Pierre Boulle
El Puente Sobre El Río Kwai
La concepción original
Rodado pocos años después de haberse publicado la novela de Pierre Boulle, el filmThe Bridge on the River Kwai (El puente sobre el río Kwai) tuvo tal éxito y consiguió tanta popularidad que su enfoque del tema ha prevalecido en la memoria colectiva, pese a que la obra original -traducida a una veintena de idiomas- hubiese constituido un auténtico best séller. Resulta muy interesante, por tanto, recuperar la concepción original de esta ficción, apoyada en hechos históricos, sobre la construcción de un puente por prisioneros de los japoneses en el curso de la Segunda Guerra Mundial. Cabe pensar, a causa de recuerdos imprecisos, que novela y película siguieron rumbos narrativos de carácter similar, pero la verdad es que la versión cinematográfica se desvió en importantes detalles y, sobre todo, en la significación global con respecto al relato literario que le había dado pie. Y la continuada presencia del film en la actualidad -gracias a la televisión y el vídeo- brinda una razón más para recuperar la novela, aparte de los permanentes valores de la misma.
Hay que buscar los motivos básicos de las divergencias entre una y otra obra en un área de diferencias de nacionalidades. Pierre Boulle era francés y escribió en torno a británicos, principalmente, y japoneses. Los hechos históricos le resultaban básicos, puesto que había luchado en el Sudeste asiático contra las fuerzas del país del sol naciente, y por tanto su raíz nacional no le convertía, desde luego, en un espectador lejano; pero su origen galo y su escritura en la lengua correspondiente facilitaron que contemplase la figura del protagonista -el coronel Nicholson, interpretado en la pantalla por Alee Guinness- desde un ángulo crítico y satírico. Este punto de vista fue juzgado improcedente, según parámetros típicos en el Reino Unido, para la versión cinematográfica: probablemente, se creyó, un amplio sector del público británico expresaría indignación y rechazo. Entra en juego aquí, complementariamente, la tendencia de los espectadores cinematográficos a identificarse con el personaje principal de cuanto transcurre en la pantalla, y la condición del militar protagonista favorecía que los asistentes a las salas de cine británicas se sintiesen impulsados a concordar con él; sin embargo, el apego a la identificación se hubiera traducido en una reacción adversa de haber mantenido la película el retrato del coronel Nicholson de acuerdo con la perspectiva utilizada por Pierre Boulle. Con relación a ello se debe mencionar que el productor Alexander Korda, a quien primero se ofreció el proyecto de la versión cinematográfica, se negó a poner en marcha la adaptación porque juzgó a Nicholson un loco y un traidor, indigno del uniforme. En términos similares, más tarde, se expresaría el propio Alee Guinness, quien sólo aceptó encarnar al personaje cuando se le hubo garantizado un cambio de matices que le otorgara cierta nobleza; de todas maneras, se optó preferentemente por la ambigüedad, con lo que la película, finalmente apta para no incomodar al público británico, puede sugerir distintas lecturas.
Verificada la necesidad de que la novela de un francés fuese adaptada a los gustos y convicciones predominantes en el Reino Unido -con un intento, o únicamente amago, de salvar éticamente al protagonista-, se tenía que prever la rentabilidad a tenor de la política comercial de Hollywood, y no ya sólo en los locales de exhibición de Estados Unidos sino también en la difusión internacional. De cara, fundamentalmente, al público doméstico, se rehízo casi en su totalidad al personaje llamado Shears, perteneciente a una unidad de comandos británicos, se le dotó de nacionalidad estadounidense y se confió el papel a un astro con esta ciudadanía, William Holden. Y, con la mirada en la explotación del film en Japón, quedó determinado que los japoneses aparecerían con la mínima brutalidad, por lo que debía eliminarse la sucesión de escenas de salvajismo y tortura presentada por la novela; paralelamente, tenía que desaparecer del film el tufo racista que Pierre Boulle había adjudicado a Nicholson, con lo que, de paso, se satisfacían las previsibles expectativas del público británico. Por último, no había duda de que, contrariamente a lo acaecido al final de la novela, el puente tenía que volar en pedazos, a modo de una espectacular culminación cuya carencia hubiese defraudado por completo a quienes habían acudido a la proyección de la película.
Esa premisa fue la que irritó sobremanera a Boulle. Incluso cuando ya sólo le quedaban escasos años de vida (L'evénement du jeudi, 3 de mayo de 1989), el escritor mantenía que la respuesta a la voladura del puente era «un rugido de rabia», un hurlementde rage. «El coronel», decía entonces Boulle, «debe preservar su obra hasta el fin. Es el único punto en el que no estoy de acuerdo, y durante dos años intenté hacer prevalecer mi opinión». Con anterioridad (Télérama, 10 de diciembre de 1986), Boulle había declarado que no le gustaba el final de la película, y, en aquella ocasión, se refería especialmente a la ambigüedad en torno a si el coronel Nicholson caía voluntariamente o no sobre el dispositivo que hacía saltar el puente por los aires. El novelista subrayaba que en su obra el coronel quería salvar el puente hasta el último momento, sin renunciar a su idea fija y sin experimentar remordimiento alguno. Pero ése era el punto que más hubiera provocado la ira de los británicos: un coronel de su país luchando contra compatriotas para evitar que éstos destruyesen el puente por donde debía circular un tren japonés repleto de soldados. Resulta preciso comentar al respecto que un ingrediente narrativo que moleste ideológicamente en un país determinado puede ser admitido con mucha mayor facilidad por los lectores de una novela -solitarios en el acto de pasar las páginas del libro- que por los concurrentes a la proyección de una película -inscritos en un grupo de opinión, efímero pero connaturalmente dispuesto a la expresividad-.
Parece que Boulle abordó la elaboración de Le Pont de la viviere Kwai (1952) con el propósito de efectuar un apólogo moral sobre lo absurdo de las guerras y que se mostró influido por cierto orientalismo con relación a la ética de la existencia; es fácil comprobar que la novela emprende un sendero simbólico que trasciende la historia del puente, mientras que la trama sugiere una estructura metafórica donde el hombre construye y destruye sucesivamente al tiempo que pierde de vista si actúa en beneficio o perjuicio propio. De buscarse un espíritu volteriano -como se ha hecho con relación a otras obras de Boulle- en Le pont de la riviére Kwai, habría que buscarlo especialmente en la confusión del protagonista, quien, imbuido de militarismo tradicional y de racismo antioriental, pretende demostrar su superioridad personal, nacional y racial por medio de la construcción de un puente que, en realidad, ha de favorecer la expansión del enemigo y la multiplicación de muertes en las fuerzas aliadas.
Largos años en el Sudeste asiático habían forjado los enfoques de Boulle a tenor de conceptos de la vida un tanto orientales. Hijo de un abogado de Avignon, nació en esta ciudad el 20 de febrero de 1912, cursó y terminó estudios de ingeniería eléctrica en París, y en 1938 se desplazó a Malasia para trabajar en una plantación de caucho. Desencadenada la guerra, se integró en el ejército francés de Indochina y, al instituirse el régimen de Vichy, se alistó en las tropas de la Francia Libre con base en Singapur. Un entrenamiento como espía le serviría, años después, para la creación de algunos pasajes de Le Pont de la riviére Kwai, referidos a los planes para destruir el puente; su primera novela, por cierto, se adentraría en el género de espionaje: fue William Conrad (1950), acerca de un agente alemán en territorio británico durante la contienda mundial.