3
Tiempo desde la desaparición: 3 horas, 56 minutos
La policía se presentó a las ocho y veinte. Ya era noche cerrada y soplaba un aire frío y cortante cargado de un olor a polvo. Lucy se puso en pie de un respingo cuando sonó el timbre de la puerta.
– Ya voy yo. Es Lou -anuncié.
De los adultos desaparecidos se encarga la Unidad de Desapariciones del Centro Parker, pero los inspectores de la Sección de Menores eran quienes se ocupaban de las desapariciones y los secuestros de menores. Si hubiera llamado a la policía como un ciudadano más, habría tenido que identificarme y explicar lo de Ben al agente que hubiera contestado al teléfono, y después de nuevo a la persona del departamento de inspectores que hubiera cogido la llamada, y luego una tercera vez cuando el inspector de guardia me hubiera puesto con Menores. Llamar a mi amigo Lou Poitras había supuesto un ahorro de tiempo. Poitras era teniente de Homicidios en la comisaría de Hollywood. Organizó un equipo con inspectores de Menores en cuanto colgamos el auricular y se presentó en casa con él.
Poitras era un hombre corpulento, con un cuerpo que semejaba un bidón de aceite y una cara que parecía un jamón hervido. Su abrigo de cuero negro le quedaba muy apretado por el pecho y los brazos, hinchados tras toda una vida dedicada a levantar pesas. Con gesto adusto, le dio un beso a Lucy en la mejilla.
– Hola, chicos. ¿Qué tal?
– Pues no muy bien.
Los inspectores de Menores bajaron de un coche que estaba a su espalda. El jefe era un hombre ya mayor con la piel flácida y cubierta de pecas. Conducía el vehículo una mujer más joven con la cara larga y unos ojos que denotaban inteligencia. Entraron en la casa y Poitras hizo las presentaciones.
– Éste es Dave Gittamon. No conozco a ningún otro inspector que lleve tanto tiempo de sargento en Menores. Y ésta es la inspectora… Eh, lo siento, no recuerdo cómo se llama.
– Carol Starkey.
El nombre de Starkey me sonaba, pero no lo relacioné con nada concreto. Olía a tabaco.
– ¿Habéis recibido alguna otra llamada desde nuestra conversación? -quiso saber Poitras.
– No. Nos ha llamado una vez. Nada más. He intentado devolver la llamada con la función asterisco sesenta y nueve, pero deben de haber llamado desde un móvil ocultando el número. Me la salido una grabación de la compañía telefónica.
– Me pongo a ello. Vamos a averiguar el número a través de la compañía.
Poitras entró en la cocina con su móvil en la mano y nos llevamos a Gittamon y a Starkey al salón. Les relaté la llamada que habíamos recibido y les conté cómo había buscado a Ben. Les enseñé el Game Freak y les dije que suponía que Ben debía de haberlo soltado cuando lo habían atrapado. Si el secuestro se había producido en la pendiente de detrás de mi casa, el lugar en el que yo había encontrado el juego era el escenario exacto de la desaparición. Gittamon contemplaba el cañón por las puertas de cristal mientras me escuchaba. Las luces de las colinas y de todo el valle parpadeaban, pero estaba muy oscuro y no se veía nada.
– Si por la mañana sigue sin aparecer -intervino Starkey-, echaré un vistazo por la zona donde ha encontrado eso.
Yo estaba muy nervioso y tenía miedo. No quería esperar.
– ¿Por qué no vamos ahora mismo? Podemos llevar linternas.
– Si se tratara, por ejemplo, de un aparcamiento -repuso ella-, diría que sí, que adelante con las linternas, pero siendo noche cerrada no hay forma de iluminar este tipo de zona lo bastante bien, porque hay muchos matorrales y el terreno es desigual. Tenemos las mismas posibilidades de destruir pruebas que de encontrarlas. Es mejor que mire por la mañana.
Gittamon asintió para demostrar que estaba de acuerdo.
– Carol posee mucha experiencia con esas cosas, señor Cole -dijo-. Además, no debemos perder la esperanza de que Ben esté de vuelta antes de las diez.
Lucy fue hasta donde estábamos nosotros, junto a las cristaleras.
– Quizá deberíamos llamar al FBI. ¿No se encargan ellos de los secuestros?
Gittamon contestó con el tono pausado de un hombre que llevaba años tratando con padres y niños asustados.
– Si hace falta sí que llamaremos al FBI, pero primero tenemos que saber exactamente qué ha sucedido.
– Ya sabemos qué ha sucedido. Alguien ha raptado a mi hijo.
Gittamon, que había seguido mirando la noche, se volvió y se acercó al sofá. Starkey se sentó junto a él y sacó una libretita de espiral.
– Ya sé que tiene miedo, señora Chenier. Yo también lo tendría, pero para nosotros es importante comprender a Ben y lo que ha desencadenado todo esto.
– Nada ha desencadenado todo esto, sargento -repliqué-. Un capullo lo ha secuestrado y ya está.
Lucy tenía mucha experiencia en los juzgados y se le daba bien pensar en cosas difíciles en momentos de tensión. Aquello era infinitamente peor, pero supo mantenerse centrada, seguramente mucho mejor que yo.
– Lo comprendo, sargento -aseguró-, pero se trata de mi hijo.
– Lo sé muy bien, así que cuanto antes terminemos, antes lo recuperará.
Gittamon le hizo una serie de preguntas generales que no guardaban ninguna relación con un secuestro en la ladera de una colina.
Mientras conversaban, anoté todo lo que me había dicho el tipo del teléfono, y después subí a buscar una foto de Ben y otra de las que había encontrado éste en mi armario, las de mi época militar. Hacía años que no veía ni aquella imagen ni ninguna otra. No me apetecía.
Poitras estaba sentado en la butaca del rincón cuando bajé.
– Los de PacBell se han puesto con lo del rastreo de la llamada -anunció-. En un par de horas tendremos el número de origen.
Le di las fotografías a Gittamon.
– Éste es Ben. El de la otra foto soy yo. He anotado lo que me ha dicho el que ha llamado, y estoy bastante seguro de no haberme dejado nada.
Gittamon echó un vistazo a las imágenes y se las pasó a Starkey.
– ¿Por qué nos da también la suya?
– El que ha llamado ha dicho: «La 5-2.» ¿Ve que hay un tío a mi lado con un cartel con ese número? La 5-2 era nuestra patrulla. No se me ocurre nada más a lo que pudiera haber querido referirse.
Starkey levantó la vista.
– Perdone, Cole, pero mirándole no parece que tuviera edad para haber estado en Vietnam.
– No la tenía.
– Vale, ¿qué más le ha dicho? -preguntó Gittamon.