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– ¿Está bien?

– Creo.

– Cruce la calle y que le mire uno de los médicos.

– No, estoy bien.

– Bien, entonces vaya a su oficina y tómese un descanso. Tengo a alguien más que quiero que hable con Bosch.

– Quiero continuar la entre…

– La entrevista ha terminado, teniente. Se la ha cargado. -Después miró a Bosch y añadió-: Los dos lo han hecho.

Irving dejó a Bosch solo en la sala de conferencias y al cabo de un momento entró Carmen Hinojos. Ésta tomó el mismo asiento que había ocupado Brockman. Miró a Bosch con ojos que parecían cargados a partes iguales de rabia y decepción. Pero Bosch no parpadeó.

– Harry, no puedo creer…

Bosch levantó un dedo hacia ella para silenciarla.

– ¿Qué pasa?

– ¿Se supone que nuestras sesiones han de seguir siendo privadas?

– Por supuesto.

– ¿Incluso aquí?

– Sí, ¿qué ocurre?

Bosch se levantó y caminó hasta el teléfono que había sobre el mostrador. Apretó el botón que desconectaba la llamada en conferencia y volvió a su silla.

– Espero que haya quedado encendido de forma no intencionada -dijo Hinojos-. Voy a hablar de esto con el jefe Irving.

– Seguramente lo está haciendo ahora mismo. El teléfono era demasiado obvio. Probablemente hay micrófonos en la sala.

– Vamos, Harry, esto no es la CIA.

– No, pero a veces es todavía peor. Lo único que digo es que Irving o asuntos internos podrían seguir escuchando. Tenga cuidado con lo que dice.

Carmen Hinojos parecía exasperada.

– No soy paranoico, doctora. He pasado por esto antes.

– Muy bien, no importa. En realidad no me importa quién está escuchando y quién no. No puedo creer lo que acaba de hacer. Me hace sentir muy triste y decepcionada. ¿De qué han tratado nuestras sesiones? ¿De nada? Estaba sentada allí escuchándole recurrir al mismo tipo de violencia que le trajo a mi consulta. Harry, esto no es ninguna broma. Es la vida real. Y tengo que tomar una decisión que podría decidir su futuro. Esto me lo complica mucho.

Bosch esperó hasta que estuvo seguro de que ella había terminado.

– ¿Ha estado todo el rato allí dentro con Irving?

– Sí, me llamó y me explicó la situación y me pidió que viniera y me sentara. He de decir…

– Espere un momento. Antes de que continúe. ¿Ha hablado con él? ¿Le ha hablado de nuestras sesiones?

– No, por supuesto que no.

– Muy bien, para que quede constancia, quiero reiterar que no renuncio a ninguna de las protecciones que se establecen en una relación médico-paciente. ¿Estamos de acuerdo en eso?

Por primera vez, Hinojos apartó la mirada. Bosch vio que el rostro de la psiquiatra se oscurecía de rabia.

– ¿Sabe cómo me insulta que usted me diga esto? ¿Cree que le he hablado de las sesiones porque él me lo ha ordenado?

– ¿Lo ha hecho?

– No confía en mí en absoluto, ¿verdad?

– ¿Lo ha hecho?

– No.

– Eso está bien.

– No se trata de mí. Usted no se fía de nadie.

Bosch se dio cuenta de que había perdido el rumbo. No obstante, vio que había más dolor que rabia en el rostro de Hinojos.

– Lo siento, tiene razón, no debería haberlo dicho. Yo sólo… No lo sé, estaba entre la espada y la pared aquí, doctora. Cuando ocurre eso, uno a veces se olvida de quién está de su parte y quién no.

– Sí, y de manera rutinaria responde con violencia contra aquellos que percibe que no están de su lado. No me gusta verlo. Es muy, muy decepcionante.

Bosch apartó la mirada de la psiquiatra y observó la palmera de la esquina. Antes de salir de la sala, Irving la había replantado, manchándose las manos con sustrato negro. Bosch se fijó en que todavía estaba ligeramente inclinada hacia la izquierda.

– Entonces ¿qué está haciendo aquí? -preguntó-. ¿Qué quiere Irving?

