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– Entonces, llegamos al momento de tu desaparición. En ese coche se halló a una persona que tenía tus dientes.

– Nos llevó muchas semanas organizar aquello. En pleno desierto, trabajando por la noche. Colaboradores preparados para entrar en acción. Equipamiento montado. Una dentadura perfecta. Un agente soviético disfrazado y con dientes nuevos. Un agujero en el suelo donde esconderse un día o dos con todo el equipo. Todo es posible, lo imposible lleva sólo algo más de tiempo.

Hjelm se sintió abrumado por lo que estaba oyendo y no pudo resistirse a preguntar:

– ¿Cuáles son esos ideales por los que trabajas? ¿Cómo es la vida que defiendes con tanta violencia?

– Como la tuya -replicó Wayne Jennings sin dudar ni un instante-. No como la mía, sino como la tuya. Yo no tengo vida. Yo morí en Vietnam. ¿Crees que esa vida libre y privilegiada que llevas no tiene un precio? ¿Crees que Suecia es un país neutral? ¿Sin alianzas?

Hizo una pequeña pausa y se quedó mirando la pared. Luego desvió la vista hacia Norlander. Se cruzó con una mirada llena de odio. No debía de ser la primera vez. La ignoró.

– ¿Dónde está Gunnar Nyberg? -preguntó de repente.

– Cuidándose la mano rota. ¿Por qué?

– Nadie me había derribado nunca, ni nadie me había engañado de esa manera. Pensaba que era un idiota.

– Se identifica con Benny Lundberg. Estuvo con él durante los momentos de mayor sufrimiento. Su calor le salvó la vida. ¿Eres capaz de entender eso?

– El calor salva más que el frío. Desgraciadamente se necesita el frío también. Sin él, el enemigo impondría una eterna era glacial sobre la Tierra.

– La historia de Lindberger, ¿va de eso? ¿De un eterno frío? ¿Armas nucleares? ¿Armas químicas? ¿Biológicas? ¿O es LinkCoop? ¿Ordenadores? ¿Dispositivos de control de armas nucleares? ¿Arabia Saudí?

Jennings sonrió ensimismado. Quizá estaba, incluso, un poco impresionado por la policía sueca. Y por Paul Hjelm.

– Sigo pensando en ello. Podría pediros que contactarais con una determinada organización, pero no sé… No está exento de riesgos.

– ¿Es que no entiendes que estás acusado de veinte asesinatos y del intento de otro? ¿Que eres un criminal? ¿Un enemigo de la humanidad? ¿Alguien que ha aniquilado toda la dignidad humana que nos ha llevado miles de años construir? ¿O te imaginas que puedes salir de aquí cuando te dé la gana? ¿O es que tal vez estás simplemente esperando el momento más oportuno para levantarte de la silla, librarte de las esposas y arrancarme la cabeza?

En los labios de Jennings se volvió a dibujar esa sonrisa que jamás alcanzaba los ojos.

– Ningún ser humano debe convertir a otro en una máquina de matar.

Hjelm miró a Hultin. De repente se sintieron amenazados; lo único que los separaba de esa auténtica máquina asesina eran unas esposas.

– No matas a policías -aseveró Hultin con absoluta convicción.

– Sopeso los pros y los contras de cada situación. La alternativa más ventajosa gana. Si yo hubiese matado a ese policía -señaló con la cabeza a Norlander-, ahora no me estaríais tratando con tanta amabilidad. Y entonces habríamos tenido problemas.

– ¿Estás diciendo que sabías que íbamos a detenerte? ¡Venga, hombre! ¡Y una mierda!

– Ocupaba el lugar número quince en la lista de posibilidades. Cayó al diecisiete tras la visita de Nyberg. Por eso no estaba alerta. Excelente estrategia en esa operación, por cierto.

Jennings cerró los ojos, calculando los pros y los contras. De pronto, con un rapidísimo movimiento, se quitó las esposas.

Chávez fue el primero en desenfundar la pistola. Luego Holm. Norlander el tercero. Söderstedt fue muy lento. Hultin y Hjelm se quedaron quietos.

– Buena reacción allí en el rincón -alabó Jennings mientras señalaba a Chávez-. ¿Cómo te llamas?

Chávez y Norlander se acercaron con las pistolas en alto. Hjelm sacó la suya por si acaso. Los tres lo apuntaban mientras Holm y Söderstedt lo esposaban de nuevo, con mayor dureza esta vez.

– Durante todo un mes me entrené única y exclusivamente para quitarme las esposas -comentó Jennings tranquilo-. O sea, treinta días, a jornada completa, para que nos entendamos.

– Vale -convino Hjelm-. Lo has dejado claro. Entonces, ese cálculo de pros y contras, ¿qué resultado dio el seis de abril de 1983?

Jennings realizó una búsqueda rápida por los recovecos de la memoria.

– Entiendo -dijo con una fugaz sonrisa.

– ¿Qué es lo que entiendes?

– Que no eres un mal policía, Paul Hjelm; no, nada malo.

– ¿Por qué escribiste esa carta a tu mujer?

– Debilidad -contestó Jennings con voz neutral-. Pura y dura. La última.

– ¿Y el episodio con Nyberg?

– Ya veremos -respondió crípticamente.

– Hallamos la carta, casi quemada del todo, en el apartamento de Lamar.

– ¿Fue allí donde encontrasteis mi nombre?

– No, por desgracia. Entonces, Benny Lundberg no estaría ingresado en el Karolinska, medio muerto. ¿Por qué escribiste tu nuevo nombre? No creo que a Mary Beth le importara cómo te llamabas. Eso fue casi infantil. Y condujo a Lamar hasta aquí y lo mató.

– Fue una despedida de los últimos restos de vida personal que me quedaban. La carta debía haberse quemado inmediatamente. Ella no lo hizo y así se vengó de mí.

– O quería un último recuerdo del hombre al que una vez cometió el error de amar. Se llama sentimientos humanos. Para ti debe de ser algo que tenemos los demás, algo que se puede explotar.

– Era un último adiós -repitió Jennings.

– Pues ese adiós le costó la vida a toda tu familia. Hizo que tu hijo te buscara y que muriera asesinado por su propio padre. Y provocó el suicidio de tu mujer. Bonita despedida.

¿Sería posible herir sus sentimientos? Jennings observó a Hjelm. Los ojos se habían entornado de nuevo. ¿Había dado con un punto débil?

– ¿Se quitó la vida? No lo sabía.

– Tus acciones nunca son aisladas. No se puede matar a gente sin que tenga consecuencias imprevisibles. Propagas nubes de muerte y desolación a tu alrededor, ¿no lo entiendes? ¿Sabes cuántos asesinos en serie se han inspirado en ti? Tienes un club de fans en internet. Eres una jodida leyenda. Hay camisetas K; pequeñas galletas en forma de K con el texto The Famous Kentucky Killer, chapas donde pone Keep on doing it; versiones en regaliz de tus tenazas. Nadie ha contribuido más que tú a que haya tantos asesinos en serie campando a sus anchas en ese país que pretendes proteger. Eres un loco al que hay que detener. ¡Tenías que haberte parado a ti mismo, joder!

– No estoy solo -dijo mirando al techo-. Soy un profesional. Obedezco órdenes y cobro mi nómina a final de mes. Si yo desaparezco, queda un puesto libre y habrá muchos candidatos.