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Fawzi Ulaywi, nacido en Bagdad, sudaba profusamente sentado en una de las salas de interrogatorios. Lo observaban desde el pasillo a través del cristal.

– Tiene que haberla acompañado hasta el cuarto de atrás para abrirle la puerta -dijo Norlander-. Trabaja solo en el café, y la puerta que conduce a la calle estaba cerrada con llave.

– ¿De dónde es? -preguntó Chávez mientras miraba la hoja que había imprimido de la página web de Orpheus Life Line-. ¿Irak? ¿Ahora ya no se trata de Arabia Saudí?

– ¿Qué tenemos sobre los puertos? -quiso saber Hultin-. ¿Cuáles son los que han aparecido varias veces?

– Varias veces quizá sea un poco exagerado -matizó Söderstedt-, pero el nombre de Vikingo Azul y los testimonios señalan Halmstad, Visby y posiblemente Karlskrona-Karlshamn, si vemos estos últimos como una unidad, como el puerto de la provincia de Blekinge. Desde Halmstad zarpan seis barcos dentro de las próximas veinticuatro horas, de Visby, tres, y desde Blekinge, dieciséis.

– No creo que haya nada que incline la balanza a favor de ninguno de los tres -aportó Holm-. ¿Nos dividimos?

– ¿Cuándo sale el siguiente? -preguntó Hultin-. ¿Y dónde coño está Hjelm?

– En Bro -respondió Holm.

– Son las cuatro y media -informó Söderstedt-. Todavía nos quedan algunas salidas hoy. La próxima es el Vega, destino Venezuela, que sale de Karlshamn a las 18.00; luego el Bay of Pearls, destino Australia, 19.45 de Halmstad; y el Lagavulin, a Escocia, 20.30, desde Visby. Son las más inmediatas.

– Necesitamos algo más, algo que nos lleve en una dirección determinada. Algún testimonio más sobre uno de estos puertos. Jorge y Arto, ayudad a Kerstin. Presionad a los familiares. Viggo, tú y yo nos encargamos de nuestro amigo, el dueño del café.

Hultin y Norlander entraron a ver a Fawzi Ulaywi, que seguía sudando profusamente. Se percibía un terror controlado tras la terquedad de sus gestos. Como si hubiese pasado por esa situación con anterioridad y no quisiera pensar en lo que ocurrió en aquella ocasión.

– Mi negocio -dijo-. No hay nadie atendiendo el café. Cualquiera podría llevarse mis cosas y mi dinero.

– No se preocupe, hemos dejado a unos vigilantes muy profesionales -comentó Norlander sardónico-. Los policías Larsson y Werner.

Estaba de pie, junto a la puerta, procurando dar una imagen de tipo duro. Hultin se sentó enfrente de Fawzi Ulaywi y le preguntó con tranquilidad:

– ¿Por qué ha ayudado a Justine Lindberger a huir esta mañana?

– No he hecho nada -respondió Ulaywi con determinación-. No entiendo nada.

– ¿Conoce la organización Orpheus Life Line? Opera en Irak.

Fawzi Ulaywi calló. La expresión de su rostro se alteró un poco, atravesado por un soplo de inquietud. Dejó surcos en la frente: se notaba que estaba reflexionando intensamente.

– Han pasado diez años desde que abandoné Irak -dijo al final-. No sé nada de lo que ocurre allí en la actualidad.

– ¿Está Orpheus implicado en un negocio de armas nucleares?

Ulaywi lo observó sin decir nada, como si intentara encontrarle un sentido a la escasa información que recibía.

– Tiene que contárnoslo ahora -continuó Hultin-. No hay tiempo para tonterías, es demasiado importante.

– Tortúrenme. No tengo miedo. No sería la primera vez.

Hultin miró a Norlander, que parpadeó inseguro; no pensaba torturar a nadie. ¿Era eso lo que quería decir la mirada de Hultin?

– Voy a nombrar algunos puertos suecos para ver su reacción -explicó Hultin tranquilamente-. Halmstad, Karlskrona, Visby, Karlshamn.

