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Pero allí estaba, y de ahí no se movería. De repente lo había visto todo claro. El pasillo de LinkCoop. Cómo había caminado hacia Robert Mayer. El gesto de éste. El pequeñísimo movimiento en dirección al bolsillo de la americana. La mano que se retiró, anulando así la gélida recepción a punta de pistola que tenía preparada.

De aquí no se movería.

Mientras tanto, Arto Söderstedt se acercó a su pizarra, repleta de anotaciones y casillas.

– Éstas son todas las notas del matrimonio Lindberger. Las de Justine a la izquierda y las de Eric a la derecha.

– ¿Hay algo que pueda ser el nombre de un barco, una fecha o el nombre de un puerto? -preguntó Hultin antes de añadir-. ¿O algo que parezca codificado?

Söderstedt se rascó la nariz.

– Es posible que se reuniera de vez en cuando con un contacto codificado como S. Es una de las cosas que borró de su filofax antes de mostrármelo. Ella afirma que se trata de sus sesiones de footing. S como en Stretching. Desgraciadamente no hay más información sobre esa anotación. El otro dato que eligió eliminar fue el supuesto amante, Herman, en Bro. No hay ninguna otra anotación acerca de él tampoco. Tiene tres amigas con las que parece mantener una estrecha relación: Paula, Petronella y Priscilla. Dispongo de sus nombres completos y direcciones. Además, procede de una familia bastante grande y, por lo visto, también relativamente unida. Todo eso habría que comprobarlo. Luego por aquí hay algunas cosas que quizá, a pesar de todo, podrían tener importancia. Un pequeño papelito con la anotación «Vikingo azul». Puede ser un código, o un lugar -por ejemplo, un restaurante-, pero no he encontrado nada. Quizá esto también nos lleve a algo, aunque no he conseguido sacar más en claro: pone «orphlinse», nada más. Estaba en un pequeño póstit. Por otra parte, quería informaros de que fue en el mercado Östermalmshallen donde Justine se escabulló de sus mediocres vigilantes.

– Tenemos que repartirnos esto -decidió Hultin-. Paul, tú intentas buscar a Herman en Bro. Kerstin, tú te encargas de las amigas y la familia; llama a todos a los que puedas encontrar. Viggo, tú hablas con los de la vigilancia para averiguar exactamente cómo y cuándo desapareció; llévalos al mercado. Jorge, tú te encargas del Vikingo azul y de la otra anotación en el póstit. Arto, tú y yo vamos a echar un vistazo a la actividad de los puertos en Suecia. Hay unos cuantos. Venga, vamos.

Hjelm descubrió que Bro era una ciudad dormitorio con seis mil habitantes situada entre Kungsängen y Bålsta. Con la ayuda de distintas bases de datos dio con ocho residentes llamados Herman. Descartó a dos que eran pensionistas. Los otros seis posibles amantes de Justine Lindberger tenían entre veintidós y cincuenta y ocho años. Los llamó a todos. Tres no estaban, y ninguno de los restantes admitió conocer a una mujer con ese nombre, a pesar de que el policía insistió en la importancia del asunto y les garantizó confidencialidad absoluta, algo que acabó cabreando a uno de los entrevistados, un tal Herman Andersson, de cuarenta y cuatro años. Tras unas cuantas gestiones consiguió al final averiguar los lugares de trabajo de los tres individuos con los que aún no había hablado y contactar con ellos. Ninguno conocía a Justine y todos daban la impresión de estar auténticamente sorprendidos. De golpe y porrazo se quedó sin nada que hacer, cosa que tras un par de minutos le volvió loco. Entonces, decidió ir a Bro. Lleno de malos presagios de diversa índole, dejó su despacho para dar una vuelta por la provincia de Uppland. Eran las tres en punto y seguía lloviendo a cántaros.

