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Con lo que todo el mundo estaba de acuerdo, sobre todo, era con esa última frase: «Algo no cuadra».

– ¿Y si, a pesar de todo, tiene que ver con Hassel como persona? -se aventuró Hjelm-. He echado un vistazo a sus textos maoístas de los años setenta, y son la leche.

Toqueteó la tirita que llevaba en la ceja y siguió.

– Supongamos que el Asesino de Kentucky es de la KGB y que la ola de asesinos en serie en Estados Unidos se ha importado en realidad de la Unión Soviética. De ahí que haya tantas víctimas sin identificar. ¿Tenía Hassel alguna información de los años setenta que no podía salir a la luz? ¿Era Hassel una persona que representaba un riesgo potencial para la seguridad? ¿O un traidor? ¿Un agente doble? Tal vez podríamos comentar esa idea de forma no oficial con Larner, a ver si se ha barajado antes…

– En tal caso -se animó Kerstin Holm- eso explicaría el largo período de inactividad. Simplemente lo mandaron a casa, a él o a todos, si es que era un grupo entero, después de la muerte de Brezhnev, a principios de los años ochenta. En esa época, la KGB empezó a reducir sus actividades, así que encaja muy bien. Luego, quince años más tarde, empieza a cundir el descontento en Rusia, los comunistas avanzan, sacan a los viejos agentes de la nevera y a nuestro amigo lo mandan de nuevo a Estados Unidos para volver a la carga.

– Una vez allí, termina con la lista americana y decide pasar a la sueca -Hjelm tomó el relevo-. Calcula el riesgo con una precisión profesionaclass="underline" ¿cómo puedo avisar a las futuras víctimas de que voy a por ellas sin que me detengan? Porque resulta obvio que se trata de llamar la atención de las personas a las que se va a ajusticiar. Se ha lanzado a una cruzada, con el objetivo de meterles el miedo en el cuerpo a todos los traidores. Que sepan que nunca se puede escapar del Estado soviético, que está vivito y coleando como un Estado dentro del Estado.

– Por otra parte -completó Holm-, es consciente de que al principio el mensaje sólo le llegará a la policía. Eso significa que ahora, o está esperando a que se produzcan las filtraciones habituales y que todo salga a la luz, o va a por la policía, y en ese caso a por un pequeño grupo de policías: justo los que sabe que se encargarán del caso.

– Si resulta que alguien aquí -continuó Hjelm-, en el Grupo A o en esferas más altas, tiene un pasado parecido al de Lars-Erik Hassel, que ande con cuidado…

– Y que se dé a conocer -añadió Holm.

– Que salga del armario -concluyó Hjelm.

Se hizo el silencio. De pronto, no sólo habían entrado en el terreno de la política internacional y la continuación de la guerra fría, sino que también habían involucrado al Grupo A de forma personal en la investigación. ¿No sería una teoría demasiado rebuscada?

El Asesino de Kentucky ¿iba a por uno de ellos?

– ¿Qué sabemos del pasado de Mörner? -insinuó Hjelm con malicia.

En medio de las miradas desconfiadas que se movían de uno a otro, Hjelm se cruzó con la de Kerstin. Su mirada cómplice, la primera en meses, lo expresaba y lo ocultaba todo. Ella esbozó una sonrisa indescifrable y cautivadora.

Hultin no sonreía.

– No creo que Mörner sea un riesgo para la seguridad de nadie más que para él mismo -zanjó adusto-. ¿Hay alguien que quiera salir del armario?

Nadie parecía estar por la labor.

Hultin continuó con una voz suave como la seda.

– No tengo nada en contra de las especulaciones, pero con ésta os habéis ganado el gran premio a la paranoia. Partiendo de la banal circunstancia de que el cadáver fue descubierto antes de que aterrizara el avión, sacáis la sagaz conclusión de que la KGB va a por nosotros porque uno del grupo podría haber tenido contactos con la KGB; que toda la ola de asesinatos en serie en Estados Unidos se basa en el adoctrinamiento soviético, que las veinticuatro víctimas, de las que no sabéis nada, eran traidores soviéticos, y que todo esto se le ha escapado por completo al FBI. Casi nada.

