Выбрать главу

Fallon debía de tener a un hombre en el tejado y quizás a otro en la pequeña carretera de servicio que iba a utilizar Richard. A un lado de ésta vi varios coches aparcados, pero no distinguí si había alguien dentro ni tenía tiempo para comprobarlo. En las azoteas no se veía a nadie.

Dejé atrás el último hangar y asomé la cabeza por la esquina. Había unos pocos aviones pequeños en la rampa, y cerca de ellos una hilera de camiones de combustible.

– ¿Myers? -susurré al teléfono.

– Estamos en la parte este.

– No os veo.

– Me da igual que no nos veas. ¿Los ves a ellos?

– Aún no. Id despacio. Voy avanzando.

Pike estaba aproximándose a la rampa desde el norte. No lo veía ni lo intenté; si yo conseguía verlo, ellos también, y eso habría sido un desastre. Un remolque utilizado como oficina temporal sobresalía entre los hangares. Me acerqué con sigilo hasta su extremo para ver mejor. Desde allí volví a estudiar los tejados, las sombras que discurrían por la base de los hangares y los camiones. No se veía un alma. Agucé el oído todo lo que pude. Nada. Busqué sombras y formas que llamaran la atención, pero todo parecía normal. No había más coches. Las puertas de los hangares estaban cerradas. Seguramente Fallon esperaba cerca de allí, si es que pensaba presentarse.

– No veo nada, Myers -murmuré.

– Se estarán quietos hasta que lleguemos, pero en algún momento tendrán que moverse. Ya los verás.

Le dije dónde me ocultaba.

– Vale, voy por donde nos ha dicho que torzamos. Estoy girando.

Apareció un haz de luz entre dos de los hangares y tras él la limusina, que se dirigió hacia mí. Estaban a cincuenta metros. Quizá sesenta.

El vehículo se detuvo.

– Estoy justo delante de vosotros -le informé.

– Entendido. Vamos a bajar. Ahora tenemos que llamarlo.

– Sin prisas. Espera.

La limusina se quedó allí, con el motor en marcha y las luces puestas. Desde el extremo del remolque divisaba toda la rampa y la pista de rodaje, además de casi todo el carril de servicio que recorría la parte sur del aeropuerto. Todo estaba en calma.

– Vamos a salir. Me pongo el auricular para oírte. Si ves algo, dímelo.

Myers se apeó y permaneció de pie, solo, junto al coche.

Volví a escudriñar los tejados y la carretera de servicio en busca de una sombra reveladora, el bulto de una cabeza o de un hombro, pero no vi nada. Observé las sombras de la base de la rampa; tampoco se movió nada.

El tercer camión de combustible empezando desde el final de la hilera hizo luces.

– Myers -dije.

– Lo he visto -contestó en voz baja-. Richard está llamando.

Forcé la vista todo lo que pude para distinguir algo del interior del camión, pero las sombras eran densas y estaba demasiado alejado. Saqué la pistola y apunté a la rejilla. El arma se me resbalaba. En cuanto viera a Ben pensaba soltar el teléfono y sostener la pistola con ambas manos.

– Dile que salga con Ben. Haz que os deje ver a Ben.

Pike debía de haber avanzado por el otro lado, por lo que estaría más cerca que yo y tendría una posición más estratégica. Su puntería era mejor que la mía.

– Richard está hablando con él-murmuró Myers-. Va a bajar para enseñarle el dinero. Fallon quiere ver las bolsas.

– No, Myers. Haz que os deje ver a Ben.

– Richard tiene miedo.

– Myers, haz que os deje ver a Ben. No lo veo.

– Ben está al teléfono.

– No basta. Tenéis que verlo.

– No pierdas de vista el camión, joder. Richard va a enseñarles el dinero.

Se abrió la puerta trasera de la limusina. Myers ayudó a Richard a bajar con las dos bolsas y miraron en dirección al camión. Tres millones pesaban mucho, pero cinco tenían que parecer aún más pesados.

Oí que Myers mascullaba:

– Venga, hijo de puta.

Las luces del camión se encendieron otra vez. Todos estábamos a la expectativa, con los ojos fijos en él.

Cinco metros por detrás de Richard y Myers se movió una sombra entre los bidones de aceite que estaban apilados a la entrada del hangar. Percibí el movimiento cuando Myers se volvía. Schilling y Mazi surgieron corriendo de las sombras empuñando sendas pistolas. Había mirado una y otra vez aquellos bidones con atención, pero no había visto nada.

– ¡MYERS! -grité.

Sus manos explotaron como soles en miniatura, y un resplandor rojo iluminó sus rostros por un instante. Myers cayó al suelo. Siguieron disparándole hasta que alcanzaron el dinero, y entonces dispararon a Richard, que cayó de espaldas dentro del coche.

Yo efectué dos disparos y eché a correr hacia el camión, gritando. Esperaba que se encendiera el motor con un rugido o que surgieran disparos de la oscuridad, pero no sucedió ninguna de las dos cosas. Corrí con todas mis fuerzas llamando a Ben a gritos.

Detrás de mí, Schilling y Mazi arrojaron las bolsas dentro de la limusina y se subieron a ella.

Pike corrió hasta la rampa desde el otro extremo de la hilera de camiones y disparó mientras la limusina se alejaba entre chirridos de neumáticos. Todos habíamos supuesto que se acercarían y se irían con su propio coche, pero su plan había sido huir en la limusina.

Seguí corriendo a toda prisa, agachado, hasta el camión. Sin embargo, antes de llegar ya sabía que lo encontraría vacío, que había estado vacío desde un principio. Fallon había activado las luces con un mando a distancia. Estaba en otra parte, y Ben seguía con él.

Giré sobre mis talones, pero la limusina ya había desaparecido.

Pike

«Nos están machacando -pensó Pike-. Estos tíos son tan buenos que nos están machacando.»

Ibo y Schilling aparecieron de entre los bidones de aceite como si acabaran de abrir una puerta invisible. Un momento antes era imposible verlos y de repente se movían con la absoluta precisión de una serpiente al atacar, mientras de sus manos brotaba fuego. Pike había mirado bien los bidones y no había detectado nada. Se habían abalanzado sobre Myers con tanta rapidez que no había tenido tiempo de avisarles. Todo había sido tan rápido y Pike estaba tan lejos que había quedado relegado a la categoría de testigo de la matanza.