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– Entonces decidió que había muerto, ¿no?

– No sé adónde se fue, pero no volvió. Para mí era como si hubiera muerto.

– Quién sabe, tal vez podamos organizar una reunión familiar.

A Michael le dieron ganas de agarrar a Nash por las solapas, estrellarlo contra la pared y borrar aquella sonrisa de su cara, pero se limitó a apartarse y a recobrar la compostura. Seguía siendo un prisionero, pero eso podía cambiar. Debía reafirmar su posición y dirigir a la Hermandad en una dirección determinada.

– Supongo que han matado a todos los habitantes de New Harmony. ¿Me equivoco?

A Nash pareció disgustarle el crudo lenguaje de Michael.

– El equipo de Boone cumplió todos sus objetivos.

– ¿Y la policía está al tanto de lo ocurrido? ¿Ha aparecido en las noticias?

– ¿Por qué le preocupa eso, Michael?

– Le estoy diciendo cómo encontrar a Gabriel. Si los medios de comunicación no saben qué ha pasado, Boone debería encargarse de que se enteraran.

Nash asintió.

– Eso forma parte del plan.

– Conozco a mi hermano. Gabriel visitó New Harmony y se reunió con la gente que vivía allí. Las noticias de lo ocurrido le afectarán. Reaccionará, hará algo obedeciendo a un impulso. Tenemos que estar preparados.

Capítulo 2

Gabriel y sus amigos estaban viviendo en Nueva York. Un sacerdote de la congregación de Vicki llamado Óscar Hernández lo había dispuesto todo para que pudieran instalarse en un loft industrial de Chinatown. La tienda de comestibles de la planta baja aceptaba apuestas de deportes, de modo que tenía cinco líneas telefónicas -todas registradas a nombres distintos-, además de fax, escáner y cinco conexiones a internet de alta velocidad. A cambio de una modesta cantidad, el tendero les había permitido utilizar aquellos recursos electrónicos para completar sus nuevas identidades. Chinatown era un buen lugar para ese tipo de transacciones porque todos los comerciantes preferían que les pagaran en efectivo en vez de con tarjetas de crédito, que eran monitorizadas por la Gran Máquina.

El resto del edificio estaba ocupado por diferentes negocios que utilizaban a inmigrantes ilegales como mano de obra. En el primer piso había un taller de confección clandestino, y el tipo del segundo pirateaba DVD. Durante el día entraban y salían desconocidos del edificio constantemente pero por la noche estaba desierto.

El loft del cuarto piso era un espacio largo y estrecho, tenía el suelo de madera pulida y ventanas a ambos extremos. Anteriormente había sido utilizado por un fabricante de falsos bolsos de diseño, y cerca del baño seguía habiendo una máquina de coser industrial atornillada al suelo. Unos días después de su llegada, Vicki colgó unas lonas de unos cables y creó dos dormitorios, uno para Hollis y Gabriel, y el otro para ella y Maya.

Maya había resultado herida durante el ataque al Centro de Investigación de la Fundación Evergreen, y su recuperación fue una serie de pequeñas victorias. Gabriel todavía recordaba la primera noche que Maya fue capaz de levantarse y caminar hasta una silla para cenar, lo mismo que el primer día que pudo ducharse sin la ayuda de Vicki. Dos meses después de su llegada, ya podía salir del edificio con los demás y avanzar cojeando por Mosco Street hasta la Hong Kong Cake Company, donde permanecía de pie -vacilante pero sin ayuda-y esperaba a que la anciana china preparara galletas parecidas a los creps en una parilla de hierro negra.

El dinero no era un problema. Habían recibido dos envíos de billetes de cien dólares que les había mandado Linden, un Arlequín que vivía en París. Siguiendo instrucciones de Maya, se fabricaron nuevas identidades que incluían certificados de nacimiento, pasaportes, permisos de conducir y tarjetas de crédito. Vicki y Hollis encontraron un apartamento de apoyo en Brooklyn y alquilaron apartados postales. Cuando todos los miembros del grupo tuvieran los documentos necesarios para acreditar dos identidades falsas, se marcharían de Nueva York y buscarían una casa segura en Canadá o en Europa.

