Encontrad al Viajero.
Capítulo 4
Gabriel apretó una tecla de su móvil y comprobó la hora. Era la una de la madrugada, pero de la calle seguían llegando todo tipo de ruidos. Oyó los bocinazos de un coche y una sirena de la policía en la distancia. Un vehículo con la música a tope pasó por delante del edificio y los martilleantes bajos de una canción rap resonaron como los latidos de un corazón.
El Viajero abrió la cremallera del saco de dormir y se sentó. La luz de las farolas de la calle se filtraba a través de los blanqueados cristales, y pudo ver a Hollis Wilson durmiendo en su camarote plegable a dos metros de él. El antiguo instructor de artes marciales respiraba profundamente, y Gabriel dedujo que estaba dormido.
Habían transcurrido veinticuatro horas desde que se habían enterado de que los habitantes de New Harmony habían muerto y de que su padre seguía vivo. Gabriel se preguntó cómo se suponía que iba a localizar a alguien que había desaparecido de su vida quince años atrás. ¿Se hallaba su padre en este mundo o había cruzado a algún otro dominio? Volvió a tumbarse y alzó una mano. A aquellas horas de la noche se sentía receptivo a las atracciones -y peligros-de su nuevo poder.
Durante unos minutos se concentró en la Luz del interior de su cuerpo. Entonces llegó el momento más difíciclass="underline" sin dejar de concentrarse en la Luz, intentó mover la mano sin pensar en ello conscientemente. A veces, parecía imposible. ¿Cómo podía uno decidir mover una parte del cuerpo y al mismo tiempo hacer caso omiso de esa decisión? Respiró profundamente y los dedos de su mano se agitaron. Pequeños puntos de Luz -como estrellas de una constelación-flotaban en la oscuridad mientras su mano física se mantenía inerte.
Movió el brazo, y la Luz fue absorbida por su cuerpo. Gabriel tiritaba y jadeaba. Se incorporó, sacó las piernas del saco y apoyó los pies en el suelo de madera. «Te estás comportando como un idiota», se dijo. «Esto no es un truco de magia. O cruzas o te quedas en este mundo.»Vestido con una camiseta y un pantalón corto de algodón, apartó la lona y salió al espacio principal del loft. Fue al baño y después a la cocina para beber agua. Maya estaba sentada en el sofá, cerca de lo que se había convertido en la habitación de las chicas. Ahora que ya podía caminar por la ciudad, se la veía llena de energía.
– ¿Va todo bien? -susurró.
– Sí. Solo tengo sed.
Abrió el grifo y bebió directamente del caño. Una de las cosas que le gustaba de Nueva York era el agua. Cuando vivía en Los Ángeles, con Michael, le parecía que el agua del grifo sabía a productos químicos.
Cruzó el loft y se sentó junto a Maya. A pesar de haber discutido con ella respecto a la noticia de su padre, le seguía gustando mirarla. Maya tenía el pelo negro sij de su madre y los marcados rasgos germánicos de su padre. Sus ojos eran de un azul muy claro, como dos puntos de acuarela flotando en un fondo blanco. Cuando salía a la calle, ocultaba sus ojos tras unas gafas de sol y se cubría el pelo con una peluca; sin embargo, la Arlequín no podía disimular su manera tan especial de moverse. Cuando entraba en un comercio o permanecía de pie en un vagón del metro, mantenía la ágil postura del luchador capaz de recibir un puñetazo y ni siquiera tambalearse.
Cuando se vieron por primera vez en Los Ángeles, Gabriel pensó que Maya era la persona más rara que había conocido en su vida. La Arlequín era una joven moderna en muchos sentidos, una experta en todo lo relacionado con la tecnología de la vigilancia. Pero al mismo tiempo cargaba con el peso de una tradición de siglos. Thorn, el padre de Maya, le había enseñado que los Arlequines estaban «Condenados por la carne. Salvados por la sangre», y ella parecía creer que era culpable de alguna especie de error fundamental que solo podía corregir poniendo en juego su vida.
Maya veía el mundo con fría claridad; cualquier frivolidad o torpeza en su percepción había sido eliminada tiempo atrás. Gabriel sabía que ella nunca quebrantaría las normas y se enamoraría de un Viajero. Y en esos momentos, su propio futuro se le antojaba tan incierto que cambiar la relación que los unía también a él le parecía una irresponsabilidad.
