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Lo miré fijamente, pero su rostro seguía tan inexpresivo como antes. Gittamon parecía confuso.

– No lo entiendo, Myers -afirmé-. Ya había venido antes y recorrí toda la ladera en busca de Ben.

Richard se encogió de hombros, incómodo, y contestó:

– ¿Qué es lo que no entiendes, Cole? Nunca me he dedicado al derecho penal, pero sé lo bastante de abogacía para tener claro que si esto llega a los tribunales serás un testigo de peso. Puede que incluso te sientes en el banquillo. Sea como sea, tu presencia aquí supone un problema.

– ¿Por qué iba a sentarse en el banquillo? -preguntó Starkey.

– Fue la última persona en ver con vida a mi hijo.

Hacía cada vez más calor. El sudor brotaba de mis poros y la sangre me latía con fuerza por los brazos y las piernas. Chen era el único que se movía. Colocó una hoja de plástico blanco rígido en el suelo a pocos centímetros de la huella parcial y le dio unos golpecitos. Estaba empezando a encuadrarla para mantener la tierra en su sitio. Después empezaría a pulverizar la zona con un sellador transparente, muy parecido a laca para el pelo, a fin de reafirmar la superficie. Aquello le daría consistencia al terreno y serviría para formar una estructura. La estabilidad era fundamental.

– ¿Qué quieres decir con eso, Richard? -pregunté.

Myers repitió el gesto que había hecho delante de la casa de Lucy y le tocó el brazo.

– No te acusa, Cole, en absoluto, pero está claro que quien te llamó tiene algo contra ti. Cuando todo se aclare puede que se descubra que os conocisteis hace tiempo y que él tampoco era santo de tu devoción.

– No sé de qué estás hablando, Myers.

– Myers tiene razón -dijo Richard-. Si su abogado consigue demostrar que se trata de una rencilla entre los dos, afirmará que has alterado las pruebas que había contra él a sabiendas. Incluso podría decir que las has fabricado tú mismo. Piensa en el caso de O. J. Simpson.

– Qué gilipollez -exclamó Starkey.

– He sido abogado, inspectora. Permítame que le diga que ante un tribunal las gilipolleces suelen convencer a la gente.

Gittamon se retorció, incómodo, y dijo:

– Aquí nadie está haciendo nada que sea inapropiado.

– Sargento, yo estoy de su lado. Estoy incluso del de Cole, aunque me dé una rabia tremenda reconocerlo, pero este tema representa un problema. Le ruego que se lo pregunte a sus superiores o a alguien de la Oficina del Fiscal. A ver qué opinan ellos.

Gittamon miró hacia donde Pike y los hombres de Richard buscaban entre la maleza. Luego se volvió hacia Starkey, que se limitó a encogerse de hombros, y por fin me dijo:

– Señor Cole, quizá debería esperar en su casa.

– ¿Y eso de qué serviría, Gittamon? Ya me he pateado la colina, así que si sigo mirando no hago daño a nadie.

Gittamon arrastró los pies y me hizo pensar en un perro que buscara nervioso un lugar en el que hacer pis.

– Voy a hablar con el capitán de Hollywood, a ver qué le parece.

Richard y Myers dieron media vuelta sin esperar más y fueron a reunirse con Fontenot y DeNice entre la broza. Gittamon se agachó junto a Chen para no tener que mirarme.

Starkey los contempló a todos por un instante y después me hizo un gesto de impotencia.

– En un par de horas seguramente me habrán dicho algo sobre la lista de nombres. Un tipo normal y corriente de Des Moines no se levanta un buen día y se dice que va a hacer una cosa como ésta; los que se dedican a esto son gilipollas, y los gilipollas tienen historiales. Si conseguimos algo sobre alguno de los nombres que nos has dado podremos ponemos a trabajar. Será mejor que nos esperes arriba. Ya te avisaré.

Meneé la cabeza.

– Si crees que voy a quedarme de brazos cruzados estás chalada.

– No tenemos nada más para empezar a trabajar. ¿Qué otra cosa puedes hacer?

– Pensar como él.

Le hice un gesto a Pike y subimos juntos hasta mi casa.

9

Tiempo desde la desaparición: 19 horas, 08 minutos

Cuando la gente mira a Joe Pike ve a un ex policía, a un ex marine, los músculos y el tatuaje, las gafas de sol que ocultan una cara secreta. De pequeño Pike vivía en las afueras de un pueblo y se pasó la infancia escondido en el bosque. Huía de su padre, que tenía por costumbre pegarle puñetazos hasta hacerle sangrar y después seguir con su madre. Los marines no tenían miedo de los alcohólicos violentos, de manera que se hizo marine. En el ejército observaron que sabía moverse por el bosque y entre los árboles, y le enseñaron otras cosas. Yo nunca había visto a nadie a quien se le dieran tan bien como a Pike esas cosas, y todo gracias a que de pequeño había tenido que huir aterrado al bosque. Cuando ves a alguien sólo te das cuenta de lo que esa persona te deja ver.

Pike escrutó el cañón desde mi porche. Oíamos a Starkey y a los demás, aunque desde allí arriba no podíamos verlos. La forma del cañón amplificaba sus voces, como habría hecho con la de Ben si hubiera pedido auxilio.

– No tenía modo de saber cuándo iba a salir el chico de casa -reflexioné- ni cuándo iba a estar solo, así que necesitaba un lugar seguro desde el que observar y esperar. Estaba en otro sitio hasta que vio a Ben bajar por la ladera, y entonces se acercó hasta aquí.

Pike señaló con una inclinación de la cabeza la sierra que se alzaba al otro lado del cañón.

– La casa no se ve desde la calle de abajo debido a los árboles, y le interesaba tener el campo de visión despejado. Seguro que estaba allí delante con unos prismáticos.

– Estoy de acuerdo.

La sierra del otro lado del cañón era una hilera sinuosa de picos nudosos y altibajos que desaparecían en su descenso hacia la cuenca. Recorrían sus laderas calles residenciales interrumpidas por zonas silvestres allí donde el terreno era muy inestable o las pendientes demasiado pronunciadas para construir.

– Vale -dijo Pike-, si desde donde estaba veía este porche, lo lógico es que desde aquí podamos ver su escondrijo.

Entramos a buscar mis prismáticos y el callejero. Encontré la página en la que aparecía la zona del otro lado del cañón y después orienté el plano para que concordara con la dirección de la sierra. Había muchos sitios en los que podía ocultarse alguien.

– Bueno, si estuvieras en su lugar, ¿dónde te meterías? -pregunté.

Pike escudriñó el plano y después observó la sierra.