Bosch no hizo caso de Brockman deliberadamente y miró a Toliver.
– Eh, muchacho, ¿vas a llevarme a casa o qué?
Toliver rodeó el mostrador sin responder.
– Bosch, ya le tengo en asociación con malhechores -dijo Brockman-, pero no estoy satisfecho.
Bosch fue a la puerta del pasillo y la abrió. Iba contra la normativa del Departamento de Policía de Los Ángeles asociarse con delincuentes conocidos. Que Brockman pudiera acusarlo de eso era la menor de las preocupaciones de Bosch. Se dirigió a la puerta con Toliver a la zaga. Antes de que la puerta se cerrara, Brockman gritó tras él.
– Dale un beso de mi parte, asesino.
Al principio, Bosch permaneció sentado en silencio junto a Jerry Toliver en el trayecto de vuelta a su casa. Tenía una cascada de ideas que le embotaban la mente y decidió simplemente hacer caso omiso del joven detective de asuntos internos. Toliver dejó el escáner de la policía encendido y la charla esporádica era lo más parecido a una conversación que había en el vehículo. Era la hora en que la gente salía del centro y avanzaba a un ritmo exasperante hacia el paso de Cahuenga.
A Bosch le dolían las tripas por las convulsiones de la náusea de una hora antes y mantuvo los brazos cruzados delante del cuerpo como si estuviera acunando un bebé. Sabía que tenía que compartimentar sus pensamientos. Por más que estuviera confundido y se sintiera intrigado por las alusiones que Brockman había hecho en relación a Jasmine, sabía que tenía que dejarlas de lado. Por el momento, lo que le había ocurrido a Pounds era más importante.
Trató de ordenar la cadena de acontecimientos y llegó a la conclusión obvia. Su entrada en la fiesta de Mittel y la entrega de la fotocopia del recorte del Times habían disparado una reacción que concluyó con el asesinato de Harvey Pounds, el hombre cuyo nombre él había utilizado. Aunque en la fiesta sólo le había dicho a Mittel el nombre, de algún modo lo habían rastreado hasta el Pounds real, que después fue torturado y asesinado.
Bosch supuso que habían sido las llamadas a Tráfico las que habían condenado a Pounds. Tras recibir el amenazador recorte en la fiesta, Mittel probablemente había estirado su largo brazo para descubrir quién era ese Harvey Pounds y qué se proponía. Mittel tenía contactos desde Los Ángeles a Sacramento y Washington. Podía haber descubierto rápidamente que Harvey Pounds era policía. El trabajo de financiación de campañas de Mittel había puesto a un buen número de legisladores en escaños de Sacramento. Ciertamente tenía los contactos precisos en la capital del estado para descubrir quién estaba buscando información referida a él. Y si lo había hecho, había descubierto que Harvey Pounds, un teniente del Departamento de Policía de Los Ángeles, no sólo había preguntado por él, sino también por otros cuatro hombres que podían ser igualmente de vital interés para éclass="underline" Amo Conklin, Johnny Fox, Jake McKittrick y Claude Eno.
Era cierto que todos los nombres estaban implicados en un caso y una conspiración de hacía casi treinta y cinco años. Pero Mittel estaba en el centro de esa conspiración y, a juicio de Bosch, el fisgoneo de Pounds podía haber sido más que suficiente para que alguien de su posición tomara algún tipo de medida para descubrir qué estaba haciendo el teniente.
A causa del movimiento que el hombre que él creía que era Pounds había hecho en la fiesta, Mittel probablemente había concluido que se enfrentaba a un extorsionista. Y sabía cómo eliminar el problema. Como se había eliminado a Johnny Fox.
Bosch sabía que ésa era la razón de que Pounds hubiera sido torturado. Para que Mittel se asegurara de que el problema no iba más allá de Pounds, tenía que saber quién más sabía lo que sabía el teniente. El problema era que Pounds no sabía nada. No tenía nada que ofrecer y fue atormentado hasta que su corazón no aguantó más.
Una pregunta que permanecía sin respuesta en la mente de Bosch era qué sabía de todo ello Arno Conklin. Bosch todavía no había contactado con él. ¿Tenía conocimiento del hombre que se había acercado a Mittel? ¿Había ordenado él la acción sobre Pounds o había sido solamente la reacción de Mittel?
