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Pido un plato de pescado ahumado, riñones de cordero, una tostada y un café. Antes de hojear el periódico, echo un vistazo a la pintura de la pared de enfrente. En ella se ve un prado en la ladera de una montaña, bordeado con árboles de hoja perenne y cubierto de flores de colores vivos. Al otro lado del valle, se ven tres colinas lejanas, iluminadas por los rayos del sol.

¿Acaso aquellas escenas existían en algún lugar, o únicamente en la cabeza del pintor?

Me traen el café. Nunca he visto un cafetal, ni tan siquiera un cafeto, en el puente. Y los riñones de cordero también procederán de algún sitio, pero... ¿de dónde? En el puente, se hace referencia al lado en contra de la corriente, al lado a favor de la corriente, a la Ciudad y del Reino... O sea que debe de haber tierra firme (¿qué sentido tendría si no un puente?), pero ¿a qué distancia?

Yo investigué todo lo que me fue posible, teniendo en cuenta las limitaciones de idioma y acceso que la administración del puente impone al investigador aficionado, pero, en todos los meses de trabajo, ni me aproximé a descubrir la ubicación de la Ciudad o del Reino. Sigue siendo un completo enigma.

Mi búsqueda de información, abandonada hace algún tiempo, se está hundiendo indudablemente en las capas del miasma que rezuma la estructura organizativa de las autoridades del puente. Me da la impresión de que todas mis preguntas iniciales sobre el tamaño del puente, sobre los lugares que une y otros aspectos similares habrán pasado de un departamento a otro, se habrán replanteado, precisado, borrado, parafraseado, traspapelado y retransmitido con tanta frecuencia y entre tantos despachos y oficinas, que para cuando alguien haya podido (o querido) responderlas, ya habrán perdido todo el sentido o el significado... y si, por obra de algún milagro, han sobrevivido a semejante proceso sin contaminarse lo bastante como para resultar incomprensibles, toda respuesta, por muy pragmática y concisa que sea, generará con toda certeza una mayor incomprensión en el momento en que llegue a mis manos.

El proceso de investigación me pareció tan frustrante que, por un momento, me planteé seriamente la posibilidad de esconderme en un tren e ir a buscar en persona el maldito Reino o la dichosa Ciudad. Mi brazalete, que me identifica a nivel oficial e informa a los conductores ferroviarios sobre el departamento de la clínica al que deben cargar el importe de mi billete, limita los recorridos que puedo efectuar a dos términos; una docena de secciones del puente, o lo que es lo mismo, unos veinte kilómetros en ambos sentidos. No es una distancia menospreciable, pero es una restricción al fin y al cabo.

Decidí no convertirme en un polizón; creo que es más importante recuperar los territorios perdidos de mi cabeza antes que explorar las tierras lejanas de por aquí. Me quedaré donde estoy y tal vez me marche cuando esté curado.

—Buenos días, Orr.

Me reúno con el señor Brooke, un ingeniero que conocí en la clínica. Es un hombre de baja estatura, sombrío, que parece encontrarse bajo una presión constante. Se deja caer en la silla que está frente a mí, con el ceño fruncido.

—Buenos días, Brooke.

—¿Has visto esa mierda de...? —Su entrecejo se arruga aún más.

—¿Aviones? Sí, ¿y tú?

—No, solo el humo. Menuda gracia.

—Te molesta, veo.

—¿Molestarme? —Brooke parece sorprendido—. Yo no soy nadie para que me molesten las cosas, pero he llamado a un colega de Tráfico Marítimo y Programación de Horarios, y allí no sabían nada de esos... aviones. La maniobra estaba totalmente desautorizada. Rodarán cabezas, y si no me crees, al tiempo.

—¿Hay leyes en contra de lo que han hecho?

—Más bien es que no hay leyes que lo permitan, Orr, ahí está el tema. La gente no puede ir donde le dé la gana sin más. Hay que mantener una... estructura. —Niega con la cabeza, con un gesto desaprobatorio—. Orr, a veces tienes unas ideas muy raras.

