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Joe Pike nunca había visto a nadie mejor que ellos.

Echó a correr. Intentaba encontrar un punto desde el que disparar. Cole gritó. Los dos dispararon casi en el mismo instante, pero Pike era consciente de que llegaban tarde; el faro izquierdo de la limusina estalló en mil pedazos y una bala rozó el capó. Se alejaban a toda prisa mientras Cole corría hacia el camión. Pike no se molestó en seguirlo porque sabía lo que iba a encontrar.

Dio media vuelta en busca de algo que se moviese. Alguien había controlado las luces del camión; tenía que ser Fallon, que debía de estar cerca y ver claramente la zona. Ibo y Schilling ya se habían ido con el dinero, así que Fallon también se largaría. Y al hacerlo quizá revelara su posición.

Entonces oyó una fuerte detonación, un disparo, al norte, y giró hacia el punto del que procedía. No había sido el tiro de una pistola, sino algo más potente y pesado. En uno de los coches aparcados se produjo un fogonazo, seguido de una segunda detonación.

Pike vio sombras dentro del vehículo. Un hombre y un niño.

Gritó algo a Cole mientras el coche se alejaba y echó a correr hacia el lugar donde había dejado el todoterreno. El hombro le transmitió un latigazo por todo el brazo.

«Tengo miedo», pensó.

Ben

Mike no era como Eric o Mazi. No decía gilipolleces ni ponía la radio ni miraba con los ojos salidos a las tías buenas que pasaban por San Vicente Boulevard. Sólo hablaba para dar órdenes. Sólo miraba a Ben para comprobar que hubiera entendido lo que le mandaba. Y nada más.

Se metieron en un aparcamiento del aeropuerto y permanecieron allí con el motor en marcha. Mike nunca apagaba el motor. Era como si temiese que no fuera a arrancar cuando lo necesitara. Al cabo de un rato, sacó los prismáticos para ver algo al otro lado del campo. Ben no sabía qué pasaba, porque quedaba muy lejos.

Mike había colocado la escopeta con la boca del cañón contra el suelo yla culata apoyada en la rodilla. No era una escopeta normal como la Ithaca del calibre 20 que su abuelo le había regalado por Navidad; aquélla era muy corta, con la culata negra, pero Ben vio un botoncito en el guardamonte. Se trataba del seguro. Lo sabía porque la suya tenía el mismo sistema. Estaba quitado. «Debe de tener una bala en la recámara yestá listo para soltarla, igual que Eric», se dijo Ben.

Levantó la vista hacia Mike, que seguía mirando hacia el otro lado del campo.

Mike le daba miedo. A Eric ya Mazi también. Si el que hubiera estado sentado allí, concentrado en algo que veía en la distancia, hubiera sido Eric, Ben habría intentado algo. Con poner el dedo en el gatillo se dispararía. Pero una cosa era Eric yotra muy distinta Mike, que le recordaba a una cobra, hecha un ovillo pero lista para atacar. Parecía que estaba dormida, pero nunca se sabía.

Mike bajó los prismáticos sólo el tiempo suficiente para recoger del salpicadero algo que parecía un walkie-talkie pequeño. Apretó un botón del aparato ydurante un instante se encendió una luz al otro lado de la pista. Mike dijo algo por el móvil ydespués se lo colocó a Ben al oído.

– Es tu padre. Habla. Ben cogió el teléfono.

– ¿Papá?

Su padre sollozó, ysin que hiciera falta más, Ben se echó a llorar como un crío.

– Quiero irme a casa -dijo mientras las lágrimas bañaban su rostro.

Mike recuperó el móvil. El chico intentó arrebatárselo, pero Mike estiró el otro brazo para mantenerle alejado. Ben le clavó las uñas, lo mordió yla emprendió a puñetazos, pero aquel brazo era como una barra de hierro. Mike le apretó el hombro con tanta fuerza que a Ben le pareció que iba a estallarle.

– ¿Quieres hacer el favor de estarte quieto? -dijo Mike. Ben se apartó todo lo que pudo yse acurrucó contra la ventanilla, avergonzado yhumillado, llorando amargamente.

Mike soltó el teléfono yvolvió a mirar por los prismáticos. Apretó otra vez el botón del walkie-talkie yen esa ocasión las luces del coche que había al otro lado quedaron encendidas.

Entonces se oyó un petardeo procedente del extremo opuesto del aeropuerto yMike se puso tenso. Estaba tan concentrado en lo que sucedía a lo lejos que Ben pensó: «¡Ahora!»

Se lanzó sobre el otro asiento. Sus dedos envolvieron el guardamonte justo en el instante en que Mike le cogía el brazo, pero ya había conseguido su objetivo. La escopeta estalló como si de una bomba se tratara yrebotó con fuerza contra el volante. Ben apretó el gatillo otra vez todo lo deprisa que pudo yla escopeta volvió a bramar provocando un segundo agujero en el suelo del coche.

Mike le quitó la mano del arma con la misma facilidad con que se rasga un papel ylo arrojó hacia atrás de un empujón. El chico se cubrió la cara con las manos, convencido de que Mike iba a pegarle o a matarlo, pero en lugar de eso se limitó a colocar la escopeta otra vez en su sitio ya iniciar la maniobra para salir del aparcamiento.

Una vez que el coche estuvo en marcha, Mike se volvió hacia Ben ydijo:

– Eres duro de pelar, cabroncete.

«Qué lastima haber fallado», pensó el chico.

24

Tiempo desde la desaparición: 53 horas, 32 minutos'

El coche de Fallon arrancó en el aparcamiento norte y se dirigió a toda velocidad hacia la salida. Tenía que pasar por delante del campo de fútbol y del Museo de la Aviación, y después entre los edificios de oficinas antes de salir a Ocean Boulevard. Una vez allí le perderíamos.

Me temblaban las manos, pero aun así conseguí apretar el botón de marcado rápido para llamar a Pike.

– Venga, Joe, contesta. ¡Venga!

El coche de Fallon dejó atrás el campo de fútbol, giró y aceleró. Era un cupé blanco de tamaño medio, me pareció que de dos puertas. Debía de ir a reunirse con Ibo y Schilling. La limusina era grande y llamaba la atención, y además le faltaba un faro. La abandonarían enseguida.

– Estoy en marcha -contestó Pike de repente.

– Va hacia el este, al final del campo de fútbol, en un cupé blanco de dos puertas. Está en el museo. Va a salir a Ocean. Lo he perdido.