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Tasslehoff alzó el rostro hacia el cielo, estrechando los ojos para que el sol no le molestara. Otro Dragón Rojo descendió en picado sobre la Ciudadela.

—Soldados draconianos —dijo tranquilamente Tasslehoff—. Saltan del lomo de los dragones. Los vi hacer eso en la Guerra de la Lanza. —Soltó un suspiro de envidia—. A veces realmente desearía haber nacido draconiano.

—¿Qué has dicho? —inquirió Palin con un respingo—. ¿Draconianos?

—Oh, sí. ¿A que suena divertido? Cabalgan a lomos de los dragones y luego saltan y... Mira, ahí los tienes. ¿Ves cómo extienden las alas para frenar la caída? ¿No sería maravilloso, Palin? Poder planear en el aire como...

—¡Por eso Beryl no ha dejado que los dragones reduzcan a cenizas la Ciudadela! —exclamó el mago, abrumado por la repentina revelación—. Planea utilizar a los draconianos para encontrar el artilugio mágico. ¡Para encontrarnos a nosotros!

Inteligentes, fuertes, nacidos y criados para la batalla, los draconianos eran las tropas más temidas de los grandes señores dragones. Creados durante la Guerra de la Lanza, mediante la manipulación de los huevos robados a los dragones de colores metálicos con hechizos perversos, los draconianos eran seres con aspecto de enormes lagartos que caminaban erguidos como los humanos. Tenían alas, pero eran cortas y no soportaban el peso de sus corpachones musculosos en un vuelo prolongado, pero sí les permitían planear en el aire, como hacían en ese momento, capacitándolos para hacer un aterrizaje suave y sin riesgos.

En el momento en que los draconianos tocaron tierra firme, empezaron a colocarse en formación siguiendo las órdenes de sus oficiales.

Las filas de draconianos se desplegaron, apresando a todos los que podían atrapar.

Un grupo rodeó a los guardias de la Ciudadela y les ordenó que se rindieran. Superados en número, los guardias tiraron sus armas, y los draconianos los obligaron a ponerse de rodillas, tras lo cual les lanzaron encantamientos que los envolvieron en telarañas o los hicieron dormir. Palin tomó nota de que los draconianos podían realizar conjuros sin aparente dificultad mientras que cualquier mago de Ansalon apenas reunía magia para hervir agua. El hecho le pareció ominoso, y le habría gustado disponer de tiempo para reflexionar sobre ello, pero no parecía probable que se le presentara esa oportunidad.

Los draconianos no estaban matando a sus prisioneros. Todavía. Hasta que se los sometiese a interrogatorio. Los dejaron donde habían caído, envueltos en las mágicas telarañas, y siguieron adelante mientras otros grupos de draconianos se encargaban de meter a los prisioneros en el abandonado Liceo.

Un Dragón Rojo volvió a pasar por encima, hendiendo el aire con sus inmensas alas. Tropas draconianas saltaron de su lomo; su objetivo fue entonces obvio para Palin: iban a tomar la Ciudadela de la Luz para utilizarla como base de operaciones. Una vez conseguido tal objetivo, se desplegarían por la isla y acorralarían a todos los civiles. Sin duda, otra fuerza estaría atacando a los Caballeros de Solamnia para retenerlos en la fortaleza.

«¿Tendrán una descripción de Tas y de mí? —se preguntó Palin—. ¿O les habrán ordenado que prendan a todos los magos y kenders que encuentren? Tanto da —comprendió con amargura—. En cualquier caso, volveré a estar prisionero muy pronto. Me torturarán y me encadenarán en la oscuridad para que me pudra con mis propias inmundicias. No tengo medios para combatirlos. Si intento usar mi magia, los muertos la absorberán para quedársela, sea lo que fuere para lo que les sirva.»

Permaneció en las sombras de la pared de cristal, sumido en un tumulto de emociones, el miedo bullendo en su interior, revolviéndole hasta el punto de pensar que lo mataría. No temía a la muerte. Morir era la parte fácil. Vivir como prisionero... no se sentía capaz de afrontar eso. Otra vez no.

—Palin —susurró con urgencia Tas—. Creo que nos han visto.

