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Aparte de extensa, la presentación de Hultin estaba siendo bastante explícita, por decir algo. Todos captaron la idea.

– He mantenido un estrecho contacto con las autoridades policiales estadounidenses -prosiguió-. El agente especial Ray Larner, del FBI, nos ha proporcionado un perfil del asesino, así como un detallado informe del desarrollo de los acontecimientos de ayer. Recibiremos más información durante los próximos días. De momento, y a grandes rasgos, lo que sabemos es esto: el crítico literario Lars-Erik Hassel fue torturado hasta la muerte poco antes de medianoche, hora sueca, dentro de un cuarto de limpieza del aeropuerto Newark, a las afueras de Nueva York, donde lo hallaron pasadas unas horas. No llevaba ningún billete de avión encima, aunque en su agenda aparecía anotado un vuelo con destino Arlanda y con salida esa misma noche. Por tanto, parece probable que el asesino cogiera su billete, pero como no se puede facturar sin que el nombre de la reserva corresponda con el del pasaporte, el FBI contactó con SAS para que comprobaran si la reserva de Hassel había sido cancelada. Porque si no, ¿para qué cogió el billete? La cartera, la agenda y todo lo demás seguían allí. Y hubo suerte: dieron con una vendedora de billetes que se acordaba de una cancelación tardía, a la que enseguida le siguió una nueva reserva. Pero todo esto ocurrió durante la noche, y para averiguar el nombre de la persona que había realizado la última reserva había que encontrar a un experto informático que pudiera entrar en el sistema. Al final, consiguieron localizar a uno y sacarlo de la cama. Éste dio con el nombre, que nos fue comunicado de inmediato. Aunque once minutos tarde.

Hultin hizo una pausa para dejar que los cerebros del Grupo A, algo sobrecargados en ese instante, asimilaran la información.

– Esto nos plantea algunos problemas. Lo que probablemente ocurrió es que el asesino mató a Hassel, llamó haciéndose pasar por él y canceló la reserva; luego volvió a telefonear para reservar, bajo un nombre falso, el asiento que acababa de cancelar. ¿Qué nos dice esto?

Como todo el mundo sabía que la pregunta no esperaba respuesta, nadie se molestó en intentar contestarla. Hultin complicó aún más las leyes de la retórica respondiendo con un nuevo interrogante.

– La cuestión fundamental es, por supuesto: ¿por qué Suecia? ¿Qué hemos hecho para merecer esto? Supongamos lo siguiente: notorio asesino en serie se encuentra en un aeropuerto con la intención de abandonar el país, de ahí que lleve un pasaporte falso. Quizá ya percibe que el FBI anda pisándole los talones. Pero de pronto, debido a su exaltación por el viaje, el deseo de matar se convierte en una necesidad imperiosa, por lo que se pone a esperar en un sitio apropiado hasta que se le acerca la víctima adecuada. Actúa, encuentra el billete de avión a Estocolmo y se le ocurre que es un buen sitio adonde huir, porque el vuelo sale dentro de poco. Pero cuando llama para reservar, resulta que el avión está lleno. Sin embargo, él sabe a ciencia cierta que hay un sitio libre; en el billete encuentra el número de reserva y el nombre -tan difícil de pronunciar- de Lars-Erik Hassel. Llama para cancelar, tras lo cual, claro, queda un sitio vacante. ¿Qué falla en toda esta hipótesis?

– Encuentre las cinco diferencias en este dibujo… -bromeó Hjelm.

Nadie le rió la gracia.

– Lo cierto es que, en efecto, se podría llegar a cinco -dijo Chávez.

La pulla, seguramente involuntaria pero aun así poco beneficiosa para su carrera profesional, iba dirigida a Hultin, quien, como era de esperar, ni se inmutó.

– La clave de tu razonamiento, Jan-Olov, es la casualidad -siguió Chávez-. En el caso de que aceptemos que decidió viajar a Suecia después del asesinato podríamos preguntarnos si de verdad resulta verosímil que se tome tantas molestias para llegar a un país elegido de forma arbitraria. El tráfico aéreo de Newark es constante. ¿Por qué no Düsseldorf cinco minutos más tarde, o Cagliari ocho minutos después? Total…

– ¿Cagliari? -preguntó Nyberg.

