– De acuerdo. No volveré a colarme en ninguna fiesta.
– No, quiero algo más que eso. Quiero que se mantenga apartado de esos hombres que cree que podrían estar implicados.
– Lo que le prometo es que no acudiré a ellos hasta que lo tenga todo atado.
– Lo digo en serio.
– Yo también.
– Eso espero.
Se quedaron en silencio durante casi un minuto. Era un periodo para enfriar los ánimos. Hinojos se acomodó ligeramente en la silla, sin mirarlo, probablemente pensando qué decir a continuación.
– Sigamos adelante -dijo al fin-. ¿Entiende que todo este asunto, esta persecución suya, ha eclipsado lo que supuestamente estamos haciendo aquí?
– Lo sé.
– De manera que está prolongando mi evaluación.
– Bueno, eso ya no me preocupa tanto. Necesito el tiempo libre para este otro asunto.
– Bueno, mientras sea feliz -dijo Hinojos con sarcasmo-. Muy bien. Quiero que volvamos al incidente que le trajo aquí. El otro día fue muy general y muy breve en su descripción de lo que ocurrió. Entiendo el motivo. Creo que todavía nos estábamos conociendo en ese momento. Pero ahora ya hemos pasado esa fase. Me gustaría disponer de una historia más completa. Dijo el otro día que el teniente Pounds puso las cosas en movimiento.
– Así es.
– ¿Cómo?
– En primer lugar, es un jefe de detectives que nunca ha sido detective. Bueno, técnicamente, probablemente pasó unos meses en alguna mesa, de manera que puede ponerlo en su currículum, pero básicamente es un administrador. Es lo que llamamos un Robocrat. Un burócrata con placa. No tiene ni idea de cómo se resuelven los casos. Lo único que sabe es cómo hacer una marca en un caso en ese gráfico que tiene colgado en su despacho. No tiene ni idea de la diferencia entre una entrevista y un interrogatorio. Y no pasa nada, el departamento está lleno de gente como él. Que hagan su trabajo y que me dejen hacer el mío. El problema es que Pounds no se da cuenta de en qué es bueno y en qué es malo. Eso ya ha provocado conflictos antes. Confrontaciones. Y finalmente llevó al incidente, como se empeña en llamarlo.
– ¿Qué fue lo que hizo?
– Tocó a mi sospechoso.
– Explíqueme qué significa eso.
– Cuando estás en un caso y llevas a alguien a comisaría es todo tuyo. Nadie se le acerca, ¿lo entiende? Una palabra inadecuada o una pregunta inadecuada pueden arruinar un caso. Ésa es la regla de oro: no toques al sospechoso de otro. No importa si tú eres teniente o el jefe en persona, te quedas al margen hasta que hablas con los que lo han traído.
– Entonces ¿qué ocurrió?
– Como le dije e! otro día, mi compañero Edgar y yo llevamos a ese sospechoso. Habían matado a una mujer. Una de esas que se anuncia en las revistas que venden en el bulevar. La llamaron a un motel cutre de Sunset, tuvo relaciones con el tipo y terminó acuchillada. Ése es el resumen. La puñalada fue en la parte superior del pecho derecho. Pero el putero actuó con sangre fría. Llamó a la policía y dijo que el cuchillo era de ella y que trató de atracarle con él. Dijo que él le dobló la mano y se lo clavó. Defensa propia. Entonces fue cuando aparecimos Edgar y yo, y enseguida vimos que algunas cosas no cuadraban.
– ¿Como qué?
– En primer lugar, ella era mucho más pequeña que él. No me la imagino atacándole con un cuchillo. Después está el cuchillo en sí. Era un cuchillo de sierra de cortar carne, de unos veinte centímetros, y ella tenía uno de esos bolsitos sin asas.
– Un portamonedas.
– Sí, supongo. La cuestión es que ese cuchillo ni siquiera cabía en el bolso, así que ¿cómo lo trajo? Como dicen en la calle, la ropa le venía tan ajustada como los condones en el bolso, así que tampoco lo llevaba oculto en el cuerpo. Y había más. Si su intención era desplumarlo, ¿por qué tener relaciones sexuales antes? ¿Por qué no sacar e! cuchillo, acojonarlo y largarse? Pero no ocurrió así. La versión del putero era que primero lo hicieron y después ella le agredió, lo cual explica que la mujer estuviera todavía desnuda. Y eso, por supuesto, plantea otro interrogante. ¿Por qué robar al tipo cuando estás desnuda? ¿Cómo iba a escaparse así?
– El tipo estaba mintiendo.
