El tío cachas baja por la pendiente, mira el castillo con atención, con los músculos tensos y balanceando la espada. De pronto, pone cara de sorprendido y empieza a balancear la espada más rápido, y en la pantalla se ve borroso y luego sale un rayo de luz y la imagen desaparece y el monitor se queda muerto.
—¡Oh, no! ¿Ahora qué pasa? —Intento salir de la cama, pero mis viejos músculos se ha convertido en gelatina o algo, y estoy sudando como un cerdo. El monitor resucita y muestra la puerta del castillo desde dentro.
—Mmm... —dice de nuevo el familiar, como si estuviera impresionado o algo así—. No está mal. Aquí hay una especie de presciencia limitada, podría jurarlo. Él sabía a ciencia cierta que el láser iba a dispararle. Posiblemente solo ve unos segundos hacia el futuro, pero lo bastante como para que resulte difícil de detener. Buen truco el del láser, probablemente algún campo reflectante de la espada. Tal vez el hecho de que la luz se haya proyectado justo en las cámaras sea una coincidencia, pero, de no ser así, tenemos un adversario valeroso.
—¡No puedo moverme! ¡Haz algo! Qué coño de adversario valeroso; ¡vámonos de aquí! ¡Pon el castillo a volar!
—Me temo que no hay tiempo—responde el familiar, increíblemente tranquilo—. A ver si la daga puede detenerlo.
—¡De puta madre! ¿Es lo único que tenemos?
—Me temo que así es. Eso y un par de esclusas de aire no muy útiles.
—¿Y ya está? Serás gilipollas... No sé por qué tuviste que dejar marchar a todos los guardas, y a los...
—Se debió a un error de apreciación, imagino —contesta el familiar, y bosteza. Salta sobre mi hombro y los dos miramos la puerta del castillo por dentro. La punta de una espada aparece a través del metal, cortando un círculo del mismo, que se cae al suelo y deja pasar al capullo del pelo rubio—. Campos —susurra el familiar—. La puerta de la esclusa tenía refuerzos de monofilamentos; y para cortarlos se necesitan cuchillas tremendamente afiladas. Tal vez el tipo lleve alguna clase de arma... aunque podría ser al revés, por supuesto.
—¿Dónde está la puta daga? —Ahora ya estoy gritando; no puedo moverme y estoy a punto de cagarme en la cama. El capullo del pelo rubio está caminando por dentro del castillo. Parece que lleva mucho cuidado, pero anda con decisión, con la espada preparada para cualquier cosa. Mira hacia un lado y sus ojos se encienden de furia.
La daga se le acerca, pero demasiado despacio; casi indecisa. El rubio no deja de mirarla. La daga se para en el aire, se cae al suelo y se va rodando a un rincón.
—¡Oh, no!—grito.
—Ya le advertí de que era una copia barata; tuvieron que equiparla con un circuito de identificación. Posiblemente, la espada de nuestro intruso (o su casco) emitieron una señal falsa. Lo ideal son los agentes independientes, capaces de formular sus propios juicios... motivo preciso por el cual no nos resultan del todo útiles.
—¡Deja de hablar como un comercial y haz algo de una puta vez! —le grito al familiar. Pero él encoge sus pequeños hombros grises y suspira.
—Demasiado tarde, me temo. Lo siento.
—¡Lo sientes! —berreo en su cara—. No es a ti a quien esperan en Hades, tío. Han tenido trescientos años para pensar en algo muy malo para mí; ¡trescientos putos años!
—Tranquilícese, viejo amigo. ¿No puede afrontar la muerte con un poco de dignidad?
—A la mierda la dignidad, ¡yo quiero vivir!
—Mmm... bien —dice el familiar mientras el capullo del pelo rubio desaparece del monitor. Se oye el ruido de un golpe fuerte al otro lado de la puerta de la habitación, y el suelo tiembla—. ¡Oh, no! —Me meo en la cama; es que no puedo parar—. ¡Mami! ¡Papi!
La puerta se abre de golpe. El capullo rubio está ahí de pie, ocupando todo el quicio. Aún es más grande de lo que parecía en pantalla. Y la puta espada es casi tan larga como yo. Me encojo en la cama, me tiembla todo el cuerpo. El guerrero tiene que agacharse porque si no el casco de cabeza de lobo toca con el techo.