– Está en Cerdeña -intervino Hjelm servicialmente.

– Eran sólo ejemplos -replicó Chávez impaciente -. El quid de la cuestión es que no parece que Suecia haya sido una elección al azar. Algo que resulta aún más desagradable, si cabe.

– Además, habría que preguntarse -añadió Kerstin Holm- si tiene sentido que corra el riesgo de presentarse primero en el mostrador de SAS y recibir una respuesta negativa, luego llamar en nombre de Hassel para poco después regresar de nuevo a ese mostrador y preguntar por el mismo vuelo. No creo que un hombre que lleva veinte años burlando al FBI vaya por ahí llamando la atención de esa manera, corriendo el riesgo de que lo relacionen con un cadáver que podría descubrirse en cualquier momento.

Hultin parecía un poco tocado tras las dos perspicaces intervenciones que cuestionaban su teoría. Contempló a sus adversarios y contraatacó.

– En realidad, existe un peligro evidente en lo que hace. Si hubiesen dado con el experto en informática once minutos antes, lo habríamos cogido. Dista bastante de ser un plan perfecto.

– Aun así, me inclino a pensar que Suecia ya era su destino antes de ir al aeropuerto -insistió Chávez-. Pero una vez llega allí, resulta que el avión va lleno. Y es entonces cuando traza su plan. ¿Por qué no combinar los negocios con el placer? Localiza a un viajero solitario con destino a Estocolmo y lo asesina con su procedimiento habitual para acto seguido ocupar su sitio en el avión, a pesar de que suponga un cierto aunque calculado riesgo. No olvidemos que exponerse a ser descubierto constituye un ingrediente fundamental del deleite que busca el asesino en serie.

– Entonces, ¿a qué conclusión nos lleva todo esto? -inquirió Hultin de modo pedagógico.

– Pues a que el deseo de llegar a Suecia era tan fuerte que le hizo exponerse a un peligro que, sin duda, habría evitado en circunstancias normales. Y si es así, seguro que tiene un objetivo muy claro en nuestro país.

– Planificación fría y calculada en combinación con la impulsiva búsqueda de placer. Casi nada…

– ¿Hay algo que apunte a Suecia en su perfil? -quiso saber Arto Söderstedt con una precisión ejemplar.

– Según el FBI, no -dijo Hultin mientras hojeaba sus papeles-. Incluso el hecho de que abandone Estados Unidos encaja muy mal con la información de que disponemos sobre él. Su historia es la siguiente: todo comenzó hace veinte años en Kentucky, donde empezaron a aparecer una serie de víctimas que habían sido asesinadas de la misma forma atroz. Luego la ola se extendió por toda la región del Medio Oeste. Atrajo mucha atención mediática y pronto el desconocido asesino fue bautizado como el Asesino de Kentucky. Dentro del culto que en la actualidad hay por los asesinos en serie, muy preocupante, por cierto, es toda una leyenda, un pionero, y al parecer ha inspirado a muchos seguidores. Durante un período de cuatro años perpetró dieciocho asesinatos antes de interrumpir de repente sus actividades. Hace poco más de un año empezó una nueva serie con un idéntico modus operandi, en esta ocasión en el noreste de Estados Unidos. Hassel se ha convertido en la sexta víctima de la nueva tanda, la vigesimocuarta en total. O mejor dicho, la vigesimocuarta víctima conocida.

– Una pausa de… casi quince años -reflexionó Kerstin Holm en voz alta-. ¿Se trata en realidad de la misma persona? ¿Y no de un imitador, un… cómo se llama?

– Copycat -completó Hjelm.

Hultin negó con la cabeza.

– El FBI lo ha descartado; al parecer, hay detalles en el modus operandi que nunca se han hecho públicos y que sólo un par de responsables de la agencia conocen. O lleva quince años ocultando muy bien a sus víctimas o lo dejó, quizá sentó la cabeza, hasta que el deseo de sangre resurgió y lo dominó de nuevo. Ésta es, en todo caso, la teoría que defiende el FBI y la razón por la que emitió una orden de busca y captura contra un hombre blanco de mediana edad. La probabilidad de que tuviera menos de veinticinco años cuando empezó es escasa, así que ahora rondará como mínimo los cuarenta y cinco.