Warp, y, aterrorizada, azotó a su montura, tratando de detener su carrera antes de que fuese demasiado tarde.

El caballo cruzó al galope el Laberinto, y el relincho que lanzó al salir al otro lado fue ahogado por el rugido del Warp al caer sobre ellos con la fuerza de una ola gigantesca. Cyllan tuvo la impresión de que su cuerpo estaba siendo hecho pedazos; vino una oscuridad salpicada de chispas de plata y tuvo una sensación de agonía en todos sus nervios antes de que el mundo estallase en el olvido.

Keridil se tambaleó al ponerse de pie, aturdido por la fuerza con que había golpeado el suelo al librarse de los furiosos cascos del caballo. Al correr Fin Tivan Bruall para ayudarle, miró hacia las puertas y el torbellino de más allá, con el semblante pálido por la impresión recibida.

— Aeoris... — Hizo una señal sobre su corazón—. Fin, ella... ella...

Fin no le respondió. Estaba mirando por encima del hombro hacia la escalinata, y lo que veía le llenaba de espanto. Tarod permanecía inmóvil, y su rígida actitud indicaba claramente que también él había visto el horrible final de Cyllan. Uno de los atacantes yacía a sus pies, encorvado y moviéndose débilmente. El otro retrocedía, bajando lentamente de espaldas la escalera, con la espada levantada como para protegerse de algo que nadie más podía ver; estaba aterrorizado.

Fin agarró de un hombro a Keridil.

—Sumo Iniciado...

Keridil se volvió, azotado por el viento aullador, y su rostro se contrajo. Entonces echó a correr, tambaleándose, en dirección a la figura inmóvil sobre la escalinata. Siguiendo su ejemplo, los otros espadachines hicieron acopio de valor y se dispusieron a atacar... Entonces Tarod volvió la cabeza.

Si había sido humano, pensó Keridil, ahora su expresión lo desmentía. La cara de Tarod estaba enloquecida y sus ojos verdes ardían con una luz infernal. Movió los labios y pronunció una palabra, aunque Keridil no pudo oírla en el fragor de la tormenta. Después levantó la mano izquierda... y el Sumo Iniciado sintió terror en lo más hondo de su alma.

Ella se había ido. Tarod luchó contra esta certidumbre, pero no podía negarlo, había ocurrido, ,y él no había podido evitarlo. Se había ido; el Warp se la había llevado, la había arrojado en la inconcebible vorágine de pesadilla, fuera cual fuese, que había detrás de él. Podía estar muerta.., o viva y atrapada en algún monstruoso limbo... Y él había estado cerca de ella y la había perdido una vez más. Y el dolor que le devoraba, mucho más cruento que el que había sentido cuando la muerte de Themila Gan Lin, o la de Erminet, fue el catalizador que en definitiva despertó toda la fuerza que tenía en su interior. Cyllan se había ido y él sólo podía pensar en vengarla. Por ella quería matar, destrozar, destruir todo lo que se pusiera en su camino. Y el foco de su odio ardiente era un hombre, su amigo de antaño. El traidor. Su enemigo...

Mientras miraba como un animal acosado a Tarod, Keridil sintió la presencia de Fin Tivan Bruall a su lado. No era un gran alivio.

— Traté de detenerla — dijo, reconociendo apenas su propia voz.

Tarod torció los labios con una mueca despectiva, pero frenó su

mano.

Trataste de matarla.