Una vez pasado el cristal, inspiró hondo una vez.
«Recibirá la llamada en cualquier momento», pensó Ricky.
Merlin no lo había hecho de inmediato, como él había imaginado.
Antes se había limpiado y disculpado con los demás abogados, que se habrían quedado horrorizados. ¿Qué excusa habría inventado?
Un adversario legal disgustado por haber perdido un juicio. Los demás podrían identificarse con eso. Los habría convencido de que no cabía llamar a la policía; él se pondría en contacto con el abogado del chalado de la pistola de tinta y quizás obtendría una orden de restricción. Pero se encargaría de ello él mismo. Los demás habrían estado de acuerdo y se habrían ofrecido a atestiguar o incluso a prestar declaración a la policía, si era necesario. Pero eso le habría llevado algo de tiempo, lo mismo que limpiarse, porque sabía que, pasara lo que pasase, tendría que volver al juzgado esa tarde. Cuando Merlin hiciera por fin su primera llamada, sería a su hermano mayor. Sería una conversación sustancial, que no se limitaría sólo a la descripción de lo ocurrido, sino a efectuar una valoración de sus implicaciones. Analizarían su situación y sus alternativas. Por fin, aun sin saber muy bien qué iban a hacer, colgarían. La siguiente llamada sería para Virgil, pero Ricky se había adelantado a esa llamada.
Sonrió, dio media vuelta bruscamente y entró en el restaurante con rapidez. Una recepcionista lo miró y empezó a hacerle la inevitable pregunta, pero él la interrumpió con un gesto de la mano a la vez que decía «Mi cita ya está aquí» y cruzaba veloz el restaurante.
Virgil estaba de espaldas y se movió al notar que alguien se acercaba.
– Hola -dijo Ricky-. ¿Me recuerdas?
La sorpresa se reflejó en el rostro de ella.
– Porque yo sí te recuerdo a ti -aseguró él, y se sentó.
Virgil no dijo nada, aunque se había echado hacia atrás, atónita. Tenía un book y un currículo en la mesa en previsión de la entrevista con el supuesto productor. Ahora, despacio, con parsimonia, los tomó y los dejó en el suelo.
– Supongo que no voy a necesitarlos -comentó.
Ricky captó dos cosas en su respuesta: exploración y necesidad de recobrar un poco la compostura. «Eso lo enseñan en las clases de interpretación -pensó-. Y ahora mismo está buscando en ese compartimiento concreto.»
Antes de que Ricky contestara, se oyó un zumbido procedente del bolso de Virgil. Un teléfono móvil. Ricky meneó la cabeza.
– Será tu hermano mediano, el abogado, para advertirte que aparecí en su vida esta mañana. Y muy pronto recibirás otra llamada, de tu hermano mayor, el que mata para ganarse la vida.
Porque él también querrá protegerte. No contestes.
Virgil detuvo la mano a medio camino.
– ¿O qué?
– Bueno, deberías hacerte la pregunta: «¿Está Ricky muy desesperado?». Y luego la que es evidente que le sigue: «¿Qué podría hacerme?».
Virgil no hizo caso del teléfono, que dejó de zumbar.
– ¿Qué podría hacerme Ricky? -preguntó.
– Ricky murió una vez -contestó éste con una sonrisa-, y ahora tal vez no le quede nada por lo que vivir. Lo que haría que morir por segunda vez fuera menos doloroso y puede que hasta un alivio, ¿no crees? -La observó con dureza, traspasándola con la mirada-. Podría hacerte cualquier cosa.
Virgil se movió incómoda. Ricky había hablado con dureza e intransigencia. Se recordó que la fuerza de su actuación de ese día radicaba en que era un hombre diferente al que se había dejado manipular y aterrorizar hasta el suicidio un año antes. Y se percató de que eso no se alejaba demasiado de la realidad.
– Así pues, ahora soy imprevisible. Inestable. Con una vena maníaca, además. Una combinación peligrosa, ¿no? Una mezcla volátil.
– Sí. Cierto -asintió la joven, que estaba recobrando algo de la compostura perdida mientras hablaba, justo como él había esperado que ocurriera. Sabía que era una mujer muy centrada-. Pero no vas a dispararme aquí, en este restaurante, delante de toda esta otra gente. No lo creo.
– Al Pacino lo hace -indicó Ricky encogiéndose de hombros-.
En El padrino. Estoy seguro de que la has visto. Cualquiera que desee ganarse la vida con la interpretación la ha visto. Sale del lavabo de hombres con un revólver en el bolsillo y dispara al otro mafioso y al capitán de policía corrupto en la frente, arroja el revólver a un lado y se va. ¿Lo recuerdas?