—No sabes cuánta razón tienes.

Brooke pide un plato de pescado con arroz al curry. Estábamos en la misma planta de la clínica. Él también ha sido paciente del doctor Joyce. Brooke es ingeniero superior, especializado en el efecto del peso del puente sobre el fondo del mar. Sufrió una lesión importante en un accidente, en uno de los artesones que sostienen parte del granito herrado de la estructura de una de las pilas. Físicamente, ya está del todo recuperado, pero, desde entonces, sufre un cuadro agudo de insomnio. Es una persona algo apagada. Incluso bajo el sol directo, él parece encontrarse en plena penumbra.

—Me ha sucedido otra cosa rara esta mañana —le cuento. Me mira con cautela.

—¿En serio? —pregunta. Le cuento lo del hombre postrado en la cama de hospital, el televisor que se enciende solo y la avería del teléfono. Parece aliviado—. Ah, ese tipo de cosas ocurre a menudo. Supongo que habrá cruces de líneas en algún lugar. Llama a Reparaciones y Mantenimiento, y dales la lata hasta que te lo solucionen.

—Así lo haré.

—¿Y cómo está el doctor Joyce?

—Sigue perseverando en mi caso. He empezado a tener sueños, pero creo que son demasiado... estructurados para él. Se puede decir que prácticamente ignoró el primero de ellos. Y me ha criticado por abandonar mis investigaciones.

—Mira, Orr, él es el médico y todo lo que quieras, pero yo, en tu lugar, dejaría de perder el tiempo con todas esas... —hace una pausa, buscando el término ideal—... cuestiones. No creo que te lleven a ningún sitio. Desde luego, lo que no harán es que recuperes la memoria. —Hace un ademán desdeñoso hacia una de las pinturas pastorales de la pared, como si hubiera reparado en una mancha antiestética en los paneles decorados.

—Pero, Brooke, ¿no tienes ganas de ver algo que no sea el puente? ¿Montañas, bosques, desiertos? Piensa en...

—Amigo —dice contundentemente, observando cómo el camarero le sirve el café—, ¿sabes cuántos tipos distintos de roca reposan bajo los cimientos? —Su voz suena paciente, casi cansada. Me va a caer un discurso, ya lo veo, pero al menos podré comerme los riñones de cordero, que se están enfriando.

—No —reconozco.

—Te lo contaré —empieza Brooke—. Al menos existen siete tipos principales, sin contar las trazas de decenas de otras clases. Todos los estratos están representados: el sedimentario, el metamórfico y el de tipo ígneo intrusivo y extrusivo. Hay grandes depósitos de basalto, dolerita, arenisca cálcica y carbonífera, aglomerados basálticos, lavas basálticas, arenisca roja y terciaria, y cantidades considerables de gravilla; y todos ellos se hallan presentes en sistemas complejos cuyos antecedentes ya han...

No puedo tragar más piedras.

—Quieres decir —interrumpo mientras le traen su plato (que rocía con una nevasca de sal y pimienta, semejante a una capa de cenizas volcánicas)— que el puente ofrece material más que suficiente a las mentes inquietas y elimina la necesidad de recurrir a otros lugares.

—Exacto.

En mi opinión, eso es algo más aproximado que exacto, pero bueno. En todo caso, realmente hay algo más allá del puente. Algo que casi llego a recordar, pero no puedo. Parece que tengo abstracciones, ideas generales sobre cosas imposibles de encontrar en el puente, como glaciares, catedrales, automóviles... una lista prácticamente interminable. Pero no puedo acordarme de nada específico, mi mente no registra ningún tipo de imagen. Me defiendo con el idioma y con las costumbres del puente (supongo que pasé por algún tipo de formación en algún momento), pero no hay manera de que recuerde nada sobre mi infancia, los años de colegio... Estoy completo en todo, excepto en recuerdos. Donde las demás personas tienen el equivalente a una enciclopedia... yo tengo un diccionario de bolsillo.