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Debería haber esperado a Pike, pero me metí en la cocina y fui hacia el pasillo. Me zumbaba la cabeza y el corazón se me había acelerado. Quizá por eso no oí que Fallon se acercaba a mí por detrás hasta que fue demasiado tarde.

Ben

Mike metió el coche por un camino que discurría paralelo a una casita a oscuras.

– ¿Dónde estamos? -preguntó Ben.

– En la última parada.

Mike tiró de él para hacerlo bajar del coche por la izquierda y lo metió en la casa. Eric los esperaba en una cocina lúgubre pintada de rosa con las paredes sucias y un hueco enorme en lugar de nevera. En el suelo había dos bolsas de deporte verdes, una encima de la otra. Las bolas de polvo que se amontonaban en los rincones eran del tamaño de perros pequineses.

– Tenemos un problemilla. Mira.

– ¿Por el dinero?

– No, por el gilipollas.

Salieron de la cocina tras Eric, que los condujo a una habitación pequeña. Ben vio a Mazi, que metía dinero en más bolsas de deporte verdes, y luego, de repente, a su padre. Richard Chenier estaba tirado en el suelo, contra la pared. Se sujetaba el vientre con las manos y tenía los pantalones y el brazo cubiertos de sangre.

– ¡Papá! -exclamó.

Echó a correr hacia su padre y ninguno de los secuestradores lo detuvo. Richard gimió de dolor cuando su hijo lo abrazó, y el chico se echó a llorar otra vez, sobre todo al notar la sangre húmeda.

– Venga, colega. Venga.

Su padre le acarició la mejilla y tampoco pudo contener las lágrimas. Ben estaba aterrado creyendo que iba a morirse.

– Lo siento, cariño. Lo siento mucho -dijo Richard-. Todo esto es culpa mía.

– ¿Vas a ponerte bien? ¿Vas a curarte, papá?

Los ojos de su padre estaban tan llenos de tristeza que Ben sollozó desesperado. Le costaba respirar.

– Te quiero mucho, hijo mío. Lo sabes, ¿verdad? Te quiero.

A Ben se le atragantaron las palabras.

Mike y Eric también estaban hablando, pero el chico no los oía. Al cabo de un rato Mike se puso en cuclillas a su lado y examinó la herida.

– Vamos a ver. Parece que te ha dado en el hígado. ¿Puedes respirar bien?

– Cabrón de mierda. Hijo de puta -masculló Richard.

– Ya veo que respiras estupendamente.

Eric se acercó y se quedó de pie junto a Mike.

– Se derrumbó dentro del coche. ¿Qué coño iba a hacer? Teníamos que salir pitando y este gilipollas se había quedado en el asiento de atrás.

Mike se incorporó y miró el dinero.

– Ahora no te preocupes de eso. Vamos a seguir con el plan. Meted el dinero en las otras bolsas y dejadlo en el coche. Por ahora están bajo control. Ya nos ocuparemos de ellos antes de irnos.

– En el aeropuerto había alguien más.

– Olvídate. Era Cole. Allí sigue, como un imbécil.

Mike y Eric dejaron a Mazi metiendo el dinero en las bolsas y se fueron a otra habitación.

Ben se acurrucó contra su padre y le susurró:

– Elvis nos salvará.

Su padre hizo fuerza para incorporarse un poco y se estremeció de dolor. Mazi giró la cabeza y después volvió a concentrarse en el dinero.

Richard se contempló la mano manchada de sangre y después miró a su hijo a los ojos.

– Yo soy el culpable de todo lo que ha sucedido. La aparición de estos animales, todo lo que te ha pasado, todo es culpa mía. Soy el imbécil más imbécil del mundo.

Ben no entendía nada. No sabía por qué decía aquellas cosas su padre, pero al escuchadas sintió miedo y volvió a echarse a llorar.

– No, no es verdad. Tú no eres imbécil.

Richard le acarició la cabeza otra vez.

– Yo sólo quería recuperarte.

– No te mueras.

– Nunca podrás entenderlo, ni tú ni nadie, pero lo que quiero que recuerdes es que te quería.

– ¡No te mueras!

– No voy a morirme, tranquilo, y tú tampoco.

Richard miró a Mazi y después a Ben. Le acarició nuevamente la cabeza y después se lo acercó a la cara y le dio un beso en la mejilla.

– Te quiero, hijo mío -le susurró al oído-. Y ahora corre. Echa a correr y no te detengas.

La tristeza de la voz de su padre le daba terror. Se abrazó a él y le aferró con desesperación.

Notó el arrullo del aliento de Richard en la oreja.

– Lo siento.

Su padre le dio otro beso y en aquel instante se oyó un ruido sordo en otra habitación. Mazi se irguió de un salto, las manos aún llenas de billetes, y al instante apareció por la puerta Mike, que metió dentro a Elvis Cole de un empujón. El detective cayó con una rodilla en el suelo. Abría y cerraba los ojos. Le sangraba la cabeza. Mike le hundió el cañón de la pistola en el cuello y se dirigió a Mazi:

– Mételo en la bañera y encárgate de él con la navaja. La escopeta haría demasiado ruido. Luego deshazte de esos dos.

En la mano de Mazi apareció una navaja larga y fina. Richard lo repitió por última vez, ya en voz alta:

– Corre.

Entonces, Richard Chenier se incorporó y se abalanzó sobre Mazi Iba con una furia que su hijo no había visto jamás en él. Le alcanzó por la espalda y le empujó con toda su desesperación contra Elvis y Mike cuando éste ya empuñaba la escopeta. El estruendo del disparo retumbó por toda la casa.

Ben echó a correr.