6
Vossius tomó la foto y la sostuvo verticalmente como un trofeo. Con los dedos de la mano derecha rozó el sitio donde se veía el collar, ocho piedras preciosas diferentes engarzadas con zarcillos de flores doradas y alineadas una contra otra en pulimento cabujón.
– Ocho piedras preciosas -constató el profesor-, al parecer sólo una joya, y sin embargo son piedras muy especiales, cada una de ellas con su significado. La primera piedra amarilla blancuzca es un berilo, una piedra que tiene su historia. Es la piedra de los nacidos en octubre; en la Edad Media se la pintaba y se la preparaba en un líquido para curar los ojos. Más tarde se descubrieron efectos mayores al pulirla adecuadamente. De ahí viene la palabra alemana Brille (lente). La segunda piedra azul pálido es un aguamarina, emparentada con el berilo, pues su color oscila del azul al verdemarino. La tercera, de color rojo oscuro, la conoce todo el mundo. Es un rubí. Se le atribuyeron propiedades curativas y se encuentra como símbolo de poder en las insignias de los reyes y los emperadores. La cuarta piedra es violeta, una amatista, la piedra de los nacidos en febrero y de una gigantesca simbología. Así, se tenía por amuleto contra el veneno y la embriaguez, pero también como símbolo de la trinidad, porque contiene tres colores: púrpura, azul y violeta. Debió de ser una de las piedras que adornaban el pectoral de los sumos sacerdotes y el fundamento de la muralla de la Jerusalén celestial. Aunque de distinto color, las dos piedras preciosas siguientes, la quinta y la sexta, son también berilos. La séptima es una ágata negra, propiamente sólo semipreciosa, aunque en la antigüedad y en la Edad Media su polvo era celebrado como afrodisíaco, y por motivos inexplicables se convirtió en el adorno preferido para los instrumentos eclesiales. Queda la última piedra, la verde esmeralda [2], una piedra que sobre todo en la época de Leonardo da Vinci gozaba de alto honor. Era el símbolo del evangelista San Juan, así como el signo de la castidad y de la pureza, y durante la Edad Media era especialmente apreciada por sus propiedades curativas. Ocho piedras alineadas una junto a otra al parecer por azar, y sin embargo no es una casualidad el modo como Leonardo pintó esta cadena, como nada es casual en la vida. Lean la primera letra de las ocho piedras de la izquierda a la derecha, tal como yo las he descrito (da lo mismo que lo hagan en alemán o, como Leonardo, en italiano), obtendrán una palabra que tal vez les causará sorpresa.
Anne von Seydlitz apretó ambas manos formando un puño y miró hechizada la fotografía. Luego leyó:
– B… A… R… A… B… B… A… S. Dios mío -murmuró-, ¿qué puede significar esto?
Vossius calló. También Adrián guardó silencio. Con la vista fija en la fotografía, controlaba mentalmente la sucesión de letras. El profesor tenía razón: BARABBAS.
Pero antes de que pudieran concebir la trascendencia de este descubrimiento y formular una pregunta, entró el médico del servicio en la sala de visitas y cerró la entrevista con un gesto insolente: haciendo sonar las palmas. Vossius se levantó, asintió amablemente y se fue al pasillo en compañía del enfermero.
7
Mientras atravesaban en el automóvil el Pont St. Michel, Anne preguntó a Kleiber:
– ¿Crees que este Vossius es esquizofrénico? Quiero decir, ¿crees que está detenido con razón en St. Vincent?
– Este hombre es tan normal como tú y como yo -contestó Kleiber-, aunque creo que arrastra consigo un peso gigantesco, algo que lo ha llevado al borde de la desesperación. Pero dudo que nos pueda seguir ayudando. No me entra en la cabeza que exista una relación entre Leonardo da Vinci y tu pergamino.
– Si Vossius no puede ayudarnos, no puede nadie -respondió Anne-. Por lo menos sabemos ya que el nombre «Barabbas» es el símbolo de una historia extremamente oscura, que ha preocupado en el pasado a personas que se cuentan entre las más inteligentes. Al principio la explicación del profesor me pareció muy rebuscada, pero cuanto más pienso en ello más llego a la conclusión: este hombre tiene razón. En cualquier caso Leonardo da Vinci es muy travieso. Se sabe que cuando vivía se burlaba de sus contemporáneos escribiendo al revés y sin duda el asunto del collar es también una de sus diabólicas travesuras.