Maya y él tenían asignados sus papeles de Viajero y Arlequín; no obstante, se sentía atraído físicamente por ella. Durante el tiempo en que Maya estuvo recuperándose de su herida de bala, la había cogido en brazos y llevado del camastro al sofá, consciente del peso de su cuerpo y del olor de su piel y de su pelo. En alguna ocasión, la lona se había quedado ligeramente descorrida, y la había visto charlando con Vicki mientras se vestía. Entre ellos dos no había nada, pero lo había todo. Incluso en el simple hecho de sentarse junto a ella en el sofá había algo agradable y al mismo tiempo incómodo.
– Deberías dormir un poco -le dijo en voz baja.
– Soy incapaz de cerrar los ojos. -Cuando Maya estaba cansada, su acento británico se hacía más marcado-. No dejo de darle vueltas a la cabeza.
– Lo entiendo. A veces yo también me siento como si tuviera demasiados pensamientos y poco sitio donde ponerlos.
Se produjo un nuevo silencio, y Gabriel escuchó la respiración de Maya. Recordó que le había mentido acerca de su padre. ¿Había otros secretos? ¿Algo más que él debería saber? La Arlequín se apartó unos centímetros de Gabriel; no quería estar tan cerca de él. El cuerpo de Maya se tensó, y él la oyó respirar profundamente, como si estuviera a punto de hacer algo peligroso.
– Yo también he estado pensando en la discusión de la otra noche.
– Tendrías que haberme contado lo de mi padre -dijo Gabriel.
– Intentaba protegerte. ¿No me crees?
– Sigo sin estar satisfecho. -Gabriel se inclinó hacia ella-. A ver, mi padre envió una carta a la gente de New Harmony. ¿Estás segura de que no sabes desde dónde mandó la carta?
– Ya te hablé del programa Carnivore. El gobierno monito-riza los correos electrónicos. Martin nunca habría enviado una información crucial a través de internet.
– ¿Cómo puedo saber que me estás diciendo la verdad?
– Eres un Viajero, Gabriel. Puedes mirar mi rostro y ver que no estoy mintiendo.
– No creí que necesitara llegar a eso. No contigo.
Gabriel se levantó del sofá y regresó a su camastro. Se acostó, pero le resultó difícil conciliar el sueño. Sabía que Maya se preocupaba por él, pero no parecía comprender lo mucho que deseaba encontrar a su padre. Solo su padre podría decirle lo que se suponía que tenía que hacer ahora que era un Viajero. Era consciente de que estaba cambiando, convirtiéndose en una persona diferente; lo que no sabía era el porqué.
Cerró los ojos y soñó que su padre caminaba por las calles de Nueva York. Lo llamó y corrió tras él, pero su padre estaba demasiado lejos para que pudiera oírlo. Matthew Corrigan dobló una esquina y, cuando Gabriel llegó allí, su padre se había esfumado.
Dentro del sueño, se vio de pie bajo una farola; el negro pavimento de la calle centelleaba con la lluvia. Miró alrededor y vio una cámara de vigilancia en lo alto de un edificio. Había otra cámara en la farola y media docena más repartidas en distintos puntos de la calle. Fue entonces cuando supo que Michael también estaba buscando. Pero su hermano contaba con las cámaras, los escáneres y todos los artilugios de la Gran Máquina. Era como una carrera, una terrible competición entre ellos dos. Y no había manera de que él pudiera ganarla.
Capítulo 5
Aunque a veces los Arlequines se veían a sí mismos como los últimos defensores de la historia, sus conocimientos históricos se basaban más en la tradición que en los hechos descritos en los libros de texto. Maya, que se había criado en Londres, había memorizado los puntos de la ciudad donde habían tenido lugar las ejecuciones. Su padre le había mostrado todos esos lugares durante las clases diarias de lucha callejera y entrenamiento con armas. Tyburn era para los felones; la Torre de Londres, para los traidores; los cadáveres descuartizados de los piratas colgaban durante años de los muelles de Wapping. En distintos momentos de la historia, las autoridades habían ejecutado a católicos, a judíos y a una larga lista de disidentes que adoraban un dios diferente o predicaban una visión distinta del mundo. Cierto lugar de West Smithfield se reservaba para la ejecución de los herejes, las brujas, las mujeres que habían matado a sus maridos, así como de los anónimos Arlequines que habían dado su vida protegiendo a los Viajeros.