– Se lo he escrito todo, palabra por palabra. No ha dicho gran cosa, sólo el número y que tenía a Ben. Y que estaba vengándose por algo.
Gittamon miró el papel y se lo entregó a Starkey.
– ¿Has reconocido la voz? -preguntó Poitras.
– No tengo ni idea de quién es. Me he estrujado el cerebro, pero no lo he reconocido.
Gittamon recuperó la foto de manos de Starkey y la miró con ceño.
– ¿Cree que se trata de uno de estos hombres?
– No, no puede ser. Unos minutos después de que se tomara la foto nos fuimos a una misión y murieron todos menos yo. De ahí la importancia de la patrulla 5-2. Por eso me acordaba.
Lucy dejó escapar un leve suspiro. Starkey apretó los labios como si quisiera un cigarrillo. Gittamon bajó la cabeza, incómodo, como si no quisiera hablar de algo tan violento. Yo tampoco quería hablar de ello, la verdad.
– ¿Hubo algún incidente?
– No, si lo que me pregunta es si fue culpa mía. Salió mal y punto. No hice nada más que sobrevivir.
Me sentía culpable de la desaparición de Ben y avergonzado porque parecía que lo habían secuestrado por mi culpa. La historia se repetía: una vez más servidor metía a Lucy de lleno en una pesadilla.
– No sé qué más ha podido querer decir el del teléfono -aseguré-. Sólo se me ocurre eso.
Starkey se acercó a su compañero y le dijo:
– Tal vez deberíamos pasar la descripción de Ben a los coches patrulla.
Poitras asintió para indicarle que lo hiciera.
– Y habla también con la compañía telefónica -le ordenó-. Que pinchen el número de Elvis.
Starkey salió al vestíbulo con el móvil en la mano. Mientras llamaba, Gittamon me preguntó por los días que acababa de pasar con Ben. Cuando le conté que me lo había encontrado rebuscando en mi vestidor enarcó las cejas.
– Entonces; ¿Ben sabía la historia esa de la patrulla 5-2?
– No sabía que los demás habían muerto, pero sí había visto las fotos.
– ¿Y eso cuándo fue?
– Esta semana, hará unos tres días. ¿Y eso qué importancia tiene?
Gittamon se concentró en la foto, como si estuviera a punto de ocurrírsele una idea muy profunda. Miró a Lucy y después se volvió otra vez hacia mí.
– Estoy intentando descubrir cómo encaja esto. Lo que parece es que han secuestrado al hijo de la señora Chenier como venganza por alguna cosa que ha hecho usted. No la señora Chenier, sino usted. Pero Ben no es su hijo, ni siquiera su hijastro, y sólo ha vivido con usted estos últimos días. Eso es así, ¿verdad? ¿La señora Chenier y usted mantienen residencias separadas?
Lucy se reclinó contra la chimenea. Estaba claro que Gittamon se había puesto a sopesar otras posibilidades, y eso había despertado su interés.
– Sí, eso es.
El sargento asintió y volvió a mirarme.
– ¿Por qué iba a raptar al hijo de la señora Chenier si a quien odia tanto es a usted? ¿Por qué no incendiar su casa o pegarle un tiro o incluso ponerle una demanda? ¿Ve por dónde voy?
Lo veía, y no me hacía ninguna gracia.
– Mire, eso es imposible. Ben no puede hacer una cosa así. Sólo tiene diez años.
Lucy miró a Gittamon, luego a mí y después otra vez a Gittamon. No lo entendía.
– ¿Qué es lo que no puede hacer Ben?
– Lou, por el amor de Dios -exclamé.
Poitras asintió para demostrar que me apoyaba.
– Dave, Ben no haría una cosa así. Conozco al chico.
– ¿Está diciendo que Ben ha simulado un secuestro? -preguntó Lucy.
Gittamon dejó la foto en la mesita del sofá como si ya hubiera visto suficiente.
– No, señora, es demasiado pronto para aventurar algo así, pero he visto niños que han simulado secuestros por motivos muy variados, sobre todo si se sentían inseguros. El hermano mayor de algún amigo podría haber llamado al señor Cole.
Me sentía furioso e impaciente. Me acerqué a las puertas de cristal. Una parte de mí que estaba asustada tenía la esperanza de que Ben estuviera en el porche, observándonos, pero no era así.
– Si no quiere que nos hagamos ilusiones sin sentido -propuse-, no siga. He pasado los últimos cinco días con él. Ben no se sentía inseguro y es incapaz de hacer una cosa así.
La voz de Lucy sonó con fuerza a mi espalda:
– ¿Es que prefieres que alguien lo haya secuestrado?
Tenía tantos deseos de creerlo que la esperanza brillaba en sus ojos como una chispa.
Poitras se puso de pie.
– Oye, Dave, si ya tienes bastante material para empezar será mejor que nos vayamos. Quiero llamar a un par de puertas. A lo mejor alguien vio algo colina abajo.
Gittamon hizo un gesto a Starkey para indicarle que podía cerrar la libreta y acto seguido se puso en pie y se colocó al lado de Poitras.
– Señora Chenier, por favor, no digo que Ben haya montado un secuestro falso. De verdad que no, señor Cole. Pero es algo que debemos tener en consideración. Me gustaría disponer de una lista de los amigos de Ben, con sus teléfonos. Aún es pronto y podemos hacer algunas llamadas.
Lucy también se levantó, resuelta y centrada como nunca.
– Tengo que ir a casa a buscarlos -dijo-. Puedo ir ahora mismo.
– Gittamon -intervine-, ¿piensa hacer caso omiso de la llamada?
– No, señor Cole, vamos a abordar la situación como un rapto hasta que estemos seguros de lo contrario. ¿Puede preparar una lista de la gente que participó de alguna forma en esa historia de cuando estaba en el ejército? E incluya cualquier otra información de que disponga.
– Están muertos.
– Bueno, pues sus familiares. A lo mejor nos interesa hablar con ellos. Carol, ¿quieres ayudar al señor Cole?
Starkey me entregó su tarjeta mientras los cuatro nos dirigíamos hacia la puerta.
– Mañana vendré para ver dónde ha encontrado el Game Freak -dijo Starkey-. Ya me dará los nombres entonces. ¿A qué hora le parece bien?
– Al amanecer.
Si se percató de la rabia que había en mi respuesta, no dejó que se notara. Se encogió de hombros.
– Hay mejor luz hacia las siete -dijo.
– Muy bien.
– Si vuelve a llamar -intervino Gittamon-, avísenos. Puede telefonearnos a cualquier hora.