– Si -contestó, inquieta-. Lo recuerdo.
– Pero este restaurante me gusta. Antes, cuando era Ricky, venía con alguien a quien amaba, pero cuya presencia jamás aprecié en realidad. ¿Y por qué querría arruinar el delicioso almuerzo de los demás comensales? Además no es imprescindible que te dispare aquí, Virgil. Puedo hacerlo en muchos otros sitios. Ahora sé quién eres. Conozco tu nombre. Tu agencia. Tu dirección. Y, lo más importante, sé quién quieres ser. Conozco tu ambición. A partir de eso, puedo extrapolar tus deseos. Tus necesidades. ¿Crees que ahora que sé el quién, el qué y el dónde sobre ti no puedo deducir todo lo que necesite saber en el futuro? Podrías mudarte. Podrías incluso cambiarte de nombre. Pero no puedes cambiar quién eres ni quién quieres ser. Y ése es el problema, ¿no? Estás tan atrapada como lo estuvo Ricky. Igual que tu hermano Merlin, un detalle que averiguó esta mañana de forma bastante sucia. Una vez jugasteis conmigo sabiendo todos los pasos que daría y por qué.
Y ahora yo jugaré un nuevo juego con vosotros.
– ¿Qué juego es ése?
– Se llama «¿Cómo puedo seguir vivo?». Va de venganza. Creo que ya conoces algunas de sus reglas.
Virgil palideció. Cogió el vaso de agua con hielo y tomó un largo trago sin apartar los ojos de Ricky.
– Te encontrará, Ricky -susurró-. Te encontrará y te matara, y me protegerá porque siempre lo ha hecho.
Ricky se inclinó hacia delante, como un sacerdote que comparte un oscuro secreto en un confesionario.
– ¿Como cualquier hermano mayor? Bueno, puede intentarlo.
Pero ¿sabes qué?, apenas sabe nada acerca de quién soy ahora.
Los tres habéis estado persiguiendo al señor Lazarus y creísteis que lo teníais acorralado. ¿Cuántas veces? ¿Una? ¿Dos? ¿Tal vez tres? ¿Pensasteis que había sido cuestión de segundos que se os escapara la otra noche de la casa del hombre que se cruzó en nuestros caminos? Y además, ¡puf!, Lazarus está a punto de desaparecer. En cualquier momento, porque casi ha prestado ya todo su servicio en esta vida. Aunque antes de irse, quizá le cuente a quienquiera que vaya a ser yo a continuación todo lo que necesite saber sobre ti y Merlin, y ahora también sobre el señor R. Y si lo juntamos todo, Virgil, me parece que me convierte en un adversario muy peligroso. -Hizo una pausa y añadió-: Quienquiera que sea hoy. Quienquiera que pueda ser mañana.
Ricky se recostó en la silla y observó cómo sus palabras se reflejaban en la cara de la joven.
– ¿Qué me dijiste una vez, Virgil, sobre el nombre que usabas?
«Todo el mundo necesita un Virgilio que lo guíe hacia el infierno», o algo así.
– Sí.
Ella asintió y tomó otro sorbo de agua.
– Fue una buena observación -dijo él con una sonrisa irónica.
Y entonces se levantó, apartando la silla hacia atrás con rapidez.
– Adiós, Virgil -dijo inclinándose hacia ella-. Creo que no querrás volver a verme la cara nunca porque podría ser lo último que vieras.
Sin esperar respuesta, se volvió y salió con paso decidido del restaurante. No se quedó a ver cómo le temblaba la mano ni la mandíbula a Virgil, reacciones más que probables. «El miedo es algo extraño -pensó-. Se manifiesta de muchos modos externos, pero ninguno de ellos tan poderoso como el acero que te atraviesa el corazón y el estómago o la corriente que te recorre la imaginación.» Por una u otra razón se había pasado gran parte de su vida teniendo miedo de muchas cosas, en una secuencia interminable de temores y dudas. Pero ahora él provocaba miedo, y no estaba seguro de que la sensación le desagradara. Se perdió entre la masa de gente que iba a almorzar, dejando que Virgil, a la que dejó atrás, como había hecho con uno de sus hermanos, intentase evaluar en qué clase de peligro se encontraban en realidad. Avanzó con rapidez entre la multitud, esquivando los cuerpos de las personas como un patinador en una pista concurrida, pero tenía la cabeza en otra parte. Estaba intentando imaginar al hombre que tiempo atrás le había acechado hasta una muerte perfecta. Se preguntaba cómo reaccionaría ese psicópata cuando las dos únicas personas que quedaban en este mundo por las que sentía estima habían sido seriamente amenazadas.