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– Pero no puede ser tu Balls el que esté aquí ahora -objetó Hultin-. No creo que viaje con el pasaporte de alguien que tiene treinta y dos años.

Chávez asintió con toda la energía que le permitió su cansancio.

– Cierto, y eso pone en cuestión el argumento del FBI. La verdad es que la teoría de que el Asesino de Kentucky ha viajado a Suecia tiene muy poca base. Es una conclusión rápida exigida por las circunstancias, pero que se fundamenta en algo tan trivial como que Hassel no llevaba un billete de avión encima. Luego, esa apresurada teoría se convirtió en axioma. No sabemos ni siquiera cuándo mataron a Hassel. Puede que cuando estaba en el aeropuerto decidiera quedarse un día más porque se le había olvidado hacer no sé qué. Tal vez fue el propio Hassel quien llamó para cancelar el vuelo y luego tiró el billete. Quizá se quedó un rato rondando por el aeropuerto para tomarse una copa; y de camino al baño lo atacan y lo matan. Mientras tanto, un delincuente joven con pasaporte falso se presenta en el aeropuerto, huyendo de unos corredores de apuestas a los que ha engañado o algo por el estilo, y se va en el primer vuelo internacional que encuentra. Quedan doce minutos para que salga el avión a Estocolmo y sube a bordo. En tal caso, el Asesino de Kentucky no habría abandonado Estados Unidos. ¿Qué os parece?

Hultin recorrió la sala con la mirada. Como no dio con nadie que se prestara a ello, no tuvo más remedio que ser él mismo el portavoz de las objeciones. Y lo hizo con todos los honores.

– Aparte de que, en general, hay demasiadas casualidades, me parece absurdo que Hassel fuera al aeropuerto para, una vez allí, cambiar de opinión, pasar olímpicamente de facturar con la hora de antelación exigida, esperar más de media hora y luego llamar por teléfono para cancelar la reserva en vez de acercarse sin más al mostrador.

– Me recuerda al típico comportamiento de un alcohólico -intervino Gunnar Nyberg-. A lo mejor llega tarde, deambula por allí medio perdido, descubre que se le ha pasado la hora de la facturación y llama para no tener que enfrentarse con el desprecio de las azafatas del mostrador. Luego sigue empinando el codo en el aeropuerto y le busca las cosquillas a la persona menos adecuada. Si Hassel fuera alcohólico, la hipótesis de Jorge me convencería más.

– El problema -dijo Hultin fríamente- es que la autopsia no indicaba ninguna concentración elevada de alcohol en la sangre. Ni de drogas tampoco. Algo que sabrías si hubieses leído el informe de Larner.

– ¿Qué pasó con el equipaje? -insistió Nyberg como para confirmar las sospechas de Hultin.

– Lo tenía junto a él cuando lo encontraron, lo cual no hace más que reforzar la imagen de frialdad en la ejecución del crimen. No sólo consiguió meter a Hassel en un cuarto de la limpieza en medio de la muchedumbre de Newark, sino también su equipaje.

Suspiró y concluyó:

– Intentemos mantener la cabeza fría y ser lógicos. La cancelación llegó diecisiete minutos antes de la salida del avión. El personal, como es natural, dio por descontado que se trataba del propio Hassel y que la llamada era externa. Pero si llamó desde fuera para cancelar, ¿por qué ir al aeropuerto? Porque lo que parece claro es que fue al aeropuerto: por un lado, el estudio forense del cuarto de la limpieza demuestra que con toda probabilidad fue el lugar del crimen; y por otro, habría sido imposible atravesar el aeropuerto lleno de gente cargando con un cadáver. ¿De acuerdo? Por lo tanto, quedan dos posibilidades: una, que el propio Hassel llamara desde dentro del aeropuerto, algo que sería absurdo, ya que: a) si estaba allí le habría dado tiempo a coger el avión, como hizo Reynolds cinco minutos más tarde; o b) si se arrepintió en el último momento, entonces, ¿por qué llamar? ¿Por qué no darse la vuelta y coger un taxi a Manhattan? Y dos, que otra persona hiciera la llamada en nombre de Hassel; y si otra persona llamó, es que tenía buenas razones para hacerlo. Y en estos momentos la razón de más peso parece ser que quería, a cualquier precio, coger el avión para Estocolmo. La hipótesis del comisario Hayden de Newark sigue vigente, si no como axioma, al menos como hipótesis de trabajo.

