– Pero ¿qué tiene que ver esto con hallar un punto de acceso a otros dominios?
– El reloj de sol era algo más que un reloj y un calendario. También servía como centro del universo romano. En el anillo exterior había flechas que señalaban a África o la Galia, y también direcciones a portales espirituales que conducían a otros mundos. Como he dicho, los antiguos no tenían nuestra limitada visión de la realidad. Para ellos, el Primer Dominio habría sido como una distante provincia situada en el extremo del universo conocido.
»Cuando los arqueólogos alemanes pusieron punto final a su proyecto, la mayor parte del reloj de sol estaba cubierto de polvo y cascotes. Pero de eso hace treinta años, y desde entonces Roma ha sufrido varias inundaciones. Recuerde que una corriente subterránea fluye por toda la zona. Yo he inspeccionado el lugar y estoy convencido de que ahora está expuesta a la vista una parte del reloj mucho mayor.
– ¿Y por qué no lo ha comprobado personalmente? -preguntó Maya.
– Quien se decida a entrar ahí tiene que ser ágil, atlético y… -Lumbroso se acarició la voluminosa panza-mucho menos corpulento que yo. Tendrá que utilizar botellas de oxígeno y gafas de bucear para poder sumergirse. Y tendrá que ser valiente. Toda la zona es sumamente inestable.
Los dos permanecieron en silencio unos instantes. Maya tomó un sorbo de vino.
– ¿Y si compro el equipo necesario?
– El equipo no es problema. Es usted la hija de mi mejor amigo, lo cual significa que estoy encantado de ayudarla, pero nadie ha explorado esa área después de las inundaciones. Quiero que me prometa que si advierte algún peligro lo dejará estar y dará media vuelta.
La primera reacción de Maya fue pensar: «Los Arlequines no hacen promesas», pero recordó que ya había violado la norma con Gabriel.
– Intentaré tener cuidado, Simón. Es cuanto puedo decir. Lumbroso dobló su servilleta y la dejó en la mesa.
– A mi estómago no le gusta la idea, y eso es mala señal.
– Pues yo estoy hambrienta -dijo Maya-. ¿Dónde está el camarero?
Capítulo 34
A la tarde siguiente, Maya se reunió con Lumbroso frente al Panteón. Había pasado el día comprando el equipo de inmersión en una tienda de las afueras y lo había metido todo en un par de bolsas de lona. Lumbroso, que también había ido de tiendas y había comprado una linterna grande, como las que usan los mineros en las galerías, observaba a los turistas devorar helados en la plaza. Sonrió cuando la vio llegar.
– El gran filósofo Diógenes paseaba por Atenas con un candil buscando un hombre honrado. Nosotros vamos en busca de algo igualmente difícil de hallar, Maya. Basta con que tome una fotografía, con una será suficiente, de la dirección que nos conducirá a otro mundo. -Sonrió-. ¿Está usted lista?
Maya asintió.
Lumbroso la llevó hacia Campo Marzio, una calle lateral cercana al edificio del Parlamento. A media manzana, se detuvo ante una puerta entre un salón de té y una perfumería.
– ¿Tiene una llave maestra? -preguntó Maya.
Lumbroso metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó un fajo de euros.
– En Roma, esta es la mejor llave maestra.
Llamó a la puerta con los nudillos, y un anciano calvo y calzado con botas de goma abrió. Lumbroso lo saludó cortésmente, le estrechó la mano y deslizó en ella los billetes. Tuvo la elegancia de no mencionar la cantidad. El hombre calvo los dejó pasar, dijo algo en italiano y se marchó.
– ¿Qué le ha dicho, Simón? -quiso saber Maya.
– Que no sea idiota y no me olvide de cerrar cuando nos vayamos.
Caminaron por el pasillo hasta un patio interior lleno de andamios desmontados, tablones de madera y latas de pintura vacías. El edificio había estado habitado durante siglos, pero en esos momentos estaba vacío, y en las paredes de estuco se veían las huellas de las inundaciones. Todos los cristales de las ventanas estaban rotos, pero las rejas de hierro seguían ajustadas a los marcos. Los oxidados barrotes conferían al edificio el aspecto de una prisión abandonada.
