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– Entonces supones que el robo en la nave de LinkCoop no tiene relación con el caso -intervino Gunnar Nyberg.

– Exacto. No consigo que el robo frustrado en un almacén de material informático encaje en este escenario. ¿Alguien opina otra cosa? ¿No? Pues sinceramente creo que es un incidente que no tiene nada que ver. Se me ocurre que quizá el robo se frustró porque los ladrones, por casualidad, presenciaron un crimen bastante más grave y pusieron tierra de por medio.

– O tal vez lo que sucedió fue algo distinto -reflexionó Kerstin Holm-. Creo que aciertas en que se trataba de un crimen bien preparado, aunque sólo en lo que se refiere a Lindberger. La garganta de ese pobre hombre recibió, como sabemos, una visita de las famosas tenazas. Pero si resulta que el Asesino de Kentucky también es el autor de los disparos que mataron a John Doe, entonces sería la primera vez que cambia su modus operandi. Supongamos que nuestro John Doe es el ladrón y que, por casualidad, ve al asesino mientras éste arrastra a su víctima hacia el coche; es descubierto y le pegan dos tiros. Apuesto a que el asesinato del diplomático fue deliberado, pero no así el de John Doe.

Hultin asentía tranquilo. Luego cambió de tema.

– Bien, volvamos a la cuestión fundamental. ¿Por qué vino el Asesino de Kentucky a Suecia? De algún modo, Gallano y él se conocían, eso es evidente, pero ¿era Gallano en realidad el objetivo de su viaje? ¿Es posible que resolviera inmediatamente el asunto que le hizo venir, o sea, matar a Gallano, y que todo lo demás no sea más que una manera de saciar su sed de sangre? Puede que tras pasar nueve claustrofóbicos días con un cadáver cada vez más hediondo el deseo de matar se volviera demasiado imperioso. ¿O era Gallano sólo un medio y Eric Lindberger el verdadero objetivo? El lugar del crimen da a entender que sí: no resulta demasiado probable que alguien vaya en plena noche a un puerto desierto para buscar posibles víctimas al azar. No, él sabía que Lindberger estaría allí. Por lo tanto, es importante que también le investiguemos a fondo.

– Pero tampoco podemos dar por sentado que Lindberger estuviera allí -objetó Kerstin Holm-. El asesino pudo haberlo transportado hasta el puerto. Tal vez lo eligió sin más en la calle, lo durmió y lo llevó a un lugar desierto con los locales adecuados; o quizá Lindberger lo acompañó de forma voluntaria porque, por algún motivo, habían concertado un encuentro. Tanto la víctima como el lugar podrían haber sido escogidos al azar.

Hultin asentía de nuevo; comenzaba a acostumbrarse a ver sus hipótesis hechas trizas. ¿Se estaría haciendo viejo? ¿Era hora de dejar el mando al copiloto? Kerstin Holm -que muchos años después, en efecto, se convertiría en su sucesora- era mucho copiloto para él en ese momento.

– Tenemos que dar con el lugar del crimen -fue lo único que dijo-, pero me temo que sólo por la zona donde encontramos a John Doe habrá centenares de locales.

– Pues LinkCoop me parece el lugar más lógico por donde empezar -comentó Nyberg, que no podía quitarse de la cabeza la visita a la empresa.

– A pesar de todo sabemos muy poco del Asesino de Kentucky -dijo Hultin con renovadas fuerzas-. Kerstin, tú eres la que mejor controla el tema. Nos falta bastante información, ¿verdad?

– Si queremos encontrar la relación con Suecia, creo que debemos ir allí para poder consultar al FBI de manera continuada, y en especial a Ray Larner. Ésa es mi opinión. No creo que los norteamericanos reconocieran una conexión sueca ni aunque les mordiera el culo. Apenas saben dónde está Suecia. Ya sabéis: el país de los relojes suizos y los osos polares andando por la calle…

Holm hizo una pequeña pausa antes de seguir.

