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– Lamento haberme puesto a hurgar en tus cosas -dijo Ben, haciendo un tremendo esfuerzo para no echarse a llorar.

Elvis esbozó una sonrisa y, con mirada ausente, le frotó la cabeza con la mano.

– Tranquilo, hombre. Ya te había dicho que cuando estés aquí puedes mirar las cosas que tengo. Lo, que no me imaginaba era que ibas a trepar por los estantes de mi armario. No hace falta que lo hagas a escondidas. Si quieres ver algo, me lo dices y ya esta. ¿Vale?

A Ben aún le costaba mirar a Elvis a los ojos, pero también le carcomía la curiosidad. Le enseñó la fotografía de los cinco soldados junto al helicóptero.

– ¿Ése eres tú?

Elvis se quedó mirando la foto, pero no la tocó. Ben le enseñó la del hombre de la litera.

– ¿Quién es ese tío, Ranger?

– Se llamaba Ted Fields, no Ranger. Los rangers son soldados. Algunos estaban tan orgullosos de serlo que se hacían el tatuaje. Ted estaba orgulloso.

– ¿Y qué hacen los rangers?

– Flexiones.

Elvis cogió la foto que Ben tenía en la mano y la metió en la caja de puros. El chico empezó a preocuparse, creyendo que Elvis iba a dejar de responder a sus preguntas, así que agarró de golpe uno de los estuches azules y lo abrió.

– ¿Y esto qué es?

Elvis lo tomó en sus manos, lo cerró y también lo metió en la caja de puros.

– Lo llaman estrella de plata. Por eso hay una estrellita plateada en el centro de la dorada.

– Tienes dos.

– En el ejército había una oferta de dos por el precio de una.

Guardó la otra caja. Ben se dio cuenta de que Elvis esta incómodo hablando de las medallas y las fotos, pero en su vida había visto nada tan guapo y quería saber más cosas. Cogió otro estuche.

– ¿Y ésta por qué es morada y por qué tiene forma de corazón?

– Vamos a guardar todo esto ya terminar de lavar el coche.

– ¿Es lo que te dan cuando te pegan un tiro?

– Hay muchas formas de sufrir heridas.

Elvis guardó el último estuche de medallas y se puso a recoger las fotografías. Ben advirtió que en el fondo no sabía demasiado del novio de su madre. Se imaginaba que debía de haber sido supervaliente para que le dieran tantas medallas, pero Elvis nunca hablaba de aquella época. ¿Cómo era posible que alguien tuviese todas esas cosas tan alucinantes y las hubiera escondido? ¡Si Ben las tuviera se las pondría todos los días!

– ¿Por qué te dieron esa medalla de la estrella de plata? ¿Fuiste héroe de guerra?

Elvis siguió recogiendo las fotos y metiéndolas en la caja, sin levantar la vista. Después cerró la tapa.

– Qué va. No había nadie más para recogerlas, así que me las dieron a mí.

– Ojalá me den una estrella de plata algún día.

De repente Elvis puso una cara muy rara, como si se hubiera quedado petrificado, y Ben se asustó. Le parecía que el Elvis Cole que él conocía ya no estaba allí, pero aquella mirada endurecida se suavizó y Elvis recuperó su estado normal. Ben se sintió aliviado.

Elvis sacó una de las estrellas de plata de la caja de puros y se la ofreció.

– ¿Sabes qué te digo? Que prefiero que te quedes una de las mías.

Y así, sin más, Elvis Cole le dio una de sus estrellas de plata.

Ben cogió la medalla como si se tratara de un tesoro. El lazo resplandecía y era sedoso; el medallón pesaba mucho más de lo que parecía. La estrella dorada, con un estrellita plateada en el centro, pesaba muchísimo, y las puntas estaban muy afiladas.

– ¿M e la puedo quedar?

– Toda tuya. M e la dieron a mí y ahora yo te la doy a ti.

– ¡Qué guay! ¡Muchas gracias! ¿Yo también podré ser ranger?

Elvis ya estaba más tranquilo. Con mucha ceremonia, colocó la mano encima de la cabeza de Ben, como si estuviera nombrándole caballero.

– Te declaró oficialmente ranger del ejército de Estados Unidos. Ésta es la mejor forma de llegar a ranger, porque te ahorras las flexiones.

Ben se echó a reír.

Elvis cerró otra vez la caja de puros y la colocó en su sitio, en el estante más alto, junto a la bolsa de deporte.

– ¿Quieres ver alguna otra cosa? Tengo unas botas muy malolientes ahí arriba, y unos ambientadores viejos.

– ¡Puaj! ¿Qué asco!

Los dos sonreían y Ben se sintió aliviado. Todo era fantástico. Elvis le apretó ligeramente la nuca y lo condujo hacia las escaleras. Aquélla era una de las cosas que más le gustaban de Elvis, que no lo trataba como a un crío.

– Venga, colega, vamos a acabar de lavar el coche y después podemos ir a alquilar una peli.

– ¿Puedo darle a la manguera?

– Vale, pero espera a que me ponga el impermeable.

Elvis puso cara de tonto y los dos se rieron. Después Ben bajó las escaleras tras él. Se metió la estrella de plata en el bolsillo, pero cada pocos minutos tocaba sus afiladas puntas a través de la tela del pantalón y se decía que aquello era una pasada.

Esa noche Ben sintió ganas de ver otra vez las demás medallas y las fotos, pero Elvis se había molestado tanto que no se atrevió a pedírselo. Cuando Elvis se metió en la. ducha, Ben volvió a subirse encima de la caja fuerte. Sin embargo, la caja de puros había desaparecido. No consiguió encontrar el escondite y le dio demasiada vergüenza preguntar dónde estaba.