—¿Q-q-qué pasa, colega? —le digo.
—No pasa nada —dice el tío mientras se acerca a la cama. Pedazo de mastodonte. Levanta la espada y apunta hacia mí.
—Va, tío, espera un momento, por favor. No puedes
Puede.
En la vida he sentido un golpetazo así, como si Dios me estuviera dando una paliza, o un millón de voltios me estuvieran atravesando. Veo estrellas y luces y me mareo. Puedo ver cómo la espada se cae sobre mí, centelleando en la luz, y puedo ver la expresión en la cara del guerrero, y oír un ruidito en mi oreja, un ruido como una risilla; juraría... que es como una risilla, de verdad.
El tío de la cama estaba muerto con el cráneo partido en dos, como un coco podrido. Y la cosa rara esa que tenía en el hombro desapareció en una nube de humo. Me mareé y vi estrellas y eso. Parecía que el tío de la cama era diferente del principio cuando entré en la habitación, no tenía el pelo tan gris y eso, me parece.
—Bien... parece que la transferencia funcionó. ¿Cómo se siente? —Era el casco que hablaba. Me senté en la cama y me lo quité y miré a la cabeza de lobo.
—Estoy un poco raro —le dije.
—Y no es el único —contestó y la cabeza de lobo me miró y sonrió—. Estoy gratamente sorprendido porque mi dilatado intelecto ha sobrevivido a la transliteración, completo e intacto, con lo que no puedo imaginar que, con la fidelidad de transmisión de tan colosal biblioteca de sabiduría mental, exista la más remota posibilidad de que su conato de conciencia no haya sufrido algún daño en el proceso. De todas formas, volviendo a lo que nos ocupa, los circuitos de nuestro medio de transporte se percatarán de que hay un intruso a bordo; y no captarán que usted es el legítimo propietario de su nuevo cuerpo, y todavía necesito algo de tiempo para resintonizar los circuitos telepáticos de este ridículo casco. Con lo cual, deberíamos marcharnos antes de que el castillo se barrene a sí mismo, lo que provocaría una explosión termonuclear si no me equivoco, problema del que dudo que ni yo, ni usted, ni su maravillosa espada pudieran protegernos, así que, mejor será que nos apresuremos.
—Vale, vale, tío —digo y me levanto y me pongo el casco. Estoy de puta madre, es como si hubiera soñado y me hubiera despertado; un sueño de ser un hombre viejo, como el que está tieso en la cama. Bueno, y qué coño importa. Es mejor que nos larguemos del castillo si la cabeza de lobo lo dice. Levanté la espada y salí corriendo afuera. Otra vez, no había ni un puto tesoro ni nada, pero no se puede tener todo, pero da igual, hay muchos castillos y magos ybárbaros viejos y eso...
»Menuda vida, ¿eh? ¡Es la leche!
Cuaternario
—¿Sabes? Hacía tres años que tenía el disco cuando me enteré de que el título era un juego de palabras. ¿De dónde eres?
—Soy de Fife—le dijo a Stewart, sacudiendo la cabeza.
—Bien, tío —respondió este.
—Dios, a veces soy tan estúpido... —murmuró, mirando con tristeza su lata de Export.
—Sí, tío —asintió Stewart—. Sí, tío. —Se levantó para darle la vuelta al disco.
Él miró por la ventana, contemplando las vistas de la ciudad y los lejanos árboles del Glen. Su reloj marcaba las 2:16. Ya estaba oscureciendo. Supuso que ya estaban cerca del solsticio. Bebió un poco más.
Se había tomado cinco o seis latas, y todo apuntaba a que tendría que quedarse en casa de Stewart a pasar la noche, o bien tomar un tren de regreso a Edimburgo. Un tren, pensó. Hacía años que no viajaba en uno. Estaría bien tomar un tren desde Dunfermline y pasar sobre el viejo puente; podría lanzar una moneda y desear el suicidio de Gustave, o que Andrea estuviese embarazada y quisiese tener a su hijo en Escocia, o...