Se fijó en que éste miraba de un lado a otro mientras sopesaba sus posibilidades: podía esperar a ver qué hacía Cole o pegarle un tiro a Pike y después probar suerte con Cole. De la primera forma, Fallon quedaba a expensas de Cole, pero si era el primero en apretar el gatillo la situación dependería más de él y tendría cierto control. Cole tenía la cara enrojecida y parecía aturdido. Fallon debía de considerarlo una ventaja. Estaría pensando que con Cole herido se le ofrecía una buena oportunidad de tumbar a Pike cuando quisiera, y luego aún le quedaba la posibilidad de ser también más rápido que Cole. Pike se preguntó si Fallon estaría al corriente de su lesión de hombro. Fallon era de la Delta; sería capaz de utilizar cualquier punto débil que encontrara.
«Va a disparar primero», pensó Pike.
La frente de Fallon flotó por encima de la punta de la pistola de Pike, que tembló. El corazón parecía a punto de estallarle y le caía el sudor por las sienes. Fallon también sostenía la pistola en alto, apuntando a Pike al tiempo que éste lo encañonaba a él, pero había una diferencia: tenía el pulso firme. Y debía de advertir el temblor de la pistola de Pike, quien se percató de que el otro observaba algo. Fallon había detectado su punto débil. Sus pistolas estaban casi pegadas la una a la otra.
La de Fallon subió un par de centímetros. Fallon había decidido que podía ganar y estaba preparándose para abrir fuego.
El oso cerró las mandíbulas de golpe. Estaba colocándose para lanzarse sobre la presa.
Pike miró de reojo a Elvis y luego a Ben. Sentía resbaladiza la empuñadura de madera de la pistola, y respiraba entrecortadamente, pero aquello no tenía nada que ver con el oso. El oso nunca había sido lo importante. Su madre se acurrucó bajo la mesa de la cocina; lloraba y sangraba, y su padre seguía dándole patadas; Joe tenía ocho años y no podía hacer nada; aquel hombre empezó a perseguir a su hijo, indefenso, y le rompió la nariz, y después le atizó con el cinturón; y así era siempre, noche tras noche. Lo importante era proteger a la gente que amaba, costara lo que costase: no había nada peor que no levantar un dedo, ni siquiera la muerte. Podía vencer el oso, pero había que ponerse en pie y plantarle cara. Joe Pike tenía que plantar cara.
Hizo acopio de valor en espera de la bala de Fallon y después volvió a mirar a Ibo con la esperanza de encontrar un ángulo que le permitiera disparar, pero seguía escondido detrás de Ben. Se volvió otra vez hacia Fallon, con la pistola bien firme.
«Antes de morir, te mato», pensó Pike.
Entonces Ibo gruñó de una forma que los sorprendió a los dos. Pike detectó un movimiento repentino y fugaz con el rabillo del ojo. Ibo y Cole estaban luchando. Fallon se volvió para ver qué sucedía y Pike encontró su oportunidad. Apretó el gatillo en el instante mismo en que Eric Schilling entraba a toda prisa en la habitación y se lanzaba contra la espalda de Pike, que cayó sobre Fallon. Pike sintió una terrible punzada de dolor en el hombro y la 357 escupió fuego justo a la derecha de Fallon, sin hacerle ni un rasguño. Fallon se movió a una velocidad sobrehumana. Apartó la pistola de Pike, cogió a éste por el brazo con que la empuñaba y después dirigió la suya hacia la cabeza de su adversario, que se hizo a un lado. Sin embargo, Schilling le propinó un puñetazo en el cuello y le agarró el otro brazo, el malo. El hombro soltó otro latigazo de dolor que le hizo gritar instintivamente. Cayó de rodillas para soltarse de Schilling, le envolvió las piernas con el brazo malo y se las levantó. Sintió de nuevo el dolor, pero Schilling perdió el equilibrio. En aquel mismo instante, Fallon le dio un culatazo en la cara y apoyó la boca del cañón del arma en su hombro. Fallon era rápido, pero Pike no le iba a la zaga. Aferró la muñeca de Fallon en el instante en que disparaba. No lo soltó. Lo tenía agarrado, pero con el brazo malo podía hacer poca fuerza. Se le estaba escapando. Fallon le dio un cabezazo en la mejilla y después le atizó un rodillazo en la entrepierna. Pike notó el dolor. En el rincón, Ibo y Cole seguían enredados en una lucha tan inmóvil como mortífera, pero Ben se había refugiado junto a su padre. Schilling se puso de rodillas con esfuerzo y acto seguido se dirigió hacia el montón de dinero para agarrar la pistola que había encima. Fallon le propinó otro rodillazo a Pike, pero esta vez éste lo cogió por la pierna y, sin soltarla, lo empujó. Se desmoronaron juntos. Con el impacto, Fallon soltó su arma, que salió volando. A medio metro de ellos, Schilling se hizo con la otra pistola y giró sobre sustalones para disparar contra Pike, pero éste se apartó de Fallon rodando, se hizo con su arma y apretó el gatillo desde el suelo. Alcanzó por dos veces en el pecho a Eric Schilling, que gritó y disparó como un loco contra la pared. Pike disparó otro tiro que se llevó por delante la sien de Schilling. Rodando otra vez se acercó a Fallon, pero éste atrapó la pistola con ambas manos. Los dos tenían el arma, y el arma estaba entre ambos. Fallon contaba con dos brazos buenos, en tanto que Pike sólo con uno. Ambos tenían la cara bañada de sudor y sangre e intentaban orientar el arma hacia su rival. Pike sentía punzadas cada vez más intensas en el brazo a medida que el hombro se le agarrotaba. Fallon resoplaba debido al esfuerzo. Pike llegó al límite de sus fuerzas, y la pistola empezó a girar lentamente hacia su pecho.
Se dijo que si tenía que morir podía ser perfectamente allí y, por qué no, haciendo lo que estaba haciendo.
Pero aún no.
Rebuscó en lo más profundo de su interior, en un mundo verde y frondoso lleno de paz y tranquilidad. Era el único lugar en el que de verdad podía sentirse libre, seguro en su soledad y a gusto consigo mismo. En aquel instante regresó a aquel lugar íntimo y allí hizo acopio de fuerzas.
Miró los ojos de animal de Fallon, quien se dio cuenta de que algo había cambiado. En su rostro se reflejó el miedo.
Los labios de Pike se curvaron ligeramente.
La pistola se desplazó hacia Fallon.
Cole
Mientras Ibo intentaba girar el cuchillo, las cicatrices de su rostro despedían un resplandor violeta. Era un hombre corpulento y fuerte, y quería vivir, pero yo apretaba tanto que la habitación se oscureció a mi alrededor y se llenó de motitas de luz. Oí que el brazo se quebraba con un crujido y que la muñeca cedía. Ibo soltó un gemido. Detrás de mí se oyeron más disparos, pero parecían proceder del mundo de otra persona, no del mío.
El cuchillo se posó en la cuenca de la base de la garganta de Ibo, que intentó apartarme de él, pero me aferré a su brazo roto y empujé. Cuando la hoja entró emitió un silbido. Apreté más. El cuchillo penetró más. Ibo abrió desmesuradamente los ojos. Apreté hasta que el cuchillo entró del todo, y entonces Ibo emitió un largo suspiro hasta que sus ojos perdieron todo brillo.