– De acuerdo -reconoció Chávez, quien daba la impresión de haber esnifado amoníaco en su rincón del cuadrilátero-. De todas maneras, no era mi hipótesis principal; ésa se basa en Balls. Si resulta que nuestro hombre es un general retirado, no le debería suponer mayor problema ir dejando pistas falsas. Seguro que tiene a su disposición montones de ambiciosos oficiales treintañeros que se prestarían a hacer de su doble sin preguntar. Quizá Balls pensaba que ya era hora de quitarse de en medio al FBI; quizá ya le empezaba a irritar la obstinada persecución por parte de Larner. ¿Y cómo podía desarmar al FBI? Pues abandonando el país. El FBI no es la CIA. Su campo de actuación está muy definido: dentro de las fronteras de Estados Unidos. Por lo tanto, es cuestión de elegir un país donde los recursos policiales sean escasos, las prioridades incomprensibles, los jefes nombrados de forma sumamente rara… En resumen, donde resulte probable que la policía la líe. Luego asesinas a un ciudadano de ese país, te quedas con su billete de avión y envías al doble al país en cuestión, de forma que el FBI se convenza de que has logrado escapar. Al igual que Paul y Kerstin, considero que puede haber un mensaje en esa curiosa secuencia de acontecimientos del aeropuerto, pero creo que ese mensaje más bien va dirigido al FBI. Toda la parte sueca de este caso puede perfectamente ser falsa. Dudo que el Asesino de Kentucky se halle en Suecia. Entró el doble, cambió de pasaporte y regresó sin abandonar el aeropuerto; y en su país le esperaba un general retirado pero todavía con suficiente poder como para darle un buen empujón a su carrera.

El Grupo A parecía estar en las últimas. Al borde de la muerte súbita. Durante la última hora habían surcado el aire tantas hipótesis que ventilar empezaba a ser urgente. Viggo Norlander, que mantenía un perfil bajo tras su actuación en el aeropuerto y había permanecido callado como un colegial al que han castigado de cara a la pared, intervino ahora para resumir la situación.

– En otras palabras, estamos dando palos de ciego.

– Exacto -asintió Hultin de buen talante.

9

Transcurrió un día.

Y el día siguiente.

Y otros cuantos más.

No ocurrió nada. Ni siquiera hubo titulares en la prensa. El Grupo A pudo actuar con tranquilidad, algo que, en cierta forma, hizo que vivieran aquel período de ocio con mayor frustración, si cabe. Simplemente, no tenían nada que hacer. Ni siquiera quitarse de encima a los reporteros, lo que, a pesar de todo, siempre producía una especie de satisfacción agridulce.

Desde los distintos puntos del país les iba llegando información de todas las muertes denunciadas a la policía, así como de los casos que implicaban a ciudadanos norteamericanos. Nada de eso parecía muy prometedor. El Asesino de Kentucky no se movía. O eso o se había adaptado a la vida sueca hasta el punto de haber empezado a asesinar discretamente a los viejos con demencia senil de una residencia en Sandviken. O tenía doce años y la había emprendido a patadas con una mujer embarazada, rompiéndole varias costillas y provocándole así el parto en plena calle; o había violado y asesinado a una prostituta de sesenta y dos años en un ropero portátil; o había metido a un bebé de un año en el congelador; o se había quitado la vida con espray nasal; o había confundido el aguardiente casero y el ácido sulfúrico o se había abalanzado sobre el vecino con un arma tan original como un rastrillo recién afilado. Oficialmente era Nyberg quien se encargaba de comprobar las muertes en extrañas circunstancias, pero en realidad todos pasaban del tema. Nyberg prefería moverse por los bajos fondos, donde se dedicaba con absoluta tranquilidad a incordiar a pequeños delincuentes de la vieja guardia.