– Pero relación, no veo ninguna relación.
A lo que Anne no pudo menos que adherirse:
– Tampoco la veo yo. Si conociésemos la relación, probablemente sabríamos la solución.
– Y él no va a atárnosla a la nariz.
Anne asintió.
– A menos que… -Kleiber reflexionaba.
– ¡Dilo ya!
– A menos que hagamos un negocio con Vossius.
– ¿Un negocio?
– Bueno -concretó Adrián-, negocio no es quizá la expresión adecuada. Mejor sería pacto.
– Hablas en clave.
– Recuerda -empezó Kleiber-, recuerda la primera vez que vimos a Vossius. ¿Cuáles fueron sus primeras palabras?
– ¡Sacadme de aquí!
– Eso dijo. Creo que la historia que nos contó, sólo nos la contó para demostrar que estaba en su sano juicio. Desconfía de los médicos. Ellos ya lo han diagnosticado. Quien echa ácido sobre un cuadro debe de estar loco. Así que él espera de nosotros que le ayudemos; por esto le vino de perlas la idea de que tú eras su sobrina y siguió el juego. No, el profesor no es ningún caso para la psiquiatría y debemos ponerle en claro que ésta es nuestra convicción y que estamos dispuestos a mover todas las palancas para sacarlo de allí, si él nos confiesa toda la verdad respecto a Barabbas.
– No es mala idea -constató Anne-, pero Vossius quiso arrojarse de la torre Eiffel, es un candidato al suicidio y todos los que intentan quitarse la vida aterrizan en el psiquiátrico.
– Lo sé, lo sé -replicó Kleiber-, pero no les dejan encerrados para el resto de su vida. Después de una terapia apropiada, se les deja de nuevo en libertad. Por lo demás no acabo de entender por qué Vossius quería poner fin a su vida. Le creo incluso capaz de haber escenificado todo esto por algún motivo. Pero no puedo imaginarme que no haya previsto las consecuencias. Creo que el profesor se había trazado un minucioso plan, pero al ejecutarlo sucedió algo inesperado y ahora se halla en el manicomio. Y precisamente ésta es nuestra oportunidad.
Más tarde, por la noche del día siguiente, cenaron en Coquille, en el 17 Arrondissement, donde la cocina es más tradicional que nouvelle, lo que se acercaba más al gusto tanto de Anne como de Adrián; pero lo que debía ser un placer despreocupado, pronto se convirtió en un silencio lleno de tensión, provocado por el hecho de que cada uno se sumía en sus pensamientos. No sólo Anne, sino también Adrián había sido atrapado entretanto por las redes de este caso de tal modo, que podía hacer y pensar lo que quisiera, siempre terminaba en el psiquiátrico de St. Vincent con el profesor Vossius.
Anne, que acababa de decidirse y, gracias a la ayuda de Kleiber, se sentía con más coraje, se vio de pronto frente a un enemigo demasiado poderoso, con el que no podía medirse, y dudaba de si Adrián sería lo bastante fuerte. Además le torturaba la pregunta de por qué a ella aún no le había ocurrido nada, mientras que todos cuantos se cruzaban por su vida eran perjudicados de modo incomprensible. Guido muerto, Rauschenbach asesinado, Guthmann desaparecido. Miró a Kleiber y, como si quisiera ocultar sus pensamientos, intentó sonreír, sin resultado.
Él no podía interpretar la consternación que reflejaba la cara de Anne, pero sobraba cualquier pregunta. El cariño que había sentido en el primer reencuentro se había convertido en un enorme nerviosismo. Habría deseado encontrar a esta mujer en circunstancias más favorables, pero Adrián no era el hombre que no supiera sacar provecho de una situación. No, Kleiber esperaba conquistar a Anne dándole su apoyo, y nada alienta más la simpatía entre dos personas que un enemigo común.