– Esta vez se nos ha escapado por culpa de esos juristas borrachos. Podemos investigar a Gallano, sus redes de narcotráfico, a Lindberger, LinkCoop, el Ministerio de Asuntos Exteriores y todo lo que queráis, pero creo que la única manera de continuar a partir de ahora es por la vía norteamericana. Tenemos que averiguar quién es y qué hace aquí. Si llegamos a comprender eso, entonces quizá lo cojamos. Si no, lo veo muy difícil.

– Bueno, ya no cabe duda de que se encuentra aquí -indicó Hultin-. Gastar el dinero del contribuyente en una estancia en Estados Unidos antes de estar bien seguros de eso habría sido imposible. Ahora la situación es diferente. Además, tenemos bastantes datos que contrastar e incluso que ofrecer al FBI. Mañana hablaré con Mörner, a ver si me da el visto bueno para mandar a dos de vosotros a Estados Unidos. Por una parte, la persona que mejor conoce el material, que serías tú, Kerstin, y por otra, alguien más… mmm -murmuró mientras echaba de soslayo una áspera mirada a Hjelm-… más de acción.

Hjelm dio un respingo. Muy a su pesar, ahora, cuando por fin todo estaba en marcha, se hallaba sumamente distraído. Acababa de vérselas en un sótano en medio del bosque con un cadáver en avanzado estado de putrefacción que además había sido torturado de forma atroz; y, por si eso fuera poco, cuando volviera a casa esa misma noche debía averiguar si su hijo era o no un drogadicto. Acto seguido le dicen que debe ir a Estados Unidos, y encima acompañado de Kerstin, nada menos. Demasiado como para asimilarlo así como así.

– Lagnmyr va a por ti -añadió Hultin inexpresivo-. Es un buen momento para desaparecer del mapa.

– ¿Quieres que me vaya a Estados Unidos? -exclamó Hjelm desconcertado-. ¿Y quién coño es Lagnmyr?

– Svante Ernstsson dio la cara por ti todo lo que pudo -continuó Hultin impasible-, pero por lo visto Lagnmyr no se lo tragó. Dudo que conociera la existencia del punto de vigilancia que destapaste, pero lo que está claro es que no te tiene mucho aprecio. Así que, ¿por qué no te vas una temporada a Estados Unidos? Podéis contarle a Larner vuestras teorías sobre la implicación de la KGB; seguro que le encantan.

– Pero yo no me puedo ir a Estados Unidos -protestó Hjelm sin salir de su confusión-. Pero si es aquí donde está pasando todo.

– Bueno, ya veremos -dijo Hultin calmando los ánimos-. Prepárate de todas formas, por si acaso. Provisionalmente, la organización del trabajo será la siguiente: Paul y Kerstin van a Estados Unidos; Jorge se ocupa de Gallano; Gunnar trabaja con la pista de LinkCoop; Viggo sigue con John Doe, y Arto investiga a Lindberger y el Ministerio de Asuntos Exteriores. ¿Estamos?

Nadie dijo nada. Comenzaban a acusar el cansancio.

– Otra cosa -añadió Hultin con un ligero tono de resignación-. Ya no podemos ocultar este caso a los medios de comunicación. Pronto empezará la carrera por los titulares más espectaculares. El ambiente social sin duda cambiará y se caldearán los ánimos. Se instalarán centenares de miles de cerraduras de seguridad por toda Suecia, se comprarán miles de armas, legales e ilegales, y las empresas de seguridad harán su agosto. Hasta este momento, los asesinos en serie estadounidenses han sido una amenaza exótica y muy lejana, pero ahora ése es el clima social en el que nos vamos a ver inmersos de repente. La última ráfaga de inocencia desaparecerá en el tornado de una desconfianza generalizada. Nadie se atreverá a volver la cabeza y mirar para atrás.

Hultin se inclinó sobre su mesa.

– El diablo está aquí, señoras y señores, y aunque lo atrapemos, ningún exorcismo podrá expulsar jamás lo que ha traído consigo.

19

Paul Hjelm recorría las calles de su barrio bajo la única protección de un paraguas decorado con un sinfín de logos policiales que había cogido prestado en comisaría. La lluvia no daba señales de ceder ni un ápice. Lo único que los negros cielos nocturnos le podían ofrecer eran presagios de ese diluvio que, cada vez con mayor frecuencia, aparecía en sus pensamientos.