– Entonces -dijo Bosch al fin-, viendo lo que le habían hecho, la tortura y todo lo demás, inmediatamente pensaron en mí. Eso sí que es un voto de confianza.
– Mire, detective, lo empujó por la ventana dos semanas antes. Teníamos un informe adicional de él según el cual lo había amenazado. ¿Qué…?
– No hubo ninguna amenaza. Él…
– No me importa si la hubo o no la hubo. Él presentó el informe. Ésa es la cuestión. Cierto o falso, hizo el informe, por consiguiente, se sentía amenazado por usted. ¿Qué se supone que teníamos que hacer? ¿No hacer caso? Sólo decir: «¿Harry Bosch? Oh, no, nuestro Harry Bosch no podría hacerlo, de ningún modo», y seguir adelante. No sea ridículo.
– De acuerdo, tiene razón. Olvídelo. ¿No le dijo nada a su mujer antes de irse?
– Sólo que alguien había llamado y que tenía que salir una hora a una reunión con una persona muy importante. No mencionó ningún nombre. La llamada se recibió el viernes por la noche.
– ¿Es exactamente así como lo contó ella?
– Eso creo. ¿Por qué?
– Porque si él lo dijo así, podría haber dos personas involucradas.
– ¿Por qué?
– Suena como si una persona lo hubiera convocado a una reunión con una segunda persona, alguien muy importante. Si esa persona hubiera hecho la llamada, entonces él le habría dicho a la mujer que tal y tal, el gran tipo importante, acababa de llamarlo y que iba a reunirse con él. ¿Entiende a qué me refiero?
– Sí. Pero quienquiera que llamara pudo usar el nombre de una persona importante como cebo para atraer a Pounds. Esa persona real podría no estar involucrada en absoluto.
– Eso también es cierto. Pero creo que se dijera lo que se dijese, tuvo que ser convincente para que Pounds saliera solo de noche.
– Tal vez era alguien a quien ya conocía.
– Tal vez, pero en ese caso probablemente le habría dicho el nombre a su mujer.
– Cierto.
– ¿Se llevó algo? Un maletín, archivos, algo.
– No que sepamos. La mujer estaba en la sala de la tele. No lo vio salir por la puerta. Hemos repasado todo esto con ella, hemos revisado toda la casa. No hay nada. Su maletín estaba en su despacho de la comisaría. Ni siquiera se lo llevó a casa. No hay por dónde empezar. Para ser sincero, usted era el mejor candidato, y ahora está descartado. Lo que me devuelve a mi pregunta. ¿Lo que usted ha estado haciendo podría tener algo que ver con esto?
Bosch no podía permitirse decirle a Irving lo que pensaba, lo que sabía instintivamente que le había ocurrido a Pounds. Aunque lo que lo detenía no era la culpa, sino el deseo de mantener la misión para sí mismo. En ese momento se dio cuenta de que la venganza era una fuerza singular, una misión solitaria, algo de lo que nunca se hablaba en voz alta.
– Desconozco la respuesta -dijo-. No le conté nada a Pounds. Pero me la tenía jurada. Eso ya lo sabe. El tipo está muerto, pero era un capullo y quería acabar conmigo. Así que podría haber estado muy atento a lo que yo hacía. Un par de personas me vieron la semana pasada. El rumor podría haberle llegado a él y podría haberle inducido a un error fatal. Él no es que fuera un investigador. Pudo haber cometido un error. No lo sé.
Irving miró fijamente a Bosch. Bosch sabía que estaba intentando determinar qué parte era verdad y qué parte, mentira. Bosch habló antes.
– Dijo que iba a reunirse con alguien importante.
– Sí.
– Mire, jefe, no sé lo que McKittrick le contó de la conversación que tuve con él, pero sabe que había gente importante involucrada cuando… cuando mataron a mi madre. Usted estuvo allí.
– Sí, estuve allí, pero no formé parte de la investigación, no después del primer día.
– ¿McKittrick le habló de Arno Conklin?
– Hoy no. Entonces sí. Recuerdo que cuando una vez le pregunté qué estaba ocurriendo con el caso, me dijo que le preguntara a Arno. Dijo que Arno estaba protegiendo a alguien.
