Bosch se dio cuenta de que tal vez había hecho demasiadas preguntas.
– Sólo intento ponerme al día -dijo-. Como has dicho, no leo los diarios.
– El diario, no los diarios -dijo ella sonriendo-. Será mejor que no te vea leyendo el Daily Snews o hablando con ellos.
– El infierno no tiene tanta furia como un periodista desdeñado.
– Más o menos.
Se sintió convencido de que había desviado las sospechas de la periodista. Levantó la fotocopia.
– ¿No hubo seguimiento de esto? ¿Nunca detuvieron a nadie?
– Supongo que no, o habrían escrito un artículo.
– ¿Puedo quedármelo?
– Claro.
– ¿Te apetece darte otra vuelta por la «morgue»?
– ¿Para qué?
– ¿Artículos de Conklin?
– Habrá centenares, Bosch. Dijiste que fue fiscal del distrito con dos mandatos.
– Sólo me interesan los artículos de antes de que lo eligieran. Y si tienes tiempo pon también los artículos sobre Mittel.
– ¿Sabes? Pides mucho. Podría meterme en problemas si se enteran de que estoy buscando recortes para un poli.
Russell hizo un mohín, pero Bosch tampoco hizo caso de eso. Sabía adónde quería llegar.
– ¿Quieres contarme de qué va todo esto, Bosch?
Bosch se mantuvo en silencio.
– Lo suponía. Bueno, mira, tengo que hacer dos entrevistas esta tarde. Voy a irme. Lo que puedo hacer es pedirle a un becario que te busque los artículos y que te los deje con el conserje en el vestíbulo del globo. Estarán en un sobre, así que nadie sabrá qué es. ¿Te parece bien?
Bosch asintió con la cabeza. Había estado antes en Times Square en un puñado de ocasiones, por lo general para reunirse con periodistas. El elemento central del vestíbulo de entrada en First y Spring era un enorme globo que nunca dejaba de girar, igual que las noticias no dejaban nunca de sucederse.
– ¿Lo dejarás a mi nombre? ¿Eso no te traerá problemas? Ser amiga de un poli debe de ir contra las reglas allí.
Russell sonrió ante el comentario sarcástico.
– No te preocupes. Si un jefe me pregunta, diré que es una inversión de futuro. Será mejor que lo recuerdes, Bosch. La amistad es una calle de doble sentido.
– No te preocupes, nunca olvido eso.
Bosch se inclinó hacia adelante en la mesa, de modo que su rostro quedó cerca del de Russell.
– Quiero que tú también recuerdes una cosa. Una de las razones por las que no te estoy diciendo para qué quiero este material es que no estoy seguro de lo que significa. Si es que significa algo. Pero no tengas demasiada curiosidad. No empieces a hacer llamadas. Si lo haces podrías estropeado todo. Podría salir malparado. Tú podrías salir malparada, ¿entendido?
– Entendido.
El hombre del bigote encerado apareció al lado de la mesa con las bandejas.
– Me he fijado en que ha llegado temprano hoy. ¿He de tomarlo como una señal de su voluntad de estar aquí?
– No especialmente. Estaba en el centro comiendo con una amiga y me he pasado.
– Me alegra oír que estaba con una amiga. Creo que eso está bien.
Carmen Hinojos estaba sentada detrás de su escritorio. Tenía la libreta en la mesa, abierta, pero estaba sentada con las manos entrelazadas delante de ella. Era como si no quisiera hacer ningún movimiento que pudiera interpretarse como amenazador para el diálogo.
– ¿Qué le ha pasado en la mano?
Bosch la levantó y miró los vendajes de sus dedos.
– Me golpeé con un martillo. He estado trabajando en mi casa.
– Espero que esté bien.
– Sobreviviré.
– ¿Por qué está tan trajeado? Espero que no sienta que tiene que vestirse así para las sesiones.
– No. Yo…, bueno, me gusta seguir mi rutina. Aunque no vaya a ir a trabajar, me visto como si fuera a hacerlo.
– Entiendo.
Tras ofrecerle café o agua y después de que Bosch declinara la invitación, Hinojos empezó con la sesión.
– Dígame, ¿de qué quiere hablar hoy?
– No me importa. Usted manda.