– Parecía obvio. Después encontramos algo más. En su bolso (el portamonedas) había un trozo de papel en el que ella había escrito el nombre del motel y el número de la habitación. La escritura era de una persona diestra. Como he dicho, la puñalada fue en la parte superior derecha del pecho de la víctima. Eso no encajaba. Si ella le amenazó, lo lógico era que el cuchillo estuviera en su mano derecha. Si entonces el putero lo giró hacia ella, lo más probable es que la herida fuera en la parte izquierda del pecho, no en la derecha.
Bosch hizo ademán de mover la mano derecha hacia su propio pecho, mostrando el movimiento antinatural necesario para acuchillarse en el costado derecho.
– Había todo tipo de detalles que no encajaban -continuó-. Era una herida de arriba abajo, lo cual tampoco encajaba con que el cuchillo estuviera en la mano de la víctima. Tendría que haber sido de abajo arriba.
Hinojos asintió con la cabeza para mostrar que lo entendía.
– El problema era que no teníamos indicios físicos que contradijeran su versión. Nada. Sólo nuestra sensación de que ella no habría hecho lo que él decía. La cuestión de la herida no era suficiente. Y además, a favor de él, estaba el cuchillo. Lo encontramos en la cama y vimos que tenía huellas marcadas en la sangre. No me cabía duda de que serían de ella. Eso no es difícil de lograr una vez muerta la chica. Pero aunque no me impresionó, eso no contaba. Lo que contaba era lo que pensara el fiscal y en última instancia un jurado. La duda razonable es un enorme agujero negro que se traga casos como ése. Necesitábamos más.
– ¿Qué ocurrió?
– Es lo que llamamos un «él dijo, ella dijo». La palabra de una persona contra la de otra, sólo que en este caso la otra persona estaba muerta. Lo complicaba más. No teníamos nada más que la versión de él. Lo que haces en un caso así es apretar al tipo. Lo vences. Y hay muchas maneras de hacerlo. Pero, básicamente, lo vences en las salas.
– ¿Las salas?
– Las salas de interrogatorios. En comisaría. Lo metimos en una sala. Como testigo. No lo detuvimos formalmente. Le preguntamos si podía venir, le dijimos que teníamos que ordenar unas cuantas cosas acerca de lo que ella había hecho. Él dijo que no había problema. Ya sabe, Don Colaborador. Seguía tranquilo. Lo metimos en una sala y Edgar y yo fuimos a la oficina de guardia para conseguir algo de café. Tienen buen café allí, una de esas cafeteras grandes. La donó un restaurante que quedó destrozado por el terremoto. Todo el mundo va allí a buscar el café. El caso es que nos estábamos tomando nuestro tiempo, hablando de cómo íbamos a abordar a ese tipo, quién de nosotros iba a empezar, y todo eso. Mientras tanto el puto Pounds (disculpe) ve al tipo en la sala por la ventanita y entra y le informa. Y…
– ¿Qué quiere decir que le informa?
– Le lee sus derechos. Era nuestro testigo y Pounds, que no tiene ni puta idea de lo que está haciendo, cree que puede entrar ahí y soltarle al tío la perorata. Se cree que nos hemos olvidado o yo qué sé.
Bosch miró a Hinojos con el rostro encendido de rabia, pero inmediatamente vio que ella no lo había entendido.
– ¿No era lo que había que hacer? -preguntó la psiquiatra-. ¿No se les exige que informen a la gente de sus derechos?
Bosch tuvo que esforzarse para contener su rabia, recordándose que Hinojos, por más que trabajara para el departamento, era una outsider. Sus percepciones de la policía probablemente estaban más basadas en los medios que en la realidad.
– Deje que le dé una rápida lección de qué es la ley y qué es la realidad. Nosotros (los polis) tenemos la baraja marcada en contra. Lo que la ley Miranda y otras normativas suponen es que tenemos que coger a un tipo que sabemos, o al menos creemos, que es culpable y básicamente decirle: «Oye, mira, creemos que el Tribunal Supremo y todos los abogados del planeta te aconsejarían que no hablaras con nosotros, pero, ¿qué te parece si hablas con nosotros?» No funciona. Hay que dar un rodeo. Hay que usar la astucia y algún engaño, y hay que ser taimado. Las leyes de los tribunales son como una cuerda por la que has de caminar. Hay que ir con mucho cuidado, pero existe una posibilidad de cruzar al otro lado. Así que cuando algún capullo que no tiene ni idea entra y le lee los derechos a tu sospechoso, te arruina el día, por no hablar del caso.