El Marquis llegó por el otro lado de la calle. Fontenot iba al volante y DeNice ocupaba el asiento del acompañante. Se detuvieron, pero no apagaron el motor. Myers bajó de la limusina para charlar con ellos. Pike intentó captar lo que decían, pero hablaban en voz muy baja. Myers estaba enfadado y dio una palmada en el capó del Marquis.
– ¡Y una mierda! ¡Poneos las pilas y encontrad al chico!
Acto seguido se fue a buen paso hacia las escaleras. DeNice bajó del Marquis y subió a la limusina. Fontenot aceleró y se alejó, pero se metió en el camino de acceso a una casa, a sólo una manzana de distancia, dio la vuelta y aparcó en la oscuridad, entre dos árboles. Cuando aún no había terminado la maniobra, Richard y Myers bajaron corriendo a la calle, se metieron en la limusina y salieron a toda prisa. Pike esperaba que Fontenot los siguiera, pero no se movió de allí. Se quedó quieto tras el volante. Ya eran dos los que vigilaban a Lucy. Bueno, uno y medio.
A Pike se le daba bien esperar, por eso había destacado en los marines y en otras cosas. Podía pasarse días aguardando sin moverse y sin aburrirse, porque no creía en el concepto del tiempo. Para él, el tiempo era lo que llenaba los momentos, por lo que, si esos momentos estaban vacíos, el tiempo no tenía sentido. El vacío no pasaba ni discurría, existía sin más. Quedarse vacío era como ponerse en punto muerto: Pike existía sin más.
El Corvette amarillo de Cole se detuvo junto al bordillo. Como siempre, le hacía falta un buen lavado. Pike mantenía su Jeep Cherokee impecable, lo mismo que su piso, sus armas, su ropa y su persona. Hallaba paz en el orden y no comprendía cómo Cole podía conducir un coche sucio. La limpieza era orden; y el orden, control. Pike había dedicado la mayor parte de su vida a intentar mantener el control.
Elvis Cole
Los jacarandás de la calle de Lucy estaban iluminados por farolas viejas y amarillentas. El aire resultaba más frío que en Hollywood y soplaba cargado de perfume a jazmín. Pike estaba vigilando, pero ni lo vi ni lo busqué. Fontenot llamaba la atención, apoltronado en un coche un poco más allá, como Boris Badenov creyéndose Sam Spade. Me imaginé que Richard también había querido que alguien vigilara a Lucy.
Subí las escaleras y llamé dos veces con los nudillos, sin hacer mucho ruido. Podía haber abierto con mi llave, pero para eso habría re querido una confianza en mí mismo que en aquel momento no sentía.
– Soy yo.
La cerradura de seguridad giró con un chasquido apagado. Lucy abrió la puerta. Iba cubierta con un albornoz blanco y llevaba el cabello mojado y peinado hacia atrás. Así siempre estaba guapa, aunque tuviera cara de desconfianza y no sonriera.
– Te han entretenido mucho -comentó.
– Teníamos que hablar de muchas cosas.
Dio un paso atrás para indicarme que entrara y después cerró la puerta con llave. Llevaba el teléfono inalámbrico en la mano. En la televisión decían algo sobre la debilidad ósea de los vegetarianos. La apagó y fue hasta la mesa del comedor, todo ello sin mirarme, como tampoco me había mirado al irse de la comisaría.
– Quiero hablar contigo de todo esto -dije.
– Ya lo sé -contestó-. ¿Te apetece un café? No está recién hecho, pero acabo de hervir agua y hay Nescafé.
– No, gracias.
Dejó el teléfono en la mesa pero no lo soltó.
– Llevo un buen rato sentada aquí con este teléfono -dijo, sin apartar la vista de él-. Desde que he llegado a casa me da miedo dejarlo. Han intervenido la línea, por si vuelve a llamar, pero no sé. Me han dicho que puedo utilizarlo con normalidad, que no me preocupe. ¡Ja! Con normalidad.
Me imaginé que clavar la vista en el teléfono era más fácil que mirarme a mí. Puse una mano sobre la suya.
– Luce, lo que ha dicho…, no es verdad. Nada de eso sucedió, nada.
– ¿Hablas del tío de la grabación o de Richard? No tienes por qué disculparte. Ya sé que serías incapaz de hacer algo así.
– No asesinamos a nadie. No éramos criminales.
– Lo sé.
– Lo que ha dicho Richard…
– Chisto -Sus ojos se posaron en mí durante un instante. El siseo era una orden-. No quiero que te expliques. No te lo he pedido nunca y nunca me lo has contado, así que no me lo cuentes ahora.
– Lucy…
– No. No me importa.
– Luce…
– Os he oído hablar a Joe y a ti. He visto lo que guardas en la caja de puros. Son cosas tuyas, no mías. Lo entiendo, es como lo de los ex novios y las tonterías que hacemos de pequeños…
– No te ocultaba nada.
– Me decía: «Ya me lo contará si lo considera necesario», pero ahora ya no parece importante…
– No te guardaba secretos. Hay cosas que es mejor dejar atrás, y ya está. Hay que pasar página. Eso es lo que he intentado, y no sólo con lo de la guerra.
Retiró la mano de debajo de la mía y se echó hacia atrás en la silla.
– Lo que ha hecho Richard esta noche es imperdonable. ¿Cómo ha podido investigarte? Quiero disculparme. La forma en que ha soltado la carpeta sobre la mesa…
– Me metí en líos cuando era joven. Nada muy grave. No te lo he ocultado.
Meneó la cabeza para indicarme que callara y levantó el teléfono con ambas planos como si fuera objeto de estudio.
– Hace tanto rato que agarro este dichoso teléfono que se me ha dormido la mano. No sé si voy a volver a ver a mi niño y se me ha ocurrido que ojalá pudiera meterme por el aparato, por esos agujeritos, y salir por el otro extremo de la línea… -Se puso tensa hasta parecer frágil. Me incliné hacia ella, quería tocarla, pero se apartó-. Para recuperar a mi niño. Me imaginaba que lo hacía como se ve una en un sueño, y cuando salía por el otro teléfono recuperaba mi forma normal. Ben estaba en una cama cómoda, tapadito, y dormía sin que le pasara nada. Yo contemplaba su carita, la de un niño de diez años que dormía sin preocupaciones, y no me veía con fuerzas de despertarlo. Me quedaba mirando aquel rostro e intentaba imaginar cómo serías tú a su edad… -Levantó a vista y en susojos percibí tristeza y dolor-. Pero no podía. Nunca he visto una foto tuya de pequeño. Nunca mencionas a tu familia, ni de dónde eres, ni nada de eso, salvo cuando haces algún chiste. ¿Sabes cómo te pincho con lo de Joe, que si nunca habla, que si parece que lleve una máscara en vez de cara? Pues tú no dices más que él, no hablas de las cosas importantes, y me resulta muy extraño. Supongo que has pasado página.