Efectivamente, un oficial draconiano los había descubierto; señaló hacia ellos e impartió órdenes. Sus tropas se encaminaron hacia los dos. Palin se preguntó dónde estaría lady Camilla y se le ocurrió la absurda idea de gritar pidiendo auxilio, pero la descartó al punto. Estuviera donde estuviese, la dama guerrera tenía bastante con ocuparse de su propia seguridad.

—¿Vamos a luchar contra ellos? —inquirió el kender, entusiasmado—. Tengo mi daga especial, Mataconejos. —Se puso a rebuscar en sus saquillos, tirando cubiertos, cordones de botas, un calcetín viejo—. Caramon le puso ese nombre porque decía que sólo serviría para matar conejos peligrosos. Nunca me he topado con un conejo peligroso, pero funciona bastante bien contra draconianos. Sólo tengo que acordarme dónde la puse...

«Correré al interior del edificio —pensó el mago, presa del pánico—. Encontraré un sitio donde esconderme, cualquier sitio.»

Se imaginó a los draconianos descubriéndolo dentro de un armario, agazapado y lloriqueando, sacándolo a rastras... Le subió a la boca el amargo regusto de la hiél. Si huía, volvería a huir la próxima vez y seguiría huyendo siempre, dejando que otros murieran en su lugar.

«Se acabó —pensó—. Plantaré cara aquí y ahora. Yo no importo —se dijo—. Soy prescindible. El que importa es Tasslehoff. Al kender no debe pasarle nada. No ahora, no en este mundo, porque si muere en un lugar y un tiempo que no le corresponden, el mundo y todos los que estamos en él, dragones, draconianos e incluso yo mismo, dejaremos de existir.»

—Tas —empezó en voz baja y firme—, voy a despistar a esos draconianos, y mientras me persiguen, tú corre hacia las colinas. Allí estarás a salvo. Cuando los dragones se marchen, y creo que lo harán una vez que me hayan capturado, quiero que vayas a Palanthas y encuentres a Jenna para que te conduzca hasta Dalamar. Cuando yo lo diga, tienes que correr, Tas, y tan deprisa como puedas.

—¡No puedo dejarte, Palin! Admito que me enfadé contigo porque intentabas matarme obligándome a regresar para que el pie del gigante me aplastara, pero ya casi lo he superado y...

—¡Huye, Tas! —ordenó el mago, furioso en su desesperación. Abrió la bolsa que contenía las piezas del ingenio mágico y cogió la cubierta enjoyada—. ¡Corre! Mi padre tenía razón. ¡Tienes que reunirte con Dalamar, debes contarle...!

—¡Ya sé! —gritó Tas, que no lo escuchaba—. ¡Nos esconderemos en el laberinto de setos! Allí nunca nos encontrarán. ¡Vamos, Palin! ¡Deprisa!

Los draconianos chillaban, y otros draconianos que los oyeron se volvieron para mirar.

—¡Tas! —Palin se volvió, furioso, hacia el kender—. ¡Haz lo que te he dicho! ¡Huye!

—Sin ti, no —se negó, testarudo—. ¿Qué diría Caramon si se enterara de que te he dejado solo aquí, para que mueras? Se acercan muy deprisa, Palin —añadió—. Si vamos a intentar llegar al laberinto de setos, creo que más vale que lo hagamos ya.

Palin sacó la cubierta enjoyada del artefacto. Con el ingenio de viajar en el tiempo su padre se había desplazado al pasado, en la época del Primer Cataclismo, para intentar salvar a lady Crysania e impedir que su gemelo Raistlin entrara al Abismo. Con ese ingenio, Tasslehoff había viajado al presente, llevándole un misterio y una esperanza. Con ese ingenio, él mismo había regresado al pasado para descubrir que el tiempo anterior al Segundo Cataclismo no existía. Era uno de los artefactos más poderosos jamás creado por los hechiceros de Krynn. Estaba a punto de destruirlo y, al hacerlo, quizá los destruiría a todos. Sin embargo, era la única solución.

Aferró la cubierta con tanta fuerza que los bordes del metal le cortaron la palma. Pronunció unas palabras mágicas que no había dicho desde que los dioses se marcharon al final de la Cuarta Era, y arrojó la pieza a los draconianos que se aproximaban. No tenía idea de qué esperaba conseguir con ello. Fue un acto de desesperación.

Al ver que el mago les lanzaba algo, los draconianos se frenaron bruscamente, recelosos.