Cuando la voz de Kim sonó en el interfono, Bosch sólo dijo que era la policía y le permitieron el paso. Sacó la cartera con la placa del bolsillo mientras se acercaba al apartamento ocho. Cuando Kim abrió, Bosch mostró la cartera de la placa por la puerta entreabierta. La sostuvo con el dedo en la placa a unos quince centímetros de la cara de Kim y ocultando las letras que ponían «teniente». Enseguida se la volvió a guardar.
– Lo siento. No he leído el nombre -dijo Kim, que todavía le bloqueaba el paso.
– Hyeronimus Bosch, pero me llaman Harry.
– Como el pintor.
– A veces me siento tan mayor que creo que a él lo llamaron así por mí. Ésta es una de esas noches. ¿Puedo entrar? No estaré mucho rato.
Kim lo condujo a la sala de estar con cara de desconcierto. Era una sala de buen tamaño y agradable, con un sofá, dos sillas y una chimenea de gas junto al televisor. Kim ocupó una de las sillas y Bosch se sentó en un extremo del sofá. Se fijó en un caniche blanco que estaba durmiendo en la alfombra, al lado de la silla de Kim. Éste era un hombre con sobrepeso y de rostro amplio y rubicundo. Llevaba gafas que le apretaban las sienes y lo que le quedaba de pelo estaba teñido de castaño. Vestía un cardigan rojo encima de una camisa blanca y unos pantalones de soldado. Bosch supuso que Kim apenas tenía sesenta. Había esperado un hombre mayor.
– Supongo que ahora es cuando yo pregunto «¿de qué se trata todo esto?»
– Sí, Y supongo que ahora es cuando se lo digo. El problema es que no sé bien por dónde empezar. Estoy investigando dos homicidios. Probablemente pueda ayudarme. Pero me preguntaba si iba a permitirme que antes le haga unas preguntas de hace algún tiempo. Cuando hayamos terminado le explicaré por qué.
– No me parece usual, pero…
Kim levantó las dos manos e hizo ademán de que no tenía problemas. Hizo un movimiento en su silla para sentirse más cómodo. Se fijó en el perrito y entrecerró los ojos como si eso fuera a ayudarle a comprender y responder mejor a las preguntas. Bosch vio una película de sudor que se revelaba en el paisaje defoliado de su cuero cabelludo.
– Usted fue periodista del Times ¿durante cuánto tiempo?
– Oh, chico, eso fue sólo unos años a principios de los sesenta. ¿Cómo sabe eso?
– Señor Kim, deje que haga yo las preguntas primero. ¿Qué tipo de periodismo hacía?
– Era lo que llamaban un periodista novato. Estaba en sucesos delictivos.
– ¿Qué hace ahora?
– En la actualidad trabajo desde casa. Soy relaciones públicas, tengo un despacho arriba, en el segundo dormitorio. Tenía un despacho en Reseda, pero el edificio fue condenado. Se veía la luz del día entre las rendijas.
Era como la mayoría de la gente en Los Ángeles. No tenía que hacer un prefacio de sus comentarios diciendo que estaba hablando de los daños causados por el terremoto. Se entendía.
– Tengo varias pequeñas cuentas -continuó-. Fui portavoz local de la planta de General Motors en Van Nuys hasta que la cerraron. Después me establecí por mi cuenta.
– ¿Por qué dejó el Times en los años sesenta?
– Me… ¿Soy sospechoso de algo?
– En absoluto, señor Kim. Sólo intento conocerle. Hágame el favor, ya llegaré a la cuestión. Me estaba diciendo por qué dejó el Times.
– Sí, bueno, conseguí un trabajo mejor. Me ofrecieron el puesto de portavoz de prensa para el fiscal del distrito de entonces, Arno Conklin. Lo acepté. Estaba mejor pagado y era más interesante que el periodismo de sucesos, y tenía un futuro más brillante.
– ¿Qué significa un futuro más brillante?
