Выбрать главу

Sin embargo, los estrictos almorávides tampoco tardaron en caer en el estilo de vida ligero de Andalucía. Pero a mediados del siglo XII, antes de que volviera la antigua libertad, llegó del norte de África la siguiente oleada de bereberes ortodoxos: los almohades. Éstos, que incluso superaban a sus predecesores en su celo religioso, destruyeron todas las iglesias y sinagogas e hicieron que judíos y cristianos eligieran entre convertirse al islam o ser desterrados.

Sólo cuando Andalucía estuvo dominada por los almorávides y almohades, la guerra contra los españoles cristianos del norte se convirtió en esa despiadada guerra religiosa que condujo a ambos bandos a un fanatismo y una intolerancia cada vez mayores. Ahora también los españoles bautizaban a la fuerza o desterraban a todo aquel que no profesaba la religión correcta. Al guerrero religioso musulmán, que esperaba ganarse el paraíso en la «guerra santa» contra los infieles, los cristianos opusieron las órdenes caballerescas, los monjes guerreros, uno de los fenómenos más nefastos de la Edad Media. La tendencia a la intolerancia, y la supremacía de la Iglesia y el Ejército, cargas que España ha seguido soportando hasta el presente, son herencia de aquella larga lucha que no terminó hasta 1492, cuando se expulsó al último príncipe moro de Granada.

Sólo en Toledo pervivieron un poco más el espíritu y la tolerancia que habían florecido en la Andalucía del siglo XI. Allí, cristianos, musulmanes y judíos siguieron conviviendo en paz bajo un gobierno cristiano durante un siglo más. En el año 1091, la viuda del príncipe asesinado en Córdoba, al-Fath, huyó a Toledo con su séquito, se convirtió en amante de don Alfonso, el rey de León, y le dio un hijo. (Este hijo murió en el año 1108, luchando contra los almorávides; de no haber sido así, el hijo de una princesa mora hubiera subido al trono español de León.) Cien años después, en Toledo todavía era posible que un sucesor del rey, Alfonso VIII, mantuviera oficialmente en Galiana, un castillo situado a las puertas de la ciudad, a una amante judía: la famosa judía de Toledo.

Gracias a su variopinta mezcla de habitantes españoles, andaluces y franceses, miembros de todas las religiones y conversos en todas las direcciones, en el siglo XII la ciudad del Tajo era la ciudad más viva de Europa y, junto con Palermo, el único lugar en el que había suficientes eruditos que, gracias a su conocimiento de idiomas y a su voluntad de recorrer el mundo, estaban en condiciones de revelar el amplio mundo del saber árabe a la sed de conocimientos europea. La Edad Media europea bebió en abundancia de esa fuente, y el desarrollo cultural de Europa tiene en ella una de sus principales raíces.

NOTA DEL AUTOR

Los judíos de la Edad Media tenían prohibido quemar o tirar a la basura papeles que llevaran escrito el nombre de Dios. Estos escritos -que eran la mayoría, pues en casi todos los textos se intercalaba alguna bendición- tenían que ser enterrados. Con este fin, en las sinagogas había una especie de buzón de correos, la llamada «geniza», donde uno podía echar todos los papeles que ya no necesitaba. En una sinagoga de Fustat (el antiguo El Cairo) se ha conservado de este modo toda la herencia escrita de la comunidad judía de ese lugar en los siglos XI y XII, en total más de 200.000 hojas: cartas, documentos, escritos religiosos, sentencias judiciales, notas, cuentas, listas de precios, contratos, y muchas otras cosas, hasta esos papelitos de la compra con los que la dueña de casa enviaba a la criada al bazar y que el comerciante iba clavando en un pincho para hacer las cuentas a fin de mes.

Este tesoro permaneció intacto un largo tiempo, porque los judíos de Fustat temían que cayera sobre ellos una desgracia si lo tocaban; pero esa creencia cedió en el siglo XIX. Parte de los papeles de la geniza fueron robados, otros fueron regalados o vendidos, hasta que, por fin, en 1896 los restos del tesoro (aproximadamente la mitad) pudieron ser llevados a Cambridge y puestos a salvo.

