John Twelve Hawks
El Río Oscuro
Para mis hijos
Nota del autor
El río oscuro es una obra de ficción inspirada en el mundo real.
Cualquier lector aventurero puede tocar el reloj de sol oculto bajo las calles de Roma, viajar a Etiopía y plantarse ante el santuario sagrado de Axum o caminar por la estación Grand Central de Nueva York y contemplar el misterio del techo de su sala principal.
Los aspectos de la Gran Máquina descritos en esta novela son reales o se hallan en fase de desarrollo. En un futuro próximo, los sistemas de información, tanto gubernamentales como privados, controlarán todos los aspectos de nuestra vida. Un ordenador central memorizará dónde vamos y qué compramos, los correos electrónicos que mandamos y los libros que leemos.
Los ataques a nuestra vida privada se justifican por la cultura generalizada del miedo que parece rodearnos y hacerse más insidiosa cada día. Las últimas consecuencias de ese miedo quedan expresadas en mi visión del Primer Dominio. Su oscuridad existirá eternamente, y a ella se le enfrentarán -también eternamente-la compasión, el coraje y el amor.
John Twelve Hawks
Dramatis personae
En El Viajero, John Twelve Hawks introdujo a los lectores en el antiquísimo conflicto que se desarrolla bajo la superficie de nuestro mundo cotidiano. En dicho conflicto intervienen tres grupos de personas: la Hermandad, los Viajeros y los Arlequines.
Kennard Nash es el líder de la Hermandad, un grupo de individuos poderosos que se oponen a cualquier cambio en la estructura social establecida. Nathan Boone es el jefe de seguridad de dicha organización secreta. La Hermandad también es llamada la Tabula por sus enemigos, pues sus miembros consideran que la humanidad y la conciencia humana son como una tabula rasa, una pizarra en blanco donde pueden dejar grabado su mensaje de miedo e intolerancia. En el siglo XVIII, el filósofo inglés Jeremy Bentham ideó el Panopticón, un modelo de prisión donde un observador podía controlar a cientos de reclusos sin ser visto. Tanto Nash como Boone creen que el sistema de vigilancia informatizada que se está imponiendo en el mundo industrializado les permitirá poner en funcionamiento un Panopticón virtual.
Durante siglos, la Hermandad ha intentado exterminar a los Viajeros, hombres y mujeres con el don de proyectar su energía hacia cualquiera de los Seis Dominios. Los dominios son universos paralelos que han sido descritos por místicos y visionarios de todas las religiones y creencias. Los Viajeros regresan a este mundo con nuevas revelaciones c ideas que desafían el orden establecido, y por esa razón la Hermandad los considera la principal fuente de inestabilidad social. Uno de los últimos Viajeros que sobrevivió fue Matthew Corrigan, pero desapareció la noche en que los mercenarios de la Hermandad atacaron su casa. Sus dos hijos supervivientes, Michael y Gabriel Corrigan, vivieron alejados de la Red hasta que descubrieron que también ellos tenían el don de convertirse en Viajeros.
Los Viajeros habrían sido exterminados hace siglos de no haber existido un pequeño grupo de luchadores totalmente entregados a protegerlos: los Arlequines. En su momento, Matthew Corrigan contó con la protección de un Arlequín de origen alemán llamado Thorn que murió en Praga a manos de Nathan Boone. Antes de morir, Thorn envió a su hija, Maya, a Estados Unidos con la misión de encontrar a los dos hermanos Corrigan. Maya recibe ayuda de un Arlequín francés llamado Linden y piensa a menudo en la legendaria Arlequín Madre Bendita, desaparecida. En Los Ángeles, Maya encontró dos aliados: un maestro de artes marciales llamado Hollis Wilson y la joven Vicki Fraser.
Entretanto, la historia continúa, Michael Corrigan se ha unido a la Hermandad, mientras que su hermano menor, Gabriel, se ha ocultado con Maya, Hollis y Vicki. En New Harmony, la comunidad de Arizona fundada años atrás por Matthew Corrigan, nubes de tormenta se arremolinan en el cielo, y la nieve empieza a caer…
Preludio
Los copos de nieve empezaron a caer del encapotado cielo mientras los miembros de New Harmony regresaban a casa para la cena. Los adultos que estaban trabajando en un muro de contención, cerca del centro de la comunidad, se soplaban las manos para calentarlas y charlaban sobre el frente de la tormenta; los niños echaban la cabeza hacia atrás, con la boca muy abierta, y daban vueltas en el intento de atrapar los cristales de hielo con la lengua.
Alice Chen era una muchacha menuda y seria; vestía vaqueros, botas con suela de goma y un chaquetón acolchado de nailon azul. Acababa de cumplir once años, pero sus mejores amigas, Helen y Melissa, estaban más cerca de los trece años que de los doce. Últimamente, ambas habían tenido largas conversaciones acerca de lo estúpidos e inmaduros que eran los chicos de New Harmony.
A pesar de que Alice quería saborear los copos de nieve, decidió que ponerse a dar vueltas con la lengua fuera, como una cría de primaria, sería una muestra de inmadurez, de modo que se encasquetó el gorro de lana y siguió a sus amigas por uno de los caminos que serpenteaban por el cañón. Comportarse como una adulta era difícil. Se sintió aliviada cuando Melissa dio un empellón a Helen y le gritó:
– ¿A que no nos pillas?
Las tres amigas echaron a correr por el cañón, riendo y persiguiéndose. El aire nocturno era frío y olía a pino, a tierra húmeda y a la leña que ardía en los hogares. Cuando pasaron por un claro, los copos de nieve dejaron de caer durante un instante y se arremolinaron en el aire, como si una familia de fantasmas se hubiera entretenido a jugar fuera de la protección de los árboles.
Se oyó un distante retumbar, un ruido que iba en aumento, y las muchachas dejaron de correr. Segundos después, un helicóptero con los distintivos del Servicio Forestal de Arizona pasó rugiendo sobre ellas y siguió cañón arriba. Ya habían visto antes helicópteros como ese, pero siempre en verano. Era raro ver uno en febrero.
– Seguramente estarán buscando a alguien -dijo Melissa-. Apuesto a que algún turista se ha perdido buscando antiguas ruinas indias.
– Y está oscureciendo -intervino Alice; pensó que debía de ser terrible saberse solo, cansado y asustado, en la nieve.
Helen se le acercó y le dio un manotazo.
– ¿A que no me pillas tú ahora? -exclamó.
Y las tres echaron a correr.
En la panza del helicóptero había un dispositivo de visión nocturna y un sensor térmico. El visor nocturno captaba la luz visible y también la franja más baja del espectro infrarrojo, mientras que el sensor térmico detectaba el calor que emitían los distintos objetos. Los dos aparatos enviaban sus datos a un ordenador, que los combinaba y creaba una única imagen de vídeo.
A veintisiete kilómetros de New Harmony, Nathan Boone se hallaba sentado en la parte de atrás de una furgoneta para el reparto de pan convertida en vehículo de vigilancia. Dio un sorbo a su café, sin leche ni azúcar, y observó la imagen en blanco y negro de New Harmony que aparecía en la pantalla.
El jefe de seguridad de la Hermandad era un hombre de pelo corto y gris, iba pulcramente vestido y llevaba gafas de montura de acero. Había algo severo, casi crítico en sus maneras. Los agentes de policía y de la frontera decían «Sí, señor» cuando lo veían por primera vez, y los civiles solían bajar la mirada cuando los interrogaba.