– Quería que me sentara en su despacho y escuchara su entrevista por la línea de conferencias. Dijo que estaba interesado en mi evaluación de sus respuestas respecto a si creía que podía ser responsable de la muerte del teniente Pounds. Gracias a usted y a la agresión a su interrogador, no necesita que haga ninguna evaluación. En este punto está claro que es propenso a atacar a compañeros policías y que es capaz de ejercer violencia contra ellos.

– Eso es una tontería y usted lo sabe. Maldita sea, lo que he hecho aquí a ese tipo disfrazado de policía es muy diferente de lo que creen que he hecho. Está hablando de cosas que están en mundos distintos y si no lo ve, se ha equivocado de profesión.

– No estoy tan segura.

– ¿Alguna vez ha matado a alguien, doctora?

Formular la pregunta le recordó su juego de la hora de las confesiones con Jasmine.

– Por supuesto que no.

– Bueno, yo sí. Y créame que es muy diferente a darle una paliza a un pomposo con el culo del traje desgastado. Muy diferente. Si usted o ellos creen que hacer una cosa significa que puedes hacer la otra, tienen mucho que aprender.

Ambos se quedaron un rato en silencio, dejando que su rabia se retirara como la marea.

– Muy bien -dijo Bosch finalmente-. Entonces, ¿qué pasa ahora?

– No lo sé. El subdirector Irving acaba de pedirme que me siente con usted para calmarle. Supongo que está pensando qué hacer a continuación. Diría que no estoy teniendo mucho éxito en calmarlo.

– ¿Qué le dijo cuando le pidió que viniera a escuchar?

– Sólo me llamó y me explicó lo que había ocurrido y dijo que quería mi opinión de la entrevista. Tiene que entender una cosa: a pesar de sus problemas con la autoridad, él es la única persona que está de su lado en esto. No pienso que él crea sinceramente que está involucrado en la muerte de su teniente, al menos de manera directa. Pero se da cuenta de que es un sospechoso viable y que es preciso que se lo interrogue. Creo que si hubiera mantenido la compostura en la entrevista, todo esto podría haber acabado pronto para usted. Ellos habrían comprobado su coartada en Florida y habría sido el final de la historia. Yo incluso les dije que me había dicho que iba a ir a Florida.

– No quiero que comprueben mi historia. No quiero involucrar a esas personas.

– Bueno, es demasiado tarde. Sabe que está metido en algo.

– ¿Cómo?

– Cuando llamó para pedirme que viniera, mencionó el expediente del caso de su madre. El expediente del asesinato. Dijo que lo encontraron en su casa. Dijo que también encontró las pruebas almacenadas del caso.

– ¿Y?

– Y me preguntó si sabía qué estaba haciendo usted con todo eso.

– Así que sí que le pidió que revelara lo que hablamos en nuestras sesiones.

– De manera indirecta.

– A mí me parece bastante directo. ¿Dijo específicamente que era el caso de mi madre?

– Sí.

– ¿Qué le dijo?

– Le dije que no disponía de libertad para discutir nada de lo que se había hablado en nuestras sesiones. Eso no le satisfizo.

– No me sorprende.

Otra nube de silencio pasó entre ambos. Los ojos de la psiquiatra vagaron por la sala. Los de Bosch permanecieron fijos en los de ella.

– Escuche, ¿qué sabe de lo que le ocurrió a Pounds?

– Muy poco.

– Irving tiene que haberle contado algo. Usted tiene que haber preguntado.

– Dijo que encontraron a Pounds en el maletero de su coche el domingo por la tarde. Supongo que llevaba tiempo allí. Quizá un día. El jefe dijo que… el cadáver mostraba signos de tortura. Una mutilación particularmente sádica, dijo. No entró en detalles. Ocurrió antes de la muerte de Pounds. Eso lo sabían. Dijo que había sufrido mucho. Quería saber si usted era la clase de persona capaz de hacer eso.

Bosch no dijo nada. Se estaba imaginando la escena del crimen. La sensación de culpa volvió a arremeter contra él y por un momento sintió arcadas.