A veces, Hollis se echaba a reír y decía que eran Los cuatro fugitivos, y entonces Gabriel pensaba que se habían hecho amigos. Algunas noches, cada uno cocinaba un plato, organizaban una comilona y después jugaban a las cartas y bromeaban sobre a quién le tocaría lavar los platos. Incluso Maya sonreía de vez en cuando y se convertía en parte del grupo. En esos momentos, Gabriel podía olvidarse de sí mismo, olvidar que era un Viajero y Maya una Arlequín y de que su vida anterior había desaparecido para siempre.

Todo cambió un miércoles por la noche. El grupo había pasado un par de horas en un club de jazz del West Village. Mientras caminaban de regreso a Chinatown, un camión de reparto de prensa arrojó sobre la acera un paquete de diarios sensacionalistas. Gabriel paseó la mirada por los titulares y se detuvo en seco.

¡MATARON A SUS HIJOS! 67 personas mueren en un suicidio ritual en Arizona.

El artículo de la primera página trataba de lo ocurrido en New Harmony, adonde Gabriel había ido solo unos meses antes en busca de una Rastreadora llamada Sophia Briggs. Compraron tres diarios distintos y volvieron a toda prisa al loft. Según la policía de Arizona, la razón de la tragedia era el fanatismo religioso. La prensa había entrevistado a los antiguos vecinos de las familias fallecidas. Todos coincidían: los que vivían en New Harmony tenían que estar locos, pues habían abandonado un buen trabajo y una casa bonita para irse a vivir al desierto.

Hollis releyó la información del New York Times.

– Aquí dice que las armas estaban a nombre de los habitantes de New Harmony.

– Eso no demuestra nada -contestó Maya.

– La policía encontró un vídeo de una mujer inglesa -continuó Hollis-. Por lo visto es una especie de discurso sobre la necesidad de acabar con el diablo.

– Martin Greenwald me envió un correo electrónico hace unas semanas -comentó Maya-. No había ningún indicio de que tuvieran problemas.

– No sabía que habías tenido noticias de Martin -dijo Gabriel, sorprendido. Vio que el rostro de Maya cambiaba y supo que les ocultaba algo importante.

– Pues sí.

Se levantó para evitar la mirada de Gabriel y fue hasta la cocina.

– ¿Y qué te decía en ese mensaje?

– Mira, tomé una decisión. Pensé que era mejor…

Gabriel se levantó y fue hacia ella.

– ¡Dime qué te decía!

Maya estaba cerca de la puerta que daba a la escalera. Gabriel se preguntó si escaparía corriendo antes que responder a sus preguntas.

– Martin recibió una carta de tu padre -dijo Maya-. Le preguntaba por la gente de New Harmony.

Durante unos instantes, Gabriel tuvo la sensación de que el loft, el edificio, la ciudad entera se habían desvanecido y él volvía a ser un chiquillo; de pie en la nieve, miraba a un búho volar en círculos por encima de las humeantes ruinas de lo que había sido su hogar. Su padre se había marchado, había desaparecido para siempre.

Luego, parpadeó y volvió a la realidad. Hollis estaba furioso, Vicki parecía triste, y Maya se mostraba desafiante acerca de su decisión.

– ¿Mi padre está vivo?

– Sí.

– ¿Y qué ha ocurrido? ¿Dónde está?

– No lo sé -contestó Maya-. Martin fue lo bastante prudente para no enviar esa información por internet.

– Pero ¿por qué no me dijiste…?

Maya lo interrumpió bruscamente. Las palabras le salían a borbotones.

– ¡Porque sabía que querrías volver a New Harmony, y eso era peligroso! Había planeado regresar a Arizona yo sola cuando nos hubiéramos marchado de Nueva York y tú estuvieras en una casa segura.