– Bueno, Arno Conklin era una persona importante.
– ¿Pero ahora? Será un anciano si es que sigue vivo.
– Está vivo, jefe. Y tiene que recordar algo. Los hombres importantes se rodean de hombres importantes. Nunca están solos. Conklin puede ser viejo, pero puede haber otro que no lo sea.
– ¿Qué me está contando, Bosch?
– Le estoy diciendo que me deje solo. Tengo que hacer esto. Soy el único que puede hacerlo. Le estoy diciendo que mantenga a Brockman y a los demás alejados de mí.
Irving lo miró un momento y Bosch percibió que el jefe no sabía qué camino tomar. Bosch se levantó.
– Estaremos en contacto.
– No me está contando todo.
– Es mejor así. -Salió al pasillo, recordó algo y volvió a entrar-. ¿Cómo voy a volver a casa? Me han traído aquí.
Irving se estiró hacia el teléfono.
Bosch abrió la puerta de la quinta planta y no vio a nadie detrás del mostrador de la División de Asuntos Internos. Esperó unos segundos a que apareciera Toliver porque Irving le acababa de ordenar que llevara a Bosch a casa, pero el joven detective de asuntos internos no apareció. Bosch supuso que se trataba de otro jueguecito psicológico. No quería rodear el mostrador e ir a buscar a Toliver, así que simplemente gritó su nombre. Detrás del mostrador había una puerta ligeramente entreabierta y Bosch estaba razonablemente seguro de que Toliver oiría la llamada.
Pero la persona que salió por aquella puerta fue Brockman.
Miró a Bosch un buen rato sin decir nada.
– Mire, Brockman, se supone que Toliver ha de llevarme a casa -le dijo Bosch-. No quiero nada más con usted.
– Sí, es una lástima.
– Vaya a buscar a Toliver.
– Será mejor que me vigile, Bosch.
– Sí, ya lo sé, estaré vigilando.
– Sí, y no me verá llegar.
Bosch asintió y miró por encima del teniente a la puerta donde esperaba que Toliver saliera en cualquier momento. Sólo quería que se diluyera la situación y que lo llevaran a casa. Sopesó la posibilidad de coger un taxi, pero sabía que en hora punta probablemente le costaría cincuenta pavos. Además, le seducía la idea de que un chófer de asuntos internos lo llevara a casa.
– Eh, asesino.
Bosch miró a Brockman. Se estaba cansando.
– ¿Qué tal es follarse a otra asesina? Debe de valer la pena para irse hasta Florida para hacerlo.
Bosch trató de mantener la calma, pero sintió que su rostro le traicionaba, porque de repente supo de qué estaba hablando Brockman.
– ¿De qué está hablando?
La cara de Brockman se encendió de una satisfacción de matón al interpretar la expresión de sorpresa de Bosch.
– Ni siquiera se molestó en decírselo, vaya.
– ¿Decirme qué?
Bosch quería abalanzarse al mostrador y sacar a Brockman por el cuello, pero al menos exteriormente mantuvo la calma.
– ¿Decirle qué? Yo se lo diré. Creo que su versión apesta y lo voy a demostrar. Entonces Don Limpio no va a poder protegerle.
– Dijo que le habían advertido que me dejara en paz. Estoy libre.
– A tomar por culo los dos. Cuando venga con su coartada en una bolsa, no va a tener alternativa.
Toliver atravesó el umbral que había detrás del mostrador. Llevaba un juego de llaves en la mano. Se quedó de pie en silencio detrás de Brockman, con la mirada baja.
– Lo primero que hice fue buscarla en el ordenador -dijo Brockman-. Está fichada, Bosch. ¿No lo sabía? Es una asesina, como usted. Bonita pareja.
Bosch quería hacer un millar de preguntas, pero no iba a hacerle ninguna a ese hombre. Sentía que un gran vacío se abría en su interior mientras empezaba a dudar de sus sentimientos por Jazz. Se dio cuenta de que ella le había dejado todas las señales, pero él no las había interpretado. Aun así, el sentimiento que le invadió con más fuerza era el de traición.