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Joder, es que no puede callarse la boca. Este pequeño cabrón ya estaría chamuscado si yo no hubiera encontrado la salida. Aquí arriba hace un viento del carajo, parece un pedo de dragón haciendo volar todas las cortinas y eso. Estoy buscando el camino al piso de arriba y unos guardas como osos con cabezas de hombres me han perseguido con hachas, pero también me los he cargado, y uno se ha caído por un balcón y lo he visto mientras caía hasta que se ha hecho papilla abajo, y parecía una mancha pequeñita, pero todo esto no me ha ayudado a encontrar a la puta reina y eso.

—Apostaría a que, en estos momentos, el pobre está lamentando no haber tomado aquellas clases de vuelo. Pero contemple el paisaje, hágame el favor. Cadenas de colinas, bosques, arroyos que emulan venas de mercurio... Una belleza extraordinaria que deja sin respiración. Aun con máquina de respiración asistida, me temo. No, pero usted tampoco lo requeriría, supongo; no existen excesivas posibilidades de que usted sufra de una falta de oxígeno. Imagino que posiblemente le basten un par de moléculas diarias. Dios mío, mírese; convertirse en un vegetal supondría un ascenso en su caso.

»No obstante, debo ser justo y admitir que se ha deshecho de los ofensivos carnívoros con una notable tranquilidad. Casi han logrado intimidarme, pero usted los ha abordado calmosamente, ¿no es así? Sí; tiene agallas, amigo. Es una lástima que se encuentren donde debería hallarse su cerebro, pero, como creo haber dicho anteriormente, no se puede tener todo. Personalmente, no pensaba que el trono fuese tan importante. No parece existir enlace alguno entre este piso y el superior, pero debe de haberlo en algún lugar. Si yo fuera monarca, querría un paso rápido y accesible, por si las cosas se torcieran en el salón del trono. Curiosamente, no es frecuente encontrarse ante una línea de unión entre un trono y su estrado. Pero este no es el tipo de detalle que esperaría que usted apreciase, amigo sin cerebro.

Un día este puto bicho se la va a ganar, todo el día hablando y hablando en mi oreja y eso. Me lo quitaría de encima, pero no sé cómo hacerlo. Ni puta idea. Me siento en la silla grande esta, el trono, la trona, o como coño se llame, y cuando me siento resulta que esto empieza a subir, y el maldito familiar sigue dale que te pego en mi oreja.

Y lo mejor de todo es que este es Jimmy, ya lo verás.

—Vaya, menuda sorpresa. Un ascensor poco convencional, ¿no es así? Planta setenta y nueve: lencería femenina, ropa de cama y accesorios.

Vaya sitio más raro, es para alucinar. Una sala enorme con camas pequeñas y sofás y eso, y mujeres encima, pero las mujeres no están enteras, les faltan trozos.

Están todas tumbadas en las camas pequeñas y huele a perfume por todas partes y un tío raro y gordo llega todo brillante de aceite y con una voz de pito como las mujeres. Se frotaba las manos y cantaba con una voz fuerte y lloraba como una nena y tenía la cara llena de lágrimas y eso, así que me quedé sentado un rato y luego fui a dar una vuelta por ese sitio tan raro con el gordo persiguiéndome y el familiar clavado en el hombro.

Las mujeres todas estaban vivas pero les habían cortado trozos, ninguna tenía brazos o piernas, solo los cuerpos y las cabezas. Parecía como si hubieran estado en una batalla y eso, pero no tenían cicatrices en la cara o en el cuerpo, algún cabrón les había hecho eso. Pero estaban buenas, tenían las tetas grandes y buenos cuerpos y caras bonitas. Estaban atadas con correas y algunas también lloraban.

Joder, hay tíos que tienen gustos muy, pero que muy raros, sobre todo si esto es para la reina, pero los brujos y las brujas también son muy retorcidos y eso. Aunque el gordo no me seguía a mí porque creo que se estaba tirando a las tías esas, pero yo ya me estaba hartando y me lo cargué y luego encontré a unos bichos raros como mi familiar detrás de una cortina que iban vestidos con una ropa muy rara y eso.

