Þóra le devolvió cortésmente la sonrisa y de refilón pudo ver que el rostro de Matthew estaba como petrificado.
El médico desvió la mirada y continuó.
—Bien, el papeleo que hubo que superar no era, en realidad, lo único que convertía este caso en especial, y prefiero que ustedes lo comprendan bien antes de que empecemos. —El forense les miró y volvió a sonreír—. Y es que ésta ha sido probablemente la autopsia más insólita, más rara, en la que he participado, o que haya visto desde que terminé la carrera.
Þóra y Matthew no dijeron nada, en espera de que continuara. Ella visiblemente más intrigada que Matthew, que bien podría haber sido una estatua.
El forense carraspeó y abrió el archivador.
—Sin embargo, empezaremos por lo que podemos llamar más o menos convencional.
—Naturalmente. —En el interior de Matthew se hizo audible una especie de murmullo, pero Þóra intentó ocultar sus expectativas. Quería llegar hasta lo insólito.
—Bueno, la causa de la muerte fue asfixia por estrangulamiento —dijo el médico, dando un golpecito sobre la cubierta amarilla del archivador—. Cuando hayamos terminado les entregaré una copia del informe de la autopsia y así podrán apreciar las circunstancias de forma detallada, si lo desean. Lo principal, por lo que respecta a la causa de la muerte, se refiere a cómo fue estrangulado el difunto, y en ese sentido pensamos que se utilizó un cinturón de tela, no de cuero. El que lo hizo, o la que lo hizo, empleó mucha fuerza al apretar, pues dejó huellas muy profundas en el cuello. Tampoco es improbable que la presión se mantuviese más tiempo del necesario para causar la muerte, por algún motivo… suponemos que por un acceso de furia o rabia.
—¿Cómo pueden saberlo? —preguntó Þóra.
El médico trasteó en la carpeta y extrajo de ella dos fotografías. Las puso en la mesa, delante de él, y las volvió hacia Þóra y Matthew. Mostraban el maltratado cuello de Harald.
—Pueden comprobar que en los bordes de las marcas que dejó el objeto utilizado para el estrangulamiento la carne cedió sólo en algunos puntos, así como que la piel está quemada por la fricción. Eso apunta a que la superficie del objeto era un poco rugosa. Observen, además, que fuera lo que fuese, no parecía tener forma regular: diferentes anchuras, a juzgar por el ancho irregular de la herida. —El forense hizo una pausa mientras señalaba la otra fotografía—. Otra cosa digna de mención es que aquí abajo, en el cuello, se encuentran señales de lesiones anteriores, aunque de ninguna manera tan graves, pero llamativas en todo caso. —Les miró a los ojos—. ¿Saben algo sobre eso?
Matthew se adelantó.
—No, nada. —Þóra se mantuvo en silencio, aunque sospechaba cómo podrían haberse producido.
—Sin duda, no tienen relación con el crimen. Pero nunca se sabe. —El médico parecía contentarse con la respuesta de Matthew, por lo menos no volvió a insistir. Señaló la otra foto, que era también del cuello de Harald, pero muy ampliada—. Esta fotografía es muy buena, y en ella se ve cómo un trozo de metal, un cierre de cinturón más bien extraño o algún otro objeto desconocido que había en la ligadura utilizada penetró en el cuello del interfecto. Si miran esto atentamente, podrán ver que se parece a una pequeña daga… aunque puede haber sido algo completamente distinto; naturalmente esto no es un molde de yeso.
Þóra y Matthew estiraron la cabeza hacia la fotografía para ver mejor. El hombre tenía razón. En el cuello se apreciaba bien la huella de algún objeto. Comparándolo con una escala situada en la parte baja de la fotografía, parecía una pequeña daga o una cruz.
—¿Qué es esto? —preguntó Matthew, señalando unas heridas a ambos lados de la huella.
—Esa cosita parece haber estado rodeada por algo de bordes afilados, que al apretar raspó la piel. Más no puedo decir.
—¿Qué fue del cinturón, o lo que fuese? —preguntó Matthew—. ¿Lo encontraron?
—No —respondió el forense—. El atacante se deshizo de él. Sin duda pensó que en él podríamos encontrar ADN, huellas, o algo así.