– Bueno, lo cierto es que en eso me equivoqué. Cuando acepté el empleo pensaba que con Arno el límite era el cielo. Era un buen hombre. Suponía que a la larga (bueno, si me quedaba con él) lo acompañaría a la mansión del gobernador o quizá al Senado de Washington. Pero las cosas no resultaron. Terminé con un despacho en Reseda con una grieta en la pared por la cual sentía que entraba el viento. No entiendo por qué la policía podría estar interesada en…
– ¿Qué ocurrió con Conklin? ¿Por qué las cosas no resultaron?
– Bueno, yo no soy el experto en eso. Lo único que sé es que en el sesenta y ocho iba a presentarse a fiscal general y el puesto casi lo estaba esperando. Entonces él… simplemente abandonó. Dejó la política y volvió a la práctica legal. Y no fue para cosechar los dólares de las grandes empresas como cuando esos tipos grandes se meten en la práctica privada. Abrió un bufete en solitario. Lo admiraba. Por lo que oí, el sesenta por ciento o más de su práctica era pro bono. Trabajaba gratis la mayor parte del tiempo.
– ¿Como si estuviera cumpliendo una condena por algo?
– No lo sé, supongo.
– ¿Porqué abandonó?
– No lo sé.
– ¿No formaba parte del círculo íntimo?
– No. Él no tenía un círculo. Sólo tenía un hombre.
– Gordon Mittel.
– Exacto. Si quiere saber por qué no se presentó, pregúntele a Gordon. -Entonces Kim cayó en la cuenta de que Bosch había introducido el nombre de Mittel en la conversación-. ¿Se trata de Gordon Mittel?
– Deje que haga las preguntas primero. ¿Por qué cree que Conklin no se presentó? Tendrá alguna idea.
– En primer lugar no estaba oficialmente en la carrera por el cargo, así que no tuvo que hacer ninguna declaración pública cuando abandonó. Simplemente no se presentó. Aunque había muchos rumores.
– ¿Como cuáles?
– Oh, muchas cosas. Como que era gay. Había otros. Problemas financieros. Supuestamente existía una amenaza de muerte por parte de la mafia si ganaba. Sólo cosas así. Nada de todo eso fue nunca nada más que cotilleos entre los políticos de la ciudad.
– ¿Se casó alguna vez?
– No que yo sepa. Pero por lo de que era gay, yo nunca vi nada de eso.
Bosch se fijó en que la parte superior de la cabeza de Kim estaba resbaladiza de sudor. Ya hacía calor en la habitación, pero el hombre mantenía el cardigan puesto. Bosch hizo un rápido cambio de tema.
– Hábleme de la muerte de Johnny Fox.
Bosch vio que el fugaz brillo del reconocimiento pasaba por detrás de las gafas, pero enseguida desapareció. Pero había sido suficiente.
– Johnny Fox, ¿quién es?
– Vamos, Monte, es una vieja noticia. A nadie le importa lo que hizo. Sólo necesito saber la historia que hay detrás de la historia. A eso he venido.
– ¿Está hablando de cuando yo era periodista? Escribí muchos artículos. Eso fue hace treinta y cinco años. Era un chaval. No puedo recordado todo.
– Pero recuerda a Johnny Fox. Era su billete a un futuro más brillante. El que no sucedió.
– Mire, ¿qué está haciendo aquí? Usted no es poli. ¿Le ha enviado Gordon? ¿Después de todos estos años creen que…? -Se detuvo.
– Yo soy poli, Monte. Y tiene suerte de que haya llegado aquí antes que Gordon. Algo se está desatando. Los fantasmas están volviendo. ¿Ha leído en el periódico de hoy que se encontró un poli en el maletero de su coche en Griffith Park?
– Lo vi en las noticias. Era teniente.
– Sí, era mi teniente. Estaba investigando un par de casos antiguos. El de Johnny Fox era uno de ellos. Después acabó en el maletero de su coche. Así que tiene que disculparme si me pongo un poco nervioso y prepotente, pero necesito saber de Johnny Fox. Y usted escribió el artículo. Después de que lo mataran escribió el artículo en el que aparecía como un ángel. y acabó en el equipo de Conklin. No me importa lo que hizo, sólo necesito saber qué hizo.