Выбрать главу

Ben dejó de intentar soltarse y aguzó el oído.

Algo había caído encima de la caja, a pocos centímetros de su cara, con bastante estruendo. Al momento volvió a suceder.

Con un arrebato de horror, Ben se dio cuenta de lo que estaban haciendo. Golpeó las pareces de su prisión de plástico, pero escapar era imposible. El ruido de lo que caía sobre él fue alejándose cada vez más. Las piedras y la tierra iban amontonándose sobre la caja mientras Ben Chenier era enterrado.

5

Tiempo desde la desaparición: 6 horas, 16 minutos

Ted Fields, Luis Rodríguez, Cromwell Johnson y Roy Abbott murieron tres horas después de hacernos la foto de equipo. Se tomaban antes de todas las misiones; en aquélla aparecíamos los cinco, de uniforme, junto al helicóptero, como un equipo de baloncesto de instituto antes de un partido importante. Crom Johnson siempre se reía y decía que las fotos se hacían para que el ejército pudiera identificar nuestros cadáveres. Ted las llamaba «imágenes funerarias». Le di la vuelta a la que había encontrado Ben para no tener que verlos.

Había hecho unas doscientas fotos de la tierra roja, las selvas tropicales de triple cubierta vegetal, las playas, los arrozales, los búfalos de agua y las calles y los bazares atestados de bicicletas de Saigón, pero al regresar a Estados Unidos me había parecido que aquellas imágenes carecían de sentido, así que me había deshecho de ellas. Aquel lugar había perdido la importancia que tenía para mí, pero la gente la conservaba. Sólo guardé doce fotos, en tres de las cuales salía yo.

Confeccioné una lista con los nombres de las personas de las demás imágenes y después intenté recordar cómo se llamaban los otros hombres que habían formado parte de mi compañía. No lo conseguí. Al cabo de un rato la idea de hacer una lista me pareció una estupidez; Fields, Abbott, Johnson y Rodríguez habían muerto, y nadie más de mi compañía tenía motivos para odiarme o para raptar a un chico de diez años. Ninguno de los hombres que había conocido en Vietnam sería capaz de algo así.

Lucy llamó poco antes de las once. El silencio era tal en la casa que el timbre del teléfono fue como un disparo. El bolígrafo rasgó el papel.

– No podía soportar esta incertidumbre. ¿Ha vuelto a llamar?

– No, aún no. Te habría avisado. Te diré algo de inmediato.

– Dios mío, qué horrible es todo esto. Es una pesadilla.

– Sí, estoy intentado hacer la lista y me entran náuseas. ¿Tú qué tal?

– He hablado con Richard. Acabo de colgar. Va a venir esta misma noche.

– ¿Cómo está?

– Furioso, intransigente, asustado, agresivo. Lo que era de esperar. Él es así.

Como si perder a su hijo no bastara, Lucy también tenía que lidiar con aquello. Richard se había negado a que su ex mujer se fuera a vivir a Los Angeles, y yo nunca le había caído bien; discutían a menudo por ese tema. Era de esperar que las peleas arreciaran en un momento así. Me imaginé que me telefoneaba en busca de apoyo moral.

– Ha dicho que llamará desde el avión para darme los datos del vuelo, pero no sé. Joder, se ha portado como un cabrón.

– ¿Quieres que me pase mañana cuando se haya ido Starkey? No me cuesta nada.

Me dije que Richard debería chillarme a mí, y no a ella.

– No lo sé. Quizá. Mejor cuelgo para dejar libre el teléfono.

– Podemos hablar todo lo que quieras.

– No, ahora me preocupa que ese hombre intente llamarte otra vez. Ya hablaremos mañana.

El teléfono volvió a sonar en el instante en el que colgué. En esta ocasión no me sobresalté, sino que dejé que sonara por dos veces y me di tiempo para prepararme.

– Soy la inspectora Starkey. Espero no haberlo despertado.

– Ni me planteo dormir, Starkey -contesté-. Creía que sería él.

– Lo siento. No ha vuelto a llamar, ¿verdad?

– Aún no. Ya es tarde, no sé si debería seguir usted de servicio.

– Es que he esperado a ver qué decían los de la compañía telefónica. Tienen registrado que ha recibido una llamada a las seis y cincuenta y dos. ¿Esa hora le parece que encaja?

– Sí, fue a esa hora.

– Bueno, pues llamó desde un móvil registrado a nombre de una tal Louise Escalante, de Diamond Bar.

– No la conozco.

– Ya me lo imaginaba. Dice que le han robado el bolso esta tarde, con el teléfono dentro. Asegura que no lo conoce ni sabe nada de todo esto, y su historial indica que nunca lo había llamado. Lo lamento, pero me parece que es una pista que no lleva a ninguna parte.

– ¿Se le ha ocurrido llamar al número?

Su voz perdió entusiasmo.

– Sí, señor Cole, se me ha ocurrido. He llamado cinco veces. Han apagado el teléfono.

El hecho de que el hombre que había secuestrado a Ben hubiera robado el teléfono indicaba que tenía una trayectoria delictiva. Había previsto que intentaríamos rastrear la llamada, lo cual significaba que todo era premeditado. Cuesta más apresar a un delincuente listo que a uno tonto. Y también resulta más peligroso.

– ¿Señor Cole?

– Sigo aquí. Estaba pensando.

– ¿Me ha preparado la lista de nombres?

– Estoy en ello, pero también se me ha ocurrido otra posibilidad. Con el trabajo que hago, Starkey, he tenido mis más y mis menos con cierta gente. He contribuido a meter a algunas personas entre rejas o a quitarlas de la circulación, y son de las que te guardan rencor. Si le hago una lista, ¿estaría dispuesta a comprobar también esosnombres?

– Sí, claro.

– Gracias. Me hace un favor.

– Nos vemos por la mañana. E intente descansar un poco.

– No me parece muy probable.

La parte más oscura de la noche se alargó horas y horas, pero poco a poco fue apareciendo luz por el este. Apenas me di cuenta de ello. Cuando llegó Starkey, ya había llenado doce folios de nombres y anotaciones. Eran las seis y cuarenta y dos cuando me levanté para abrir la puerta. Llegaba pronto.

Llevaba una bandeja de cartón con dos vasos de Starbucks.

– Espero que le guste el café moca. Así me tomo yo mi dosis diaria de chocolate.

– Es un detalle, Starkey. Gracias.