– Muy bien -dijo. ¿Qué quieres?
– Levántate. Vamos.
Bosch se levantó despacio. Apenas podía moverse, pero le añadió un toque de interpretación. Y cuando se hubo levantado por completo vio sangre en el fieltro verde de la mesa de billar. Rápidamente trastabilló y se agarró en aquel lugar como punto de apoyo. Esperaba que el hombre de la habitación no hubiera visto que la sangre ya estaba allí.
– Apártate de ahí, maldita sea. Es una mesa de cinco mil dólares. Mira la sangre… ¡joder!
– Lo siento, pagaré la limpieza.
– No donde vas a ir. Vámonos.
Bosch lo reconoció. Era el hombre que suponía que sería.
El hombre de Mittel de la fiesta. Y la cara, áspera, fuerte, concordaba con la voz. Tenía la tez rubicunda, marcada por dos ojos pequeños y castaños que no parecían parpadear nunca.
Esta vez no llevaba traje. Al menos Bosch no lo vio. Estaba vestido con un mono azul que parecía nuevo. Bosch sabía que los asesinos profesionales solían usarlos. Era fácil de limpiar después de un trabajo y no te estropeabas el traje. O si no, bastaba con desabrocharse el mono, tirado y ya estabas en camino.
Bosch se levantó por sí mismo y dio un paso, pero inmediatamente se dobló y cruzó los brazos en torno al estómago. Pensó que ésa sería la mejor forma de ocultar el arma que llevaba.
– Me has dado bien, tío. Me mareo. Creo que voy a vomitar.
– Si vomitas te lo haré limpiar con la lengua como si fueras un puto gato.
– Entonces supongo que no vomitaré.
– Muy gracioso. Vámonos.
El hombre retrocedió hacia la habitación. Después le indicó a Bosch que saliera. Por primera vez, Bosch vio que empuñaba un arma. Parecía una Beretta del veintidós y la sostenía a un costado.
– Sé lo que estás pensando -dijo-, que sólo es una veintidós. Crees que podría dispararte dos o tres veces y todavía llegarías a mí. Te equivocas. Llevo balas de expansión. Con un disparo estás muerto. Te hace un agujero del tamaño de un bol de sopa en la espalda. Recuérdalo. Camina delante de mí.
Bosch se fijó en que su captor estaba actuando con inteligencia, sin acercarse a menos de un metro y medio o dos a pesar de que llevaba el arma. Una vez que Bosch traspuso el umbral, el tipo le indicó el camino. Recorrieron un pasillo, a través de lo que parecía una sala de estar y después otra estancia que Bosch también habría calificado de sala de estar. Bosch la reconoció por las puertas cristaleras. Era la habitación que daba al jardín de la mansión de Mittel en Mount Olympus.
– Sal por esa puerta. Te está esperando allí.
– ¿Con qué me has dado, tío?
– Con una llave de llantas. Espero que te haya hecho una esquirla en el cráneo, aunque supongo que no importa.
– Bueno, creo que sí. Enhorabuena.
Bosch se detuvo ante una de las puertas cristaleras como si esperara que la abrieran para él. En el exterior, el entoldado de la fiesta había desaparecido. Y cerca del borde del precipicio vio a Mittel, que estaba de pie dándole la espalda a la casa. Su silueta se recortaba por las luces de la ciudad que se extendían hasta el infinito.
– Ábrela.
– Lo siento, pensaba… No importa.
– Sí, no importa. Vamos, sal, no tenemos toda la noche.
En el césped, Mittel se volvió. Bosch vio que llevaba la cartera de la placa con su identificación en una mano y la placa de teniente en la otra. El sicario detuvo a Bosch poniéndole una mano en el hombro y retrocedió a una distancia de un metro y medio.
– Entonces, ¿se llama Bosch?
Bosch miró a Mittel. El antiguo fiscal convertido en político en la sombra sonrió.
– Sí, me llamo Bosch.
– Bueno, ¿qué tal está, señor Bosch?
– En realidad es detective.