Sesenta años después, el arabista Salomo Dob Goitein se enfrascó en la tarea de reunir todo el material, que entre tanto se había dispersado en muchas colecciones de todo el mundo, para estudiarlo y analizarlo por primera vez desde una perspectiva histórico-social. Goitein publicó numerosos artículos al respecto, para finalmente, tras décadas de trabajo, publicar una gigantesca obra en cinco volúmenes titulada A Mediterranean Society, que describe con una riqueza de conocimientos digna de admiración la vida cotidiana y las circunstancias en que vivían los judíos de los siglos XI y XII en los países mediterráneos, dominados por los árabes.

En el año 1013, el monje Bernard de Angers viajó al monasterio de Conques (al sur de Francia), consagrado a Santa Fides. El monje casi se muere de espanto al ver que sus compañeros de orden tenían en el altar de su iglesia una pesada estatua de oro adornada con piedras preciosas que representaba a la santa, y que la exponían para que sus feligreses la veneraran. En el riguroso norte de Francia, de donde él procedía, esos materiales nobles y el privilegio de la representación plástica estaban reservados exclusivamente al Hijo de Dios. A los santos sólo podía representárselos en pinturas murales o en ilustraciones de libros.

Sin embargo, Bernard de Angers presenció varios milagros realizados por la estatua de Santa Fides, renunció a sus ideas, se convirtió en un fervoroso adorador de la mártir milagrera y empezó a escribir sobre los milagros que hacía: historias de ciegos que recuperaban la vista y de prisioneros que salían milagrosamente en libertad; historias de campesinos, artesanos y pequeños nobles, en su mayoría miembros, pues, de aquellos estratos sociales de los que apenas hablan las crónicas de la época. En el transcurso del siglo XI, otros monjes continuaron la lista de milagros empezada por Bernard de Angers. Se hicieron diferentes transcripciones.

El historiador andaluz Ibn Hayyán (987/88-1076) escribió una historia de su país en sesenta volúmenes, que abarca exclusivamente la época que presenció él mismo. El original de esta gran obra se ha perdido, pero algunas de sus partes se han conservado en los escritos de cronistas andaluces más jóvenes, y gracias a la minuciosidad de los autores árabes, que empezaron a identificar las citas mucho antes que los europeos, ha podido ser reconstruida en parte.

Ibn Hayyán trabajaba como un moderno historiador de la época contemporánea, por cuanto investigaba los hechos in situ y entrevistaba a testigos oculares. Así, poco después de la conquista de Barbastro hizo preguntas sobre la clase caballeresca franca y aragonesa a un comerciante, que había viajado a la ciudad para negociar el rescate de determinadas personas. Su informe, inusualmente vivaz y transcrito parcialmente de forma literal, ha llegado hasta nosotros con todos sus detalles.

El informe de Ibn Hayyán me ha servido como base para describir los acontecimientos de la toma de Barbastro. El episodio de la mujer que, desde lo alto de la muralla, quiere comprar agua a un soldado del ejército de sitio, también está sacado de allí, mientras que el «Informe del comerciante Ibn Eh» es prácticamente una cita, aunque con algunas modificaciones.

Del Libro de los milagros de Santa Fides proceden muchos detalles de los capítulos que se desarrollan en Conques, como, por ejemplo, la historia del niño ciego, lo mismo que el relato del caballero francés apresado por los sarracenos, que el capitán hace suyo.

He complementado ese relato con un episodio sobre el pirata Jabbara, el emir de Barqa (Cirenaica), quien asoló las rutas marítimas del Mediterráneo oriental en torno al año 1050. La información referente a esto procede de los papeles de la geniza de El Cairo, analizados por S. D. Goitein.

De la misma fuente he extraído muchos detalles sobre la forma de vestir y la vida cotidiana, lo mismo que los hechos del informe del viaje del sabí desde Adén y Alejandría y, entre otras cosas, el modelo para el personaje de Zohra.