– Pero tienes que reconocer que ha sido divertido, ¿verdad? -repuso Hjelm con la misma suavidad.

Hultin lo ignoró y alzó la voz.

– Si resulta que existe alguna relación con las intrigas políticas de alto nivel internacional, nosotros no seremos más que una insignificante ficha en ese juego. Ni Larner ni yo hemos pasado por alto esa posibilidad. Pero en ese caso, ni será como lo describís vosotros ni, me temo, llegaremos nunca al fondo del asunto.

– De todos modos -dijo Kerstin Holm-, tengo la sensación de que hay muchas cosas que se nos ocultan.

– Vamos a hacer lo siguiente -propuso Hultin con actitud conciliadora-. Kerstin, tú te ocupas de las víctimas americanas: ¿qué dice el FBI sobre esas personas? ¿Existe algún vínculo entre ellas? ¿O entre ellas y Suecia? Mira si desde tu punto de vista puedes encontrar algo que se le haya escapado al FBI. Un hueso duro de roer, sí, pero tú te lo has buscado.

Hultin revolvió sus papeles y por un momento pareció igual de perdido que éstos. Luego se recompuso y continuó.

– En realidad, convoqué esta reunión para que escucháramos a Jorge, que ha estado toda la noche navegando por internet.

Chávez parecía algo alterado. Para el que pasa mucho tiempo en la red, la paranoia no deja de ejercer una atracción constante; Chávez daba la impresión de sentirla pero, sobre todo, de estar muy cansado.

– Bueno -empezó-. No sé si tenemos fuerzas para escuchar muchas más teorías ahora, pero, en fin, llevo horas chateando en la página web de la FASK, la Fans of American Serial Killers, una organización clandestina que está bien oculta en la red. Para acceder he tenido que recurrir a unas cuantas artimañas y también, debo reconocer, a una considerable inversión económica. Al Asesino de Kentucky lo conocen como K, y es un gran héroe para esos chalados de la FASK. Sabían que K había vuelto a asesinar, pero no, por lo que he podido ver, que se hubiera ido a Suecia. Supongo que eso indica que los contactos de esta organización no llegan muy arriba.

– Espero que no hayas dejado ningún rastro que los pueda conducir hasta nosotros -se inquietó Hultin, cuyos conocimientos de los entresijos de la red eran muy limitados.

– Me camuflé bien -replicó Chávez lacónico-. De todos modos, circulan bastantes teorías acerca de K que creo que nos conviene conocer. La mayoría son ideas tan peregrinas como las de Kerstin y Paul, pero hay otras más sensatas. Ellos también barajan la teoría de que se trata de alguien con cierta profesionalidad. Un par de ellos piensan que K es un militar de alto rango. Al parecer, detrás del Commando Cool de Vietnam se ocultaba un alto oficial que dependía directamente del presidente. Su identidad se desconoce, Larner nunca consiguió identificarle, pero en estos círculos lo llaman Balls; al parecer, no han visto las películas de la Pantera Rosa. Corre el rumor de que fue ese tal Balls quien inventó las terribles tenazas y que luego pasó a desempeñar un cargo importante en el Pentágono. En cambio, el sospechoso de Larner, el que tiene nombre de cantante de country y que se mató en un accidente de coche…

– Wayne Jennings -dijo Hultin.

– Gracias. Según FASK, Jennings no era más que un ayudante de Balls, que es quien habría estado al mando de las operaciones más importantes en Vietnam. Están convencidos de que Balls es K. Probablemente a estas alturas ya será general. Según sus fans, dejó de matar cuando fue trasladado a Washington y logró sacarse Vietnam de la cabeza. Luego supuestamente lo retomó al jubilarse. En fin, un razonamiento que me parece bastante coherente.