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secretos en clave

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No tiene sentido que la gente diga, de alguien que ha puesto fin a su vida, que no estaba en sus cabales. Vossius tenía la mente tan clara que -contra su costumbre- le venían continuamente algunas cifras a la memoria, cifras que para él y para la situación en que se hallaba no tenían significado alguno. Así recapacitó seriamente si en realidad había de gastar veinte francos en el ascensor, que lo subiría a la tercera plataforma, o si debía ahorrarse un par de francos y subir a pie hasta la primera plataforma. Por un dibujo esquemático que estaba junto a la caja, se enteró de que la primera plataforma sólo estaba a 57 metros de altura, pero era más que suficiente para arrojarse a la muerte. Mas luego se dijo a sí mismo: sólo se muere una vez, y él quería ver París de nuevo desde arriba, a trescientos metros de altura. Así que se alineó pacientemente en la cola ante una de las taquillas de la caja, con la firme intención de acabar con su vida al precio de veinte francos, desde arriba del todo.

Los visitantes de la torre Eiffel se ven sometidos a una dura prueba de paciencia, porque las colas de personas que quieren tomar por asalto el monumento son todos los días casi interminables, incluso en un desapacible día de otoño como éste. Empezando por él, comenzó a contar a los que esperaban. Eran noventa y calculó que, si cada uno tardaba veinte segundos en adquirir el billete, debería esperar media hora.

Ciertamente, son ideas insensatas de cara a la muerte, pero deben reproducirse únicamente para describir la claridad de su mente, que uno u otro tal vez posteriormente le pudiera negar. Tal era su lucidez, que discretamente -es decir, de aquel modo expresamente casual que no pasaba inadvertido a cualquier observador atento- examinaba a las personas que iban delante y detrás de él por ver si no se daban cuenta de su comportamiento singularmente tranquilo, que define a una persona que sólo tiene un objetivo a la vista. Incluso se sorprendió tosiendo ligeramente, aunque no sentía necesidad de ello, sólo para no causar una mala impresión.

En algún momento de estos minutos de espera que parecían interminables, le vinieron a la mente las noticias periodísticas que levantaría su salto desde la torre Eiffel. Tal vez bajo «Varios» o, aún más denigrante, en una columna titulada «Información local», entre un accidente de tráfico en la rué Tivoli y el robo en una casa del barrio latino. Y eso que lo que se llevaba con su muerte era tan importante, que habría desplazado al día siguiente todos los titulares de este mundo.

No tenía miedo de lo que se proponía, porque no es necesario tener miedo de la muerte, sólo de la agonía, y ésta en su caso sería tan rápida, que no le quedaría tiempo para lamentarse. En algún lugar había leído que en general uno no sentía ningún dolor al lanzarse de una torre alta, porque poco antes del golpe perdía el conocimiento.

Sólo le causaba escepticismo la idea de cómo podría saberse realmente si esto no era una vaga teoría, pues nadie había sobrevivido a la práctica. Sin embargo, no le asaltaba ninguna duda, a pesar de ser consciente de que la decisión de acabar con su vida no obedecía a la voluntad propia. Pero su determinación era tan fuerte, que nada podría hacerla cambiar.

De algún modo su firme resolución le había levantado el ánimo, así que silbó a una rubia elegante que paseaba su palmito (no de otra manera se puede llamar la exhibición de su vestido nuevo) mientras giraba los ojos como un santo barroco. Jamás lo habría hecho, ¡un caballero de su edad y posición!

De pronto vio claro que había llevado una vida responsable seguida con admiración por la sociedad, comportándose según las expectativas que exigía su posición. No sin orgullo había vivido su vida, la vida de un científico prestigioso, profesor de literatura comparada. Eligió esta asignatura porque, gracias a su extraordinaria memoria, estaba particularmente dotado y la consideraba importante, aunque sólo uno de cada mil sepa explicar que se trata de comparar ciencias literarias.

