– Entiendo. No… No estoy segura de cómo proceder con esto. ¿Quiere hablar de sus sentimientos en relación con Pounds y Conklin?
– En realidad, no. He pensado en ello lo suficiente. Ninguno de los dos hombres era inocente. Cometieron errores. Pero no tenían que morir de ese modo. Especialmente Pounds. Joder. No puedo hablar de eso. Ni siquiera puedo pensar en eso.
– ¿Entonces cómo va a seguir adelante?
– No lo sé, como le he dicho, tengo que pagar.
– ¿Tiene alguna idea de lo que va a hacer el departamento?
– No lo sé. No me importa. Va más allá de lo que decida el departamento. Tengo que decidir mi condena.
– Harry, ¿qué significa eso? Eso me incumbe.
– No se preocupe, no voy a ir al armario. No soy de ese tipo.
– ¿El armario?
– No voy a meterme un arma en la boca.
– A través de lo que ha dicho aquí hoy, ya está claro que ha aceptado la responsabilidad por lo que les ha ocurrido a esos dos hombres. Lo está afrontando. En efecto, está negando la negación. Eso son unos cimientos sobre los que construir. Estoy preocupada por esta charla respecto a su condena. Tiene que seguir adelante, Harry. No importa lo que se haga a usted mismo, no conseguirá que vuelvan a la vida. Así que lo mejor que puede hacer es continuar.
Bosch no dijo nada. De repente se cansó de todos los consejos, de la intervención de Hinojos en su vida. Se sentía resentido y frustrado.
– ¿Le importa si acortamos la sesión hoy? -preguntó-. No me siento muy animado.
– Entiendo. No hay problema. Pero quiero que me prometa algo. Prométame que volveremos a hablar antes de que tome ninguna decisión.
– ¿Se refiere a mi condena?
– Sí, Harry.
– Muy bien, hablaremos.
Bosch se levantó e intentó sonreír, pero sólo consiguió juntar las cejas. Entonces se acordó de algo.
– Por cierto, lamento no haberle devuelto la llamada cuando me telefoneó la otra noche. Estaba esperando otra llamada y no podía hablar, y luego me olvidé. Espero que sólo quisiera saber cómo estaba y que no fuera demasiado importante.
– No se preocupe. Yo también lo olvidé. Sólo llamaba para ver cómo le había ido el resto de la tarde con Irving. También quería saber si quería hablar de las fotos. Ahora ya no importa.
– ¿Las miró?
– Sí, tenía un par de comentarios, pero…
– Los escucho.
Bosch volvió a sentarse. Hinojos lo miró, sopesando la propuesta y decidió seguir adelante.
– Las tengo aquí.
Ella se agachó para sacar el sobre de uno de los cajones del escritorio. Casi desapareció del campo de visión de Bosch hasta que se levantó y puso el sobre en el escritorio.
– Supongo que debería llevárselas.
– Irving cogió el expediente del caso y la caja de pruebas. Ahora lo tiene todo menos esto.
– Parece que le molesta, o no se fía de él. Eso es un cambio.
– ¿No fue usted quien dijo que no me fiaba de nadie?
– ¿Por qué no se fía de él?
– No lo sé. Acabo de perder a mi sospechoso. Gordon Mittel está descartado y estoy empezando de cero. Sólo estaba pensando en los porcentajes…
– ¿Y?
– Bueno, no conozco la cifra, pero un número significativo de homicidios son denunciados por el asesino. Ya sabe, el marido que llama llorando, diciendo que su mujer ha desaparecido. En la mayor parte de los casos, sólo es un mal actor. La mató y cree que llamar a la policía ayudará a convencer a todo el mundo de que está limpio. Mire a los hermanos Menendez. Uno de ellos llamó lloriqueando porque su mamá y su papá habían muerto. Resultó que fueron él y el hermano los que les dispararon con una escopeta. Hace unos años hubo un caso en las colinas. Una niña pequeña había desaparecido en Laurel Canyon. Salió en la prensa, en la tele. Así que la gente organizó partidas de búsqueda y al cabo de unos días uno de los que buscaba, un adolescente que era vecino de la chica, encontró el cadáver debajo de un tronco, cerca de Lookout Mountain. Resultó que era el asesino. Conseguí que confesara en quince minutos. Durante toda la búsqueda yo sólo esperaba que alguien encontrara el cadáver. Era cuestión de porcentajes. El chico era sospechoso antes de que yo supiera quién era.