De pronto, Bosch vio un salto en su teoría que requería un refinamiento. Mittel había estado cara a cara con él en su papel de Harvey Pounds en la fiesta de recogida de fondos. El hecho de que Pounds fuera torturado antes de morir indicaba que Mittel no estaba presente en ese momento, o habría visto que estaban atormentando a otro hombre. Bosch se preguntó si habían comprendido que, de hecho, habían matado al hombre equivocado y ya estaban buscando al correcto.
Reflexionó acerca de este punto y vio que encajaba. Mittel no era el tipo de hombre que se manchaba las manos de sangre. No tenía problema en ordenar que se disparara, pero no quería presenciado. Bosch se dio cuenta de que el surfista con traje también lo había visto en la fiesta y, por tanto, tampoco podía haber estado directamente involucrado en el asesinato de Harvey Pounds. Eso dejaba sólo al hombre que Bosch había atisbado a través de la puerta cristalera de la casa. El hombre fornido y de cuello ancho al que Mittel le mostró el recorte de periódico. El hombre que había resbalado y caído cuando bajaba por el sendero hacia Bosch.
Bosch comprendió por qué poco no estaba donde Pounds se encontraba en ese momento. Buscó en el bolsillo de la chaqueta los cigarrillos y empezó a encender uno.
– ¿Le importa no fumar? -preguntó Toliver, en lo que fueron sus primeras palabras en media hora de trayecto.
– Sí, me importa. -Bosch terminó de encender el pitillo y se guardó el Bic. Bajó la ventanilla-. ¿Estás contento? El humo de los tubos de escape es peor que el del cigarrillo.
– En este vehículo está prohibido fumar.
Toliver tocó con el dedo un imán plástico que estaba en la cubierta del cenicero que había en el salpicadero. Era uno de los chismes que se distribuyeron cuando el ayuntamiento aprobó una ley generalizada contra el tabaco que prohibió fumar en todos los edificios públicos y permitió que la mitad de los coches de la flota automovilística del departamento fueran declarados vehículos sin humo. El imán mostraba un cigarrillo en medio de un círculo rojo con una raya cruzada. Debajo del círculo decía: «Gracias por no fumar.» Bosch se estiró, arrancó el imán y lo tiró por la ventanilla. Vio cómo botaba en el pavimento y golpeaba en la puerta de un coche que circulaba por el carril de al lado.
– Ahora ya no. Ahora es un coche de fumadores.
– Bosch, está como una cabra, ¿sabe?
– Denúnciame, chico. Añádelo a la relación con un delincuente en la que está trabajando tu jefe. No me importa.
Quedaron unos momentos en silencio mientras el coche se iba alejando de Hollywood.
– Le está tomando el pelo, Bosch. Pensaba que lo sabía.
– ¿Cómo es eso? -Estaba sorprendido de que Toliver se pusiera de su parte.
– Sólo está echándose un farol. Sigue cabreado por lo que le ha hecho en la mesa. Pero sabe que no funcionará. Es un caso antiguo. Homicidio sin premeditación. Un caso de violencia doméstica. Le cayeron cinco años de condicional. Lo único que ha de decir es que no lo sabía y se va a la mierda.
Bosch casi podía imaginar de qué trataba el caso. Jasmine prácticamente se lo había dicho en el juego de las confesiones. Estuvo demasiado tiempo con alguien. Eso era lo que ella había dicho. Pensó en el cuadro que había visto en su estudio. El retrato gris con los trazos rojos como la sangre. Trató de apartar la imagen de su mente.
– ¿Por qué me estás diciendo esto, Toliver? ¿Por qué vas contra los tuyos?
– Porque no son los míos. Porque quiero saber a qué se refería con lo que me ha dicho en el pasillo.
Bosch ni siquiera podía recordar lo que había dicho.
– Me dijo que no era demasiado tarde. ¿Demasiado tarde para qué?
– Demasiado tarde para salir -dijo Bosch, recordando las palabras que había lanzado como una provocación-. Todavía eres joven. Será mejor que salgas de asuntos internos antes de que sea tarde. Si te quedas demasiado no saldrás nunca. ¿Es eso lo que quieres, pasar tu carrera hostigando a polis por comprar con droga a las putas?