—¿Y los ojos? —preguntó Matthew.
El forense carraspeó.
—Los ojos. Ese es otro misterio para el que no hallo explicación. Como bien sabe la familia, fueron extirpados tras la muerte de Harald, lo que es un cierto consuelo para los familiares, en mi opinión. Por qué se hizo tal cosa es algo que ignoro.
—Pero ¿cómo se le extraen los ojos a un cadáver? —dijo Þóra, que enseguida se arrepintió de su pregunta.
—Sin duda, puede hacerse de diversas formas —respondió el forense—. Pero parece que nuestro asesino utilizó para ello una herramienta lisa. Todas las huellas, o quizá mejor la ausencia de las mismas, parece, por lo menos, apuntar en esa dirección. —El médico empezó a repasar las fotos.
Þóra se apresuró a detenerlo.
—Le creemos, no tenemos ninguna duda. No necesitamos ver fotos.
Matthew la miró y sonrió. Era evidente que le divertía que todo aquello le resultase a Þóra tan desagradable, después de su conversación en el pasillo.
Aquella sonrisa la molestó y decidió demostrarle su temple.
—Dijo usted al principio que la autopsia había sido extraña e insólita. ¿A qué se refería?
El médico se inclinó hacia delante, parecía encantado. Evidentemente, estaba ansioso de hablar de aquello.
—No sé lo cercanos que estaban ustedes a Harald Guntlieb; quizá ya sabían todo esto. —Hurgó en el archivador y sacó varias fotos—. Esto es a lo que me refiero —dijo poniendo las fotos sobre la mesa, en frente de Þóra y Matthew.
Þóra necesitó un momento para darse cuenta de lo que estaba viendo, pero cuando lo comprendió fue incapaz de reprimir un escalofrío.
—Ah, vaya, ¿y qué es esto? —preguntó con un hilo de voz.
—Es normal que pregunte —respondió el médico—. Harald Guntlieb practicaba evidentemente la llamada body modification, transformaciones del propio cuerpo. Al principio pensamos que lo que tiene en la lengua era parte de las mutilaciones del crimen, pero luego comprobamos que se habían realizado cierto tiempo antes… esto es algo bastante más fuerte que los piercings en la lengua, tengo que reconocerlo.
Þóra miró una foto repulsiva tras otra. Sintió una violenta náusea y se levantó de la silla.
—Perdonen —dijo como pudo, con los dientes apretados, y sonrió hacia la puerta. Cuando salió al pasillo escuchó a Matthew decirle al médico con falso asombro:
—Qué raro, pero si ha parido dos niños.
Capítulo 7
En el Alþjóðahús no había demasiada gente. Þóra había elegido ese café porque allí se podía charlar con más calma que en casi cualquier otro local semejante del centro. Ella y Matthew podrían conversar sin preocuparse de si les oían los clientes de las mesas vecinas. Se sentaron en una mesa apartada. Sobre la superficie de mosaico de la mesa que los separaba descansaba el archivador amarillo con los informes de la autopsia, que el forense le había entregado a Matthew.
—Se sentirá mejor después de tomarse un café —dijo Matthew azorado, mirando hacia la puerta por la que acababa de salir la chica con la comanda.
—Me siento perfectamente —respondió Þóra cortante. Y en realidad era completamente cierto; la náusea que se había apoderado de ella en el despacho del médico había desaparecido. Salió de allí y se metió en un aseo que encontró en el pasillo, y consiguió recuperarse echándose agua fría en la cara. Siempre había sido bastante propensa a las náuseas y aquello le había hecho recondar lo mal que le sentaban los libros de estudio que su ex marido abría de par en par cuando estudiaba medicina. Y eso que las fotos de aquellos libros no eran ni la mitad de desagradables que las que había visto aquella misma mañana; quizá porque las de los libros eran en cierto modo impersonales. Añadió en un tono más suave—: No sé qué es lo que me ha pasado. Espero no haber molestado al doctor.
—No son fotos especialmente agradables —dijo Matthew—. Más exactamente, la mayoría son espantosas. No tiene que preocuparse lo más mínimo por el forense. Le dije que acababa de salir usted de una enfermedad que le producía vómitos, y que por eso no estaba en el mejor momento para mirar ese género de cosas.
Þóra asintió.
—¿Pero qué monstruosidad era todo aquello? Creía haberlo entendido casi todo, pero después de pensarlo un poco no estoy segura de haber captado el contenido de las fotos.
—Cuando usted salió estuvimos mirándolas una por una —dijo Matthew—. Y parece que Harald se hizo practicar toda clase de aberraciones en su propio cuerpo. Según el médico, las más antiguas son de hace unos años, pero las más recientes tienen escasos meses.
—¿Por qué lo hizo? —preguntó Þóra. Era incapaz de comprender lo que habría podido empujar a un joven a deformarse a sí mismo.
—Dios sabe por qué —respondió Matthew—. Harald no fue nunca una persona como las demás. Desde que conozco a la familia, siempre fue a remolque de algún grupo social marginal. Una vez eran los ecologistas, otra época un grupo opuesto a los países del G8. Cuando se volcó finalmente en la historia, pensé que por fin había encontrado su camino. —Dio un golpecito sobre la cubierta amarilla—. Por qué se dedicó a esto, está más allá de mi capacidad de comprensión.
Þóra no dijo nada mientras pensaba en las fotos y en el dolor que habría tenido que padecer Harald.
—¿Qué es eso exactamente? —preguntó; y añadió apresuradamente—: Puedo oírlo sin que me pase nada.
En ese momento llegó la chica con el café y los platos ligeros que habían encargado. Dieron las gracias y, en cuanto se fue, Matthew dijo:
—Eran cortes y otras intervenciones, de todo tipo. Lo que más me impactó fue su lengua. Seguramente se daría cuenta de que una de las fotos era de la boca de Harald. —Þóra asintió y Matthew continuó—. Se la hizo cortar en dos, digamos que se la dividió a lo largo. Sin duda quiso que se pareciese a la lengua de una serpiente, y he de reconocer que lo consiguió perfectamente.
—¿Podía hablar de forma natural después de hacerlo? —preguntó Þóra.
—Según el forense, es bastante probable que se le hubiera quedado un cierto deje extraño como consecuencia de ello, pero no podía afirmarlo con total seguridad. Además, conjeturaba que aquellas intervenciones no eran un caso aislado. Naturalmente, eran de lo más infrecuentes, pero Harald no era en absoluto un pionero en esas cosas.
—¿No se lo hizo él a sí mismo? ¿Quién practica intervenciones como ésta? —preguntó Þóra.
—El forense estimaba que se había hecho hacía bastante poco tiempo, porque aún no estaba cerrada por completo. No tenía ni idea de quien la había llevado a cabo, pero añadió que cualquiera que entendiese de anestésicos, lenguas y bisturís podría hacer esa operación en un momento. Mencionó médicos, enfermeras quirúrgicas y dentistas. Añadió que en realidad quien la practicara tendría que estar en posición de recetar antisépticos y analgésicos, o cuanto menos de tener acceso a ellos.