Kerstin Holm habló con las PPP: Paula Berglund, que tras llorar como una Magdalena porque a Justine la perseguía un loco asesino hizo memoria y recordó unas imprevistas excursiones de su amiga a Västerås, Karlskrona y, quizá, también a algún otro sitio; Petronella af Wirsén, que prorrumpió en sonoras carcajadas al saber que Justine había burlado a la policía, suponía que su amiga se hallaba en su piso en París o en el chalet del archipiélago; y, por último, Priscilla Bäfwer, a quien le vinieron a la mente algunos viajes inexplicados a Gotland, Södertälje, Halmstad y Trelleborg. La familia se mostró bastante más reacia, pidiendo de forma unánime todas las cabezas del cuerpo policial sueco en una gigantesca bandeja. Pobre Justine, mira que es despistada, dijo la única pariente algo comunicativa, una tal Gretha, tía paterna, a la que Kerstin Holm consiguió localizar por pura casualidad. Según la tía, Justine era la que siempre se desviaba del patrón familiar, la que nunca se había interesado por el dinero ni por el poder, la que se compadecía de las pobres ovejas descarriadas y desfavorecidas de la viña del Señor. En cuanto a la enorme fortuna de Justine, la tía Gretha fue de lo más escéptica; simplemente se negó a creer que pudiera ser suya.

Jorge Chávez luchaba con sus póstits. Movilizó toda su energía y toda su inteligencia matemática para intentar desentrañar dos anotaciones que Justine Lindberger había dejado en sendos póstits encima de su mesa en el ministerio: «Vikingo azul» y «orphlinse». Tras haberle dado vueltas a diversas posibles soluciones codificadas, tiró por el camino más recto y consiguió encontrar unos restaurantes en distintos lugares del país que se llamaban el Vikingo Azuclass="underline" Café Vikingo Azul, en Härnösand; el Restaurante Vikingo Azul, en Halmstad; Café Vikingo Azul, en Visby; así como dos puestos de comida rápida con el mismo nombre en Teckomatorp y en Karlshamn. Las ciudades de Härnösand, Halmstad, Visby y Karlshamn tenían puerto. Respecto al segundo papelito, se maldijo a sí mismo por haber tardado tanto en colocar un punto en «orphlinse» para así convertirlo en «orphlin.se», es decir, la dirección de una página web sueca. Se trataba de la sección de Orpheus Life Line en Suecia, una organización humanitaria internacional orientada en especial a Irak. El canto de Orfeo resultaba tan apasionado y conmovedor, ponían en su manifiesto, que conseguía resucitar a los muertos. Era el ideal de la organización, cuyas actividades se centraban actualmente en Irak, donde después de la guerra del Golfo, los bloqueos y las crisis de los inspectores de armas, la vida se había convertido en un auténtico infierno. Se mencionaba toda una serie de puntos donde los derechos humanos no se respetaban. Al parecer, la supervivencia de la organización se basaba en mantener la identidad de los miembros en secreto, la única forma de actuar con cierta seguridad en el país de Saddam. Chávez se preguntaba por qué la dirección de Orpheus Life Line se había hallado sobre el escritorio de Justine Lindberger. ¿Se trataba de un interés general por la situación en el mundo islámico? ¿O había algo más concreto detrás?

Viggo Norlander llegó al mercado de Östermalmshallen seguido muy de cerca por dos avergonzados compañeros. Uno de ellos, el subinspector Werner, había permanecido en el coche aparcado en la plaza delante del mercado, vigilando Humlegårdsgatan, mientras su compañero, el subinspector Larsson, se había, según sus propias palabras, «pegado a Justine como una sombra». Al indagar sobre el asunto más detenidamente, Norlander descubrió que esa peculiar terminología se traducía en una quincena de metros, distancia que, entre los puestos y los rincones de un mercado hasta arriba de gente, resultaba considerable. Larsson se situó junto a las puertas de entrada y señaló hacia el interior del mercado, donde las más asombrosas partes de animales flotaban como defectuosos helicópteros en el aire aromáticamente perfecto del local. Justine había desaparecido en algún sitio por el lado izquierdo, al fondo. Eso significaba que había tres posibles puestos por los que podría haberse esfumado: un clásico delicatessen sueco, un restaurante thai en miniatura y un local que servía el café en tazas microscópicas. Tras realizar unas comprobaciones rutinarias, no efectuadas en su momento, Norlander llegó a la conclusión de que sólo habría sido posible escapar por el último; uno podía esconderse temporalmente en el delicatessen y en el minúsculo restaurante thai, pero sólo el café, a través de un largo pasillo, se comunicaba con el exterior. Norlander siguió el corredor sin quitarle el ojo de encima al avergonzado Larsson. Salieron un poco más abajo en Humlegårdsgatan y se encontraron con una húmeda ráfaga de tormenta. Norlander se fue directo a Werner, sentado en el coche, y le echó el mismo mal de ojo que a Larsson. Luego volvió por donde había salido y, sin mediar palabra y a pesar de sus acaloradas protestas, se llevó al dueño del establecimiento hasta comisaría.