– Irving encontró el cadáver de su madre.
– Sí. Y la conocía de antes. Me lo dijo una vez.
– Me parece un poco aventurado.
– Sí, la mayoría de la gente también pensaría eso de Mittel.
Justo hasta que lo sacaron del jacuzzi.
– ¿No hay un escenario alternativo? ¿No es posible que quizá los detectives originales estuvieran en lo cierto en su hipótesis de que había un asesino sexual y que buscado era inútil?
– Siempre hay escenarios alternativos.
– Pero usted siempre parece inclinarse por buscar a alguien de poder, una persona del establishment a quien culpar. Quizá no sea el caso aquí. Quizá es un síntoma de su más amplio deseo de culpar a la sociedad por lo que le ocurrió a su madre… y a usted.
Bosch sacudió la cabeza. No quería escuchar eso.
– ¿Sabe toda esa psicocháchara…? Yo no… Perdón, ¿podemos hablar de las fotos?
– Lo siento.
Hinojos miró el sobre como si estuviera viendo a través de él las fotos que contenía.
– Bueno, para mí fue muy difícil miradas. Por lo que respecta a su valor forense, no había gran cosa. Las fotos muestran lo que llamaría un homicidio de afirmación. El hecho de que la ligadura, el cinturón, siguiera apretado en torno al cuello de la víctima parece indicar que el asesino quería que la policía supiera exactamente lo que había hecho, que había sido deliberado, que había tenido control sobre esta víctima. También creo que la elección del emplazamiento es significativa. El cubo de basura no tenía tapa. Estaba abierto. Eso sugiere que colocar el cadáver allí podría no haber sido un esfuerzo para esconderlo. También era…
– Estaba diciendo que ella era basura.
– Sí. De nuevo una afirmación. Si se estaba desembarazando de un cadáver, podría haberlo puesto en cualquier sitio de ese callejón, pero escogió un vertedero abierto. Inconscientemente o no, estaba haciendo una afirmación sobre ella. Y para hacer una afirmación así sobre una persona, tenía que haberla conocido en cierto grado. Haber sabido de ella. Saber que era una prostituta. Saber lo suficiente para juzgarla.
Irving volvió a aparecer en la mente de Bosch, pero Harry no dijo nada.
– Bueno -dijo en cambio-, ¿no podría haber sido una afirmación sobre todas las mujeres? ¿Podría haber sido un loco cabrón (disculpe), algún chiflado que odiaba a todas las mujeres y que pensaba que todas las mujeres eran basura? De ese modo no sería preciso que la conociera. Quizá fue alguien que sólo quería matar a una prostituta, a cualquier prostituta, para hacer una declaración sobre ellas.
– Sí, es una posibilidad, pero yo también trabajo con porcentajes. La clase de loco cabrón de la que está hablando (la cual, incidentalmente, en psicocháchara llamamos sociópata) es un individuo mucho más raro que aquel que se centra en objetivos específicos, en mujeres específicas.
Bosch negó con la cabeza desdeñosamente y miró por la ventana.
– ¿Qué pasa?
– Resulta frustrante. No había mucho en el expediente de asesinato acerca de que ellos investigaran a fondo a nadie de su círculo, de sus vecinos, nada de eso. Hacerlo ahora es imposible.
Pensó en Meredith Roman. Podía acudir a ella y preguntarle por los conocidos y clientes de su madre, pero no sabía si tenía derecho a despertar de nuevo esa parte de su vida,
– Tiene que recordar -dijo Hinojos- que en mil novecientos sesenta y uno un caso como éste podría haber parecido imposible de resolver. Ni siquiera habrían sabido por dónde empezar. Simplemente no ocurría con tanta frecuencia como ahora.
– Hoy también son casi imposibles de resolver.