Lumbroso abrió otra puerta y bajaron por una escalera cubierta de polvo de yeso. Cuando llegaron a lo que parecía el sótano, Lumbroso encendió la linterna y abrió una puerta donde se leía en grandes letras rojas: PERICOLO. NO ENTRI.
– A partir de este punto no hay luz eléctrica, de modo que tendremos que utilizar la linterna -explicó Lumbroso-. Tenga mucho cuidado de dónde pisa.
Manteniendo la linterna baja, se adentró por un corredor de ladrillo. El suelo estaba formado por tablones de madera colocados sobre vigas de cemento. Unos metros más adelante, Lumbroso se detuvo y se arrodilló ante un espacio entre las planchas. Maya, situada tras él, se asomó por encima de su hombro y vio el Horologium Augusti.
La parte excavada del reloj solar del emperador se había convertido en el suelo de un sótano de paredes de piedra de unos dos metros y medio de ancho por seis de largo. A pesar de que la esfera se hallaba bajo el agua, Maya distinguió su superficie de travertino y unas cuantas letras y trazos de bronce incrustados en la piedra. Los arqueólogos alemanes habían retirado todos los escombros, y el lugar parecía un antiguo sepulcro que hubiera sido saqueado. El único objeto moderno era una escalera de hierro que descendía desde la abertura entre las tablas hasta el suelo del sótano, tres metros más abajo.
– Usted bajará primero, Maya -indicó Lumbroso-. Yo le pasaré el equipo y después la seguiré con la linterna.
Maya depositó las bolsas de lona encima de una tabla de madera, se quitó la chaqueta, los zapatos y los calcetines, y descendió peldaño a peldaño hasta el suelo. El agua estaba fría y tenía más o menos un metro de profundidad. Lumbroso le pasó las bolsas, y ella colgó una a cada lado de la escalera.
Mientras Simón se quitaba el sombrero, el abrigo y los zapatos, Maya inspeccionó el sótano, levantando ondas que erizaban la superficie del agua y chocaban contra las paredes. Con el paso del tiempo, los minerales del agua habían convertido el blanco travertino del reloj, en losas de piedra grisácea fracturadas y agrietadas en varios sitios. En su día, las líneas de bronce y los símbolos griegos incrustados en la roca habían brillado con un dorado resplandor bajo el sol romano, pero el metal se había oxidado por completo y tenía un color verde oscuro.
– No me gustan las escaleras de mano -dijo Lumbroso.
Apoyó un pie en el primer barrote, como si quisiera comprobar su resistencia, y a continuación bajó lentamente con la linterna.
Maya se acercó a un rincón y localizó un agujero de drenaje en uno de los muros. El desagüe tenía unos sesenta centímetros de lado y su borde inferior estaba a la altura del suelo del sótano.
– ¿El agua sale por aquí? -preguntó.
– Así es. Por ahí es por donde usted tiene que meterse -replicó Lumbroso. Vestido con su pantalón negro arremangado y su camisa blanca, se mantenía de pie con cierta formalidad-. Si le parece difícil moverse, dé la vuelta de inmediato.
Maya volvió a la escalera de mano y sacó el equipo de buceo de las bolsas de lona. Había un cinturón con plomos, un regulador bifásico, unas gafas de bucear y una bombona de aire de treinta centímetros de alto por doce de ancho. También había comprado una linterna y una cámara de fotos sumergibles, las cosas que los turistas llevaban cuando iban a bucear a las Bahamas.
– Esa bombona parece muy pequeña -comentó Lumbroso.
– Es una bombona poni. Usted me dijo que no había mucho espacio en el túnel de desagüe.
Maya se colocó el cinturón de plomos, conectó el regulador a la bombona y se colgó al cuello la cámara de fotos. El túnel era tan estrecho que tendría que llevar la bombona en el brazo, apretada contra el cuerpo.
– Bueno ¿y qué debo buscar?
– Fotografíe todas las frases en latín o griego que vea en el anillo exterior de la esfera. Algunas de esas frases describen ciudades del mundo antiguo, mientras que otras hablan de ubicaciones espirituales, de puntos de acceso.