Pero sólo hubo sudor, un sudor provocado por una determinación que a duras penas conseguía ocultar el terror; diez años de pesadillas estaban a punto de volver a ser realidad. Ulaywi intentó pensar. Se devanaba los sesos.

– Halmstad -respondió al final-. Una mujer se me acercó en el café diciendo que la estaba siguiendo un violador. La ayudé a huir. Hizo algún comentario sobre un viaje; creo recordar que mencionó Halmstad.

Hultin le hizo un gesto con la cabeza a Norlander. Salieron al pasillo. Mientras hablaban podían ver a Ulaywi a través del cristal. Seguía sudando. Posiblemente su cara mostraba una ligera satisfacción.

– Está implicado -afirmó Hultin-. De alguna manera forma parte de la cadena de contrabando. No nos dirá nada más. Podemos descartar Halmstad.

– ¿Descartar? -se sorprendió Norlander-. Pero…

– Una simple pista falsa. Míralo, no es un hombre que se vaya de la lengua.

Hultin se fue a informar a los que estaban llamando por teléfono; se hallaban repartidos en despachos distintos, de modo que tuvo que repetir tres veces:

– Blekinge o Visby. Halmstad, no.

Luego sacó el móvil y marcó un número.

– ¿Paul? ¿Dónde estás?

– Norrtull -dijo Hjelm desde el corazón de la electrónica-. He roto la paz de unas cuantas familias en Bro. Muchas mujeres ya no se fiarán de sus Herman nunca más. Una en pleno cabreo me ha pegado una buena leche.

– Pero ¿no ha habido suerte?

– Es imposible que los Herman que he visto aquí hayan tenido nada que ver con una mujer como Justine Lindberger, de la zona más elegante de Östermalm. Ha sido una pérdida de tiempo.

– Vuelve rápido. Hemos reducido los posibles puertos a Visby, Karlskrona o Karlshamn. Posiblemente.

– Vale.

Kerstin Holm salió corriendo de su despacho. Gritó:

– La tía Gretha tenía un número de móvil que no hemos visto en ningún otro sitio.

Le entregó un papelito con el número a Hultin, quien lo marcó enseguida.

– ¿Sí? -se oyó a lo lejos.

La voz de una mujer.

– ¿Justine? -dijo Hultin.

– ¿Quién es?

– Orfeus -se arriesgó Hultin-. ¿Dónde estás?

Hubo un momento de silencio. Luego Justine Lindberger dijo:

– ¿Contraseña?

Hultin miró a Holm y a Norlander. Los dos negaron con la cabeza.

– Vikingo azul -probó Hultin.

– Mierda -soltó Justine antes de colgar.

– Joder -exclamó Hultin.

– ¿Ruido de fondo? -preguntó Kerstin Holm.

Hultin negó con la cabeza. Volvió a marcar el número. No hubo respuesta.

Entró en su oficina y cerró la puerta tras de sí. Eran las cinco menos cuarto. Dentro de poco más de una hora, el carguero Vega se haría al mar desde el puerto de Karlshamn. Lo perderían. Los indicios que conducían a Karlshamn resultaban demasiado vagos: una insinuación de una amiga sobre la visita de Justine a la ciudad vecina de Karlskrona, un restaurante que se llamaba Vikingo Azul, al que quizá deberían poner bajo vigilancia enseguida, lo que le obligaría a implicar a la policía de Blekinge y ¿cómo lo explicaría? No lo tenía claro ni él mismo. ¿Debería dejar zarpar al Vega o llamar a la policía provincial? Se quedó sentado en su despacho, con los hombros caídos como si soportaran un inmenso peso.

Kerstin Holm y Viggo Norlander seguían en el pasillo. Todo se les antojaba confuso. ¿Adónde les llevaban las ideas de Hultin?

Apareció Hjelm. Con un ojo morado.

– No me preguntéis -dijo, y añadió con aire de misterio-. Las mujeres.