—¿Y habrían podido? —preguntó Þóra.
El forense se encogió de hombros.
—¿Quién sabe? Por lo menos, está claro que si se encontrase ahora, tanto tiempo después del crimen, se podría ya obtener muy poco ADN. —Se aclaró la garganta—. Y hemos estimado la hora de la muerte. Es una cuestión muchísimo más técnica. —El médico hojeó el archivador y sacó varias hojas—. No sé hasta qué punto estarán familiarizados con los procedimientos, es decir, cómo lo médimos. —Miró a Þóra y a Matthew.
—Yo no sé nada —se apresuró a decir Þóra. Vio que sus palabras ponían nervioso a Matthew, que no dijo una sola palabra, pero a ella le dio igual.
—Entonces, seguramente lo mejor será que les explique brevemente de qué se trata, para que sean conscientes de que las conclusiones no son ni simples conjeturas ni demostraciones inalterables. Se trata solamente de una probabilidad, y la precisión de las conclusiones está en función de una serie de indicaciones o claves que es preciso reunir.
—¿Reunir? —preguntó Þóra.
—Sí, para elaborar esas medidas necesitamos reunir unas claves que se encuentran sobre el cadáver mismo o dentro de él, o en la proximidad o el entorno del lugar en el que fue encontrado. Nos valemos asimismo de ciertos datos sobre la vida del difunto, por ejemplo si se le había visto antes de la muerte, cuándo comió por última vez, qué costumbres tenía, etcétera. Esto es especialmente importante cuando se trata de muertes repentinas, como en este caso.
—Desde luego —dijo Þóra, dirigiendo al forense una sonrisa.
—Estas pistas o claves se utilizan de diversos modos para hallar la mejor aproximación a la hora en que se produjo la muerte.
—¿Y cómo? —preguntó Þóra.
El forense se reclinó en la silla, visiblemente satisfecho por el interés de la mujer.
—Los procedimientos son de dos tipos: por un lado se basan en medir las alteraciones del cuerpo, que se producen a una velocidad conocida, como por ejemplo el rigor mortis, la temperatura corporal y la putrefacción. Por otra parte hay procedimientos basados en la comparación de las indicaciones con puntos temporales conocidos: cuándo consumió el difunto los alimentos que tiene en el estómago, el punto en el que se encuentra la digestión, y cosas por el estilo.
—¿Cuándo murió? —Matthew fue directo al grano.
—A grandes preguntas… —respondió el médico, sonriendo—. Para continuar con lo que estaba diciendo, lo mejor es repasar primero los datos que utilizamos para establecer la hora de la muerte. No recuerdo si ya se lo he mencionado, pero cuanto menos tiempo haya transcurrido entre la muerte y el hallazgo del cuerpo, tanto más precisos serán esos datos. En este caso pasaron unas treinta y seis horas, lo que no está mal. Según la investigación de la policía, la última vez que Harald fue visto por un testigo independiente fue a las 23:42 horas de la noche del sábado, cuando pagó y despidió el taxi en la calle Hringbraut. Puede decirse que éste es el punto inicial del marco temporal dentro del cual tuvo lugar el posible momento de la muerte. El punto final de este marco, naturalmente, es el momento en que se descubrió el cadáver, esto es, a las 7:20 horas de la mañana del lunes 31 de octubre.
Calló y les miró. Þóra asintió con la cabeza para indicar que le seguía y que podía continuar. Matthew permanecía como una estatua.
—Cuando la policía llegó al lugar donde se había producido el hallazgo del cadáver, se midió la temperatura de éste y resultó ser la misma que la temperatura ambiente. Eso indicó que había transcurrido cierto tiempo desde el fallecimiento. La velocidad a la que se produce el enfriamiento depende de diversos factores: si la persona es delgada, por ejemplo, se produce más deprisa que si es gruesa, pues el descenso de temperatura por centímetro cuadrado es comparativamente mayor en una persona delgada. —El médico extendió las manos—. También influyen la ropa y los objetos que pueda llevar el cadáver, así como su posición y el movimiento del aire en el entorno y su fuerza, y otras cosas más. Los datos sobre todos estos asuntos son parte de las claves que mencioné antes.