– En realidad detective. Bueno, me lo estaba preguntando. Porque eso es lo que dice en la tarjeta de identificación, pero esta placa dice una cosa completamente diferente. Dice teniente. Y eso es curioso. ¿No hablaban de un teniente los periódicos? ¿El que encontraron muerto y sin su placa? Seguro que sí. ¿Y no se llamaba Harvey Pounds, el mismo nombre que usó usted cuando se presentó la otra noche? Otra vez creo que sí, pero corríjame si me equivoco, detective Bosch.
– Es una larga historia, Mittel, pero soy policía del Departamento de Policía de Los Ángeles. Si quiere ahorrarse unos cuantos años en prisión, aparte de mí a este viejo cabrón con pistola y pídame una ambulancia. Como mínimo tengo una conmoción. Podría ser peor.
Antes de hablar, Mittel se guardó la placa en uno de los bolsillos de la chaqueta y la cartera con la identificación en otro.
– No, no creo que vayamos a hacer ninguna llamada en su nombre. Creo que las cosas han ido demasiado lejos para gestos humanitarios como ése. Hablando de la existencia humana, es una pena que su actuación del otro día le costara la vida a un hombre inocente.
– No. Es un crimen que usted matara a un hombre inocente.
– Bueno, yo estaba pensando que fue usted quien lo mató. Me refiero a que, por supuesto, usted es el responsable último.
– Parece un abogado pasando la pelota. Debería haberse ceñido a la ley y haberse mantenido alejado de la política, Gordie. Probablemente ahora tendría anuncios suyos en la tele.
Mittel sonrió.
– ¿Y qué? ¿Renunciar a todo esto?
Extendió los brazos para abarcar la casa y la magnífica vista. Bosch siguió el arco de su brazo para mirar la mansión, pero lo que realmente quería era situar al otro hombre, al que empuñaba la pistola. Lo localizó de pie a un metro y medio de él, con el arma a un costado. Seguía estando demasiado lejos para que Bosch se arriesgara a hacer algún movimiento. Especialmente en su estado. Movió ligeramente el brazo y sintió la bola de billar anidada en el hueco del codo. Era reconfortante. Era lo único que tenía.
– La ley es para tontos, detective Bosch. Pero debo corregirle. No me considero un político. Me considero simplemente alguien que resuelve problemas. Resulta que los problemas políticos son mi especialidad. Pero ahora, verá, he de solucionar un problema que ni es político ni es de otra persona. Éste es mío. -Levantó las cejas como si apenas pudiera creerse a sí mismo-. Y por eso lo he invitado aquí. Por eso le he pedido a Jonathan que lo trajera. Verá, tenía la idea de que si vigilábamos a Arno Conklin, tarde o temprano aparecería nuestro colado misterioso en la fiesta de la otra noche. Y no me decepcionó.
– Es un hombre listo, Mittel.
Bosch giró ligeramente el cuello de manera que pudiera ver de reojo a Jonathan. Seguía fuera de su alcance. Bosch sabía que tenía que atraerlo para que se acercara.
– Tranquilo, Jonathan -dijo Mittel-. El señor Bosch no es alguien por quien debas preocuparte. Sólo es un inconveniente menor.
Bosch miró de nuevo a Mittel.
– Como Marjorie Lowe, ¿verdad? Era sólo un inconveniente menor. No contaba.
– Vaya, es un nombre interesante. ¿De ella se trata, detective Bosch?
Bosch lo miró, demasiado furioso para hablar.
Bueno, la única cosa que admitiré -continuó Mittel es que saqué provecho de su muerte. Podría decir que lo vi como una oportunidad.
– Lo sé todo, Mittel. La usó para controlar a Conklin. Pero al final incluso él vio a través de sus mentiras. Ahora se terminó. No importa lo que me haga aquí a mí, mi gente vendrá. Puede contar con eso.
– El viejo truco de «ríndete, estás rodeado». No lo creo. Este asunto de la placa… Algo me dice que esta vez podría haberse pasado de la raya. Creo que quizá esto es lo que llaman una investigación no oficial, y el hecho de que haya usado un nombre falso antes y llevara la placa de un difunto tiende a confirmármelo. No creo que venga nadie. ¿No?