Sacrificó su matrimonio a las musas, más exactamente a un proyecto de investigación de la California State University de San Diego (¿qué quiere decir: sacrificado? El decoroso matrimonio mediocre se habría roto también sin la decisión de ir a Leibethra). Así que se había avenido bien para disolver sin demasiado escándalo el ideal de la convivencia humana impuesto por la sociedad y cambiar la presión de una cátedra americana por la libertad de un instituto internacional de investigación.

Vossius dio unos pasos lentos hacia su final. Encontraba desagradable que los de atrás avanzasen en seguida a toque de codos. En general se le hacía larga la espera, insoportable la cola de gente, y empezó a sentir la sensación inexplicable que se apodera de uno que se siente acorralado.

Esta forma de acorralamiento le había impedido toda su vida asistir a actos organizados; según declaración suya debían ser calificados así aquellos en los que más de seis personas se reúnen en torno a una mesa. Vossius se había acostumbrado a resolver razonamientos difíciles no sentado, sino caminando, como Aristóteles y sus discípulos. La estrechez produce necedad, rezaba una de sus afirmaciones citadas a menudo, que él sabía cimentar con numerosos ejemplos históricos.

En general el profesor tenía costumbres que estaban fuera de lo corriente, así que lo marcaban como un hombre bastante raro. A ello contribuía también que Vossius se prescribiera, a intervalos irregulares de dos a cuatro meses, una cura de hambre en la que durante ocho días sólo tomaba agua mineral. El motivo de esta autodisciplina no eran problemas de peso, como tal vez se pudiera pensar, más que nada Vossius creía aumentar así su concentración y su capacidad intelectual. Precisamente durante una de estas curas de hambre descubrió las huellas del misterio de Barabbas.

Su ayuno, pues, respondía más a una filosofía que a la preocupación por su salud, que Vossius más bien descuidaba. No consideraba su profesión como un medio para ganar dinero, lo que supondría medir con exactitud las cuarenta horas semanales; no, su profesión era para él una necesidad, casi podría decirse una pasión, que no podía abandonar ni siquiera de noche. Las cabalgadas nocturnas por el mundo de la literatura comparada, en las que seguía alguna pista hasta el agotamiento total (cola y cigarrillos de tabaco negro hacían el resto), lo conducían a menudo al borde del colapso. No, Vossius no había llevado una vida sana. Su profesión era de aquellas pasiones que lo carcomen a uno, pero que nunca lo matan.

Si hubiera sospechado que un día sería víctima de su propio saber, no habría elegido jamás esta terrible profesión; como probo funcionario o con un oficio con sentido artístico habría llevado una vida honrada, sin necesidad de huir de sí mismo. Sócrates se equivocaba -y sin duda no era la primera vez- al decir que el saber es el único bien de la humanidad y la ignorancia el único mal. La ignorancia puede significar una gran suerte y el saber, una desgracia atroz, existen incontables ejemplos de ello. Y generalmente no se tiene mala intención al decir que los necios son los más felices: lo son. Su vida es un paraíso y su trabajo ganancia de pan y no afectado por un bosque de dudas, que rodee impenetrable su saber, porque el saber no es otra cosa que una forma siempre repetida de la duda.

¿Qué otra cosa sino la duda ha proporcionado a la humanidad su mayor conocimiento? Y si él, Vossius, no hubiera dudado que Dante, Shakespeare, Voltaire y Goethe, sí, hasta un Leonardo, eran algo más que geniales narradores de historias, si no hubiera sospechado que compartían el secreto de un misterio inconcebible, habría permanecido ignorante, pero feliz.

Ahora debía temerse a sí mismo, a su saber y a los que iban detrás de su saber. (Vossius había pasado por alto en este momento que estaba huyendo de las consecuencias de un acto criminal.) Indiferente, casi aburrido, lo que sin embargo, según lo dicho, no correspondía en absoluto a su estado interior, hundió las manos en los bolsillos de los pantalones. Su derecha retrocedió involuntariamente al sentir la botellita en su bolsillo.