– Una sorprendente combinación de sangre fría y rapidez de reflejos -comentó Warden.
Shears repuso en voz baja:
– Saldrá airoso, Warden. Para él, se trata de un asunto personal. Nadie le impedirá que llegue hasta el final. Es «su» golpe, y él lo sabe muy bien.
Usted y yo no somos más que sus ayudantes. Nosotros ya hemos hecho lo nuestro… Debemos concentrarnos única y exclusivamente en facilitarle la tarea. La suerte del puente está en buenas manos.
Tras el primer rápido, llegaron a una zona de aguas calmas, donde aprovecharon para consolidar la balsa. Luego se vieron sacudidos de nuevo en un estrecho canal. Perdieron bastante tiempo frente a un grupo de rocas que bloqueaba una parte de la corriente de agua, formando río arriba un torbellino vasto pero lento, en el que estuvieron dando vueltas durante varios minutos, sin poder retomar el curso del río.
Finalmente consiguieron escapar de esa trampa. El río ganó en anchura y, súbitamente, sosegó sus aguas, lo que les produjo la impresión de desembocar en un lago inmenso y tranquilo. Sus ojos podían ahora divisar las orillas del río y fijar el centro del curso del agua. Poco después vislumbraron el puente.
Shears interrumpió su relato y observó el valle en silencio.
– Me resulta extraño contemplarlo de esta manera, desde arriba… y en su totalidad. Su fisonomía es completamente diferente desde abajo y por la noche. Sólo he podido ver trozos, uno detrás del otro. Los trozos era lo que nos importaba, antes… después también, claro… Salvo al llegar. Entonces, su silueta se destacaba sobre el cielo con una nitidez increíble. Me aterraba pensar que nos pudieran ver. Tenía la sensación de que podían vernos como si estuviéramos en pleno día. Se trataba, claro está, de una ilusión. El agua nos cubría hasta la nariz y el submarino estaba sumergido. Incluso tendía a hundirse del todo. Algunas cañas de bambú estaban rajadas. Pero todo ha ido bien. No había luz alguna. Nos deslizamos sin hacer ruido por las tinieblas del puente. Sin el menor golpe. Atamos la balsa a un pilar de las hileras interiores y empezamos a trabajar. El frío entumecía ya nuestros cuerpos.
– ¿Se encontraron con alguna dificultad en particular? -preguntó Warden.
– No, ninguna dificultad «en particular». Es decir, si es que le parece normal una labor de este tipo, Warden…
Hizo una nueva pausa, como hipnotizado por el puente, que todavía el sol iluminaba, con su madera clara despuntando sobre el agua amarillenta.
– Todo esto me parece como un sueño, Warden. Ya he vivido antes esa sensación. Al día siguiente, uno se pregunta si es cierto, si es real, si ha instalado las cargas, si basta de verdad con un pequeño movimiento sobre la palanca del manipulador. Parece completamente imposible… Joyce está allí, a menos de cien yardas de la posición japonesa, detrás del árbol rojizo, mirando el puente. Le apuesto lo que quiera a que no se ha movido de su sitio desde que nos separamos. ¡Piense en todo lo que puede suceder mañana, Warden! Basta con que un soldado japonés se entretenga persiguiendo una serpiente en la selva… No tendría que haberlo dejado solo. Hubiera sido mejor a que hubiera esperado a esta noche para ocupar su puesto.
– Tiene su puñal -dijo Warden-. Todo depende de él. Cuénteme lo que pasó al final de la noche.
Tras una prolongada jornada en el agua, la piel se vuelve tan delicada que el mero contacto con un objeto rugoso es suficiente para lastimarla. Las manos son especialmente frágiles. El mínimo frotamiento basta para arrancar trozos de piel de las manos. La primera dificultad consistió en desanudar las amarras que afianzaban el material sobre la balsa, unas gruesas cuerdas fabricadas por los indígenas y erizadas con punzantes rebabas.
– Le parecerá infantil, Warden, pero en el estado en que nos encontrábamos… Además, había que efectuarlo en el agua y sin el menor ruido… Míreme las manos. Las de Joyce están igual.
Volvió de nuevo su vista hacia el valle. No podía separar su mente de aquel que aguardaba sobre la orilla enemiga. Levantó sus manos al aire y contempló las profundas desolladuras que el sol ya había endurecido. A continuación, retomó su relato con un gesto de impotencia.
Todos llevaban consigo puñales bien afilados, pero los dedos entumecidos dificultaban enormemente su manejo. Por otra parte, aunque elplástico es estable, no es recomendable hurgar en la masa con un objeto metálico. Shears se dio cuenta rápidamente de que los dos tailandeses no les resultaban ya de ninguna utilidad.
– Me lo había temido, y así se lo había hecho saber al muchacho poco antes de embarcar. Sólo podemos contar con nosotros mismos para rematar la misión. Los otros estaban extenuados. No paraban de temblar aferrados a un pilar, así que los mandé de vuelta. Me fueron a esperar al pie de la montaña. Es decir, que me quedé solo con él… En una labor de estas características, Warden, no basta con la resistencia física. El muchacho ha aguantado las penalidades de una manera extraordinaria. Yo, por mi parte, pienso que estaba al límite de mis fuerzas. Me estoy volviendo viejo.
Fueron desatando las cargas una a una, colocándolas luego en el lugar indicado por el plano de destrucción. Tuvieron que luchar constantemente contra la corriente, para que no se los llevara por delante. Agarrándose con los pies a un pilar, introducían elplástico a una profundidad que lo hiciera invisible y, seguidamente, lo modelaban sobre la madera para que el explosivo actuara con toda su potencia. A tientas bajo el agua, lo adherían con esas malditas cuerdas cortantes y pungentes, que dejaban tras de sí sangrientos surcos sobre sus manos. El mero acto de agarrar las amarras y anudarlas se había convertido en un espantoso suplicio. Al final, terminaron sumergiéndose bajo el agua para ayudarse con los dientes.
Esta operación les llevó buena parte de la noche. La siguiente tarea era menos dura, pero más delicada. Los detonadores fueron instalados paralelamente a las cargas. Ahora había que unirlos por un sistema de cordones «instantáneos», para que todas las explosiones fueran simultáneas. Es un trabajo que requiere mucho tiento, ya que un solo error puede causar bastantes problemas. Una «instalación» de destrucción se asemeja a una instalación eléctrica: todos y cada uno de los elementos deben estar en su sitio. En este caso, la instalación era bastante complicada, puesto que Number One, fiel a sus principios, había previsto un amplio margen de seguridad, multiplicando por dos el número de cordones y detonadores. Dichos cordones eran relativamente largos y los trozos de chatarra que servían de lastre a la balsa habían sido montados para hundirlos.