– Preferiría que no viera nuestra relación de esta manera. Yo no soy su jefa, detective Bosch. Sólo soy una persona dispuesta a ayudarle a hablar de lo que quiera contarme.
Bosch permaneció en silencio. No se le ocurría nada. Carmen Hinojos tamborileó con el lápiz en la tableta amarilla durante unos momentos antes de recoger el guante.
– Nada en absoluto, ¿eh?
– No se me ocurre nada.
– Entonces ¿por qué no hablamos de ayer? Cuando le llamé para recordarle la sesión de hoy obviamente estaba nervioso por algo. ¿Fue entonces cuando se golpeó la mano?
– No, no fue entonces.
Bosch se detuvo, pero la psiquiatra no dijo nada y él decidió participar un poco. Tenía que admitir que había algo en ella que le gustaba. No era amenazadora y creía que no faltaba a la verdad cuando le decía que estaba allí sólo para ayudarle.
– Lo que pasó cuando usted llamó fue que antes había descubierto que a mi compañero, o sea, a mi compañero de antes de esto, le habían asignado un nuevo compañero. Ya me han sustituido.
– ¿Y eso cómo le hace sentirse?
– Ya oyó cómo estaba. Estaba furioso. Creo que todo el mundo lo estaría. Después llamé a mi compañero y me trató como si yo fuera historia antigua. Yo le enseñé mucho y…
– ¿Y qué?
– No lo sé, supongo que duele.
– Ya veo.
– No, no lo creo. Tendría que ser yo para verlo como yo lo veo.
– Supongo que eso es verdad. Pero puedo comprenderle. Dejémoslo así. Permita que le pregunte esto. ¿No debería haber esperado que a su compañero le dieran otra pareja? Al fin y al cabo, ¿no es una norma departamental que los detectives trabajen por parejas? Usted estará de baja por un periodo hasta el momento indeterminado. ¿No estaba cantado que a su compañero le iban a asignar un nuevo compañero, permanente o no?
– Supongo.
– ¿No es más seguro trabajar por parejas?
– Supongo.
– ¿Cuál es su propia experiencia? ¿Se sintió más seguro cuando estuvo con un compañero en el trabajo que cuando estuvo solo?
– Sí, me sentí más seguro.
– Entonces, lo que ocurrió era inevitable e incuestionable; aun así le puso furioso.
– No fue lo que ocurrió lo que me puso furioso, sino la forma en que me lo contó, y después su manera de actuar cuando yo llamé. Me sentí dejado de lado. Le pedí un favor y… no sé.
– ¿Qué hizo?
– Dudó. Los compañeros no hacen eso. No entre ellos. Se supone que están ahí para el otro. Se supone que es como un matrimonio, aunque yo nunca he estado casado.
Hinojos se detuvo para tomar notas, lo cual hizo que Bosch se preguntara si lo que acababa de decir era tan importante.
– Parece -dijo ella mientras todavía escribía- que tiene un umbral bajo para tolerar frustraciones.
La afirmación de la psiquiatra inmediatamente irritó a Bosch, pero sabía que si lo mostraba estaría confirmando su tesis. Pensó que tal vez era un truco pensado para provocar esa respuesta. Trató de calmarse.
– ¿No le pasa a todo el mundo? -dijo con voz controlada.
– Supongo que hasta cierto punto. Cuando revisé su historial vi que estuvo en el ejército durante la guerra de Vietnam. ¿Vio algún combate?
– ¿Que si vi algún combate? Sí, vi combate. También estuve en medio del combate. Incluso estuve bajo el combate. ¿Por qué la gente siempre pregunta que si vi un combate como si se tratara de una maldita película que nos llevaran allí?
Hinojos se quedó en silencio un buen rato, sosteniendo el bolígrafo, pero sin escribir. Parecía que simplemente estaba esperando que las velas de Bosch, henchidas de ira, perdieran viento. Bosch movió la mano en un gesto que esperaba que expresara que lo lamentaba y que deberían seguir adelante.
– Lo siento -dijo para asegurarse.
Hinojos continuó en silencio y Bosch estaba empezando a sentir el peso de su mirada. Apartó la vista a las estanterías que ocupaban una de las paredes del despacho. Estaban llenas de gruesos volúmenes de psiquiatría encuadernados en piel.