No sé cómo no los he visto antes, pero se me acercan y empiezan a agacharse y a tocar con las manos una antorcha y se ponen a gritar. Les pregunto dónde está la reina y el maldito oro pero empiezan a hablar raro y eso, y no entiendo una mierda. Pero yo sé de uno que sí que lo entiende.

—Qué felicidad la del hombre indocto. Estoico aun cuando es vencido. El amigo de ustedes, me refiero al individuo obeso, colisionó con la espada de mi acompañante muscular hará unos instantes, un corte desafortunado, más aún si cabe que su lesión original. Creo que la paciencia de mi adjunto está mermando de forma considerable, y ya en circunstancias óptimas es mínima, con lo que, si no desean terminar como el susodicho gordinflón (bien cuando estaba vivo, bien como se encuentra en estos momentos), yo, en su lugar, cooperaría. Dicho lo cual, ¿cómo podemos encontrar a la reina? Ah, Molochius, sí, tú siempre fuiste el hablador, ¿no es cierto? Sí, por supuesto que quedarás libre. Tienes mi palabra. Aja, ya veo. El espejo. Solo plástico, imagino. Escasamente original, pero efectivo.

Corro el espejo de detrás de los bichos raros y salen unas escaleras que suben y eso. Cojonudo.

—Fantástico, descerebrado, ahora déjese llevar por su instinto natural y veamos adónde nos dirigimos.

Me cargué también a los tíos raros esos. Solo eran huesos y piel porque la espada casi no se manchó de sangre. Mejor, porque ya me estaba cansando y me dolía el brazo de tanto matar gente y eso. La reina estaba arriba de la torre en una habitación abierta y pequeña y muy alta, acojonaba un poco por la altura y eso. Pero, bueno, la reina estaba allí vestida con un vestido como de novia, pero negro, y una bola en la mano y me miraba como si yo diera asco o así. No está muy buena, pero no es tan vieja como me creía, te la podrías hacer a oscuras y todo. No sabía lo que tenía que hacer y sus ojos eran como raros, no podía dejar de mirarle los ojos y sabía que me estaba haciendo algo de magia y eso pero no podía moverme ni abrir la boca. Hasta el familiar se quedó callado un rato y todo, y luego dijo: «Mi pobre señora. Esperaba una lucha algo mejor. Esperad un momento, que debo cruzar unas palabras con mi amigo».

—¿Se sabe aquel del hombre que entra en un bar, con un cerdo en los brazos, ornado con una cinta roja de regalo, y el camarero le pregunta «¿de dónde lo ha sacado?», y el cerdo responde...?

«Él no importa», le dice la reina... ¡al puto familiar!Y yo que no puedo mover un maldito músculo y eso. Será zorra, lo que me ha hecho... «¿Cómo has salido?», pregunta.

—El viejo Xeronisus fue algo estúpido. Contrató a este bruto y luego intentó no pagarle. Este idiota ha sido astuto. Siempre afirmé que los viejos fraudes se sobrevaloraban. Imagino que olvidó en qué caja me había guardado y me clavó en el hombro de este memo pensando que yo era uno de esos familiares baratos con una garantía de dos días y la perspicacia de un juanete.

—¡Idiota! —le dice la reina—. No sé por qué te confié a él en primer lugar.

—Uno más entre vuestros muchos errores, querida.

¡Ya le daré yo errores cuando pueda volver a mover el brazo de la espada! ¡Los dos cabrones hablando como si yo no estuviera aquí!

—Entonces, vienes a reclamar tu lugar legítimo, ¿no es así? —dice la reina.

—Efectivamente. Y en el nanosegundo preciso, por lo que puedo apreciar; parece que las cosas se han descontrolado un poco bajo vuestro mando.

—Bueno, tú me enseñaste todo lo que sé.