Me dio uno. La luz del amanecer llenaba el cañón con un tenue resplandor. Me pareció que lo contemplaba por un instante. Después se fijó en el Game Freak. Estaba en la mesa del comedor, junto a los papeles.
– ¿A qué distancia encontró el juguete?
– A cincuenta o sesenta metros. ¿Quiere que vayamos?
– Ahora mismo el sol está muy bajo y la luz será indirecta, lo cual no nos va nada bien. Cuando el sol esté más alto tendremos luz directa y será más fácil ver objetos pequeños y reconstruir los hechos.
– Habla como si dominara el tema.
– He investigado muchos escenarios en busca de pistas. -Fue hasta la mesa con el café-. Vamos a ver qué tiene apuntado. Enséñeme primero los candidatos más probables.
Para empezar le mostré la lista de las personas relacionadas con mis casos como detective privado. Le había dado muchas vueltas y cada vez me parecía más probable que una de ellas estuviera detrás de lo que le había sucedido a Ben. Fuimos tomándonos el café mientras repasábamos los nombres. Junto a cada uno había apuntado los delitos que habían cometido, si habían recibidos penas de cárcel y si yo había matado a alguien que estuviera vinculado a ellos.
– Vaya, Cole -exclamó Starkey-, son todos pandilleros, mafiosos y asesinos. Yo creía que los detectives privados sólo se dedicaban a los divorcios.
– Es que siempre elijo mal los casos.
– Ya veo. ¿Tiene algún motivo para creer que alguno de estos tíos esté al corriente de su historial militar?
– Yo diría que ninguno sabe nada de mí, pero supongo que podrían haberse enterado.
– Muy bien. Introduciré los nombres en el sistema para ver si acaban de soltar a alguien. Ahora vamos a hablar de estos otros cuatro hombres, los que murieron en Vietnam. ¿Es posible que sus familiares le culpen de lo sucedido?
– No hice nada de lo que nadie pueda responsabilizarme.
– Ya me entiende. Lo digo porque sus hijos murieron y usted no.
– Claro que la entiendo, y le digo que no. Después de lo sucedido escribí a los padres de todos ellos. Me carteé con la madre de Luis Rodríguez hasta su muerte. De eso hace seis. años. La familia de Teddy Fields me envía felicitaciones por Navidad. Cuando me licencié fui a ver a los Johnson y a los Fields. Estaban pasándolo mal, claro, pero nadie me echó la culpa. Básicamente fueron momentos de mucha tristeza.
Starkey me miraba como si estuviera convencida de que tenía que haber algo más, aunque no se imaginaba el qué. Yo también me quedé mirándola, y otra vez tuve la impresión de que la recordaba de algo.
– ¿Nos conocemos de antes? -le pregunté-. Anoche me pareció que su rostro me sonaba y ahora tengo la misma sensación, pero no acabo de saber de dónde.
Apartó la vista. Sacó una lámina de plástico y aluminio de la chaqueta y se tragó una pastilla blanca con un sorbo de café.
– ¿Aquí se puede fumar?
– Se puede fumar en el porche. ¿Seguro que no nos conocemos?
– Segurísimo.
– Pues me recuerda a alguien.
Starkey miraba hacia el porche con ansia. Suspiró.
– Vale, Cole, voy a decirle de qué me conoce. El tema es noticias de actualidad. Conteste a la pregunta por mil dólares… Y la respuesta es: ¡bum!
Yo no entendía nada. Se encogió de hombros como si estuviera tratando con un idiota.
– ¿Es que nunca ha visto un concurso por la tele? Bombas. Artificieros. La Brigada de Artificieros perdió a un técnico en Silver Lake hace un par de meses.
– ¿Era usted?
– Tengo que salir a fumarme un pitillo. No aguanto más.
Sacó un paquete de la chaqueta y se dirigió al porche. La seguí. Carol Starkey había acabado con un asesino en serie de artificieros de la policía. Mister Red había sido noticia de primera plana en Los Ángeles, pero casi todos los reportajes hablaban de Starkey. Tres años antes de Mister Red, la propia Starkey había sido artificiera. Mientras intentaba des activar una bomba en un campamento de caravanas, un terremoto la había detonado. Tanto Starkey como su compañero habían muerto, pero a ella la habían resucitado allí mismo. Había regresado de entre los muertos, literalmente, por lo que le habían puesto apodos morbosos como el Ángel de la Muerte o el Ángel Demoledor.
Debió de leerme el pensamiento. Hizo un gesto de impotencia mientras encendía el cigarrillo y frunció el entrecejo.
– Ni se le ocurra preguntarme nada, Cole. No me pregunte si vi luces blancas o puertas resplandecientes. Estoy harta de escuchar siempre lo mismo.
– Todo eso me da igual, y no iba a preguntarle nada. Lo único que me importa es encontrar a Ben.
– Perfecto. Lo mismo digo. Lo de los artificieros ya es agua pasada. Ahora me dedico a esto.
– Me alegro, Starkey, pero todo eso ocurrió hace sólo un par de meses. ¿Tiene alguna idea de lo que hay que hacer para encontrar a un niño que ha desaparecido?
Soltó un géiser de humo, indignada.
– ¿Qué es lo que pregunta? ¿Si estoy capacitada para hacer mi trabajo?
Yo también estaba exasperado. La noche anterior me había puesto furioso, y a cada segundo que pasaba me enfurecía más.
– Pues sí, es exactamente lo que pregunto.
– He reconstruido bombas y escenarios de estallidos de bombas, y he rastreado restos de explosivos por los paisajes más desolados que pueda imaginarse. He levantado acusaciones contra los gilipollas que preparaban las bombas y contra los cabrones que venden el material que utilizan esos gilipollas. Y además he acabado con Mister Red. Así que no hace falta que se preocupe usted, señor Cole, sé investigar, y puede apostarse la licencia de detective privado a que vaya encontrar al crío.
El sol ya había llegado a lo alto del cielo. La ladera estaba bien iluminada. Starkey arrojó el cigarrillo por encima de la barandilla de un papirotazo. Miré para ver adónde había ido a parar.
– Oiga, que aquí hay peligro de incendio.
Starkey me miró como si la montaña ya estuviera en llamas y el incendio no pudiera ser peor.
– Tenemos suficiente luz. Indíqueme dónde encontró el juguete.
Tiempo desde la desaparición: 15 horas, 32 minutos
Starkey fue al coche a cambiarse de zapatos y después se reunió conmigo en un costado de la casa. Llevaba unas zapatillas Asics de cross y los pantalones subidos hasta las rodillas. Tenía las pantorrillas blancas. Contempló la colina con recelo.
– Es empinada.