Aquel grupo siempre le había sacado de sus casillas. Harald parecía el peor, pero los demás no le iban demasiado a la zaga. Claro que lo importante era que su aspecto externo no les había deformado la inteligencia. Cuando se le metió entre ceja y ceja librarse de aquella estupidez que llamaban «sociedad histórica», expulsándolos de los locales de la facultad, revolvió Roma con Santiago y descubrió, con gran asombro, que algunos de ellos eran alumnos de sobresaliente.
Dejó caer la cortina y cogió el teléfono. Delante de él, sobre la mesa, estaba la tarjeta de la abogada… tenía que mantener buenas relaciones con ella y con el alemán si quería encontrar el documento que había robado Harald. ROBADO. Era inaguantable tener que hacer semejante papelón… creía conocer bien a aquel joven tan desagradable, y siempre hablaba de él con respeto. Y resulta que era un ladrón como una casa, para vergüenza de sí mismo y de todos los demás. Gunnar dejó el teléfono. Tenía que calmarse un poco: no podía llamar a aquella mujer en el estado de nervios en el que se encontraba. Respirar hondo y pensar en otra cosa. La beca Erasmus, por ejemplo. La solicitud ya había entrado y había bastantes opciones de que la aprobaran. Gunnar logró tranquilizarse. Levantó el teléfono y marcó el número que figuraba en la tarjeta.
—Þóra, buenos días, aquí Gunnar —dijo con toda la amabilidad de la que era capaz—. Respecto a los amigos de Harald… querían una reunión con ellos, ¿no?
Capítulo 21
Þora no había vuelto a ver personalmente un grupo tan peculiar desde que su hijo celebró su decimosexto cumpleaños. Y eso que los jóvenes que tenían delante Matthew y ella eran casi diez años mayores. Estaban todos sentados en unas posturas que demostraban que habían caído sobre el sofá del cielo (con excepción de la chica alta pelirroja), y se contemplaban los pies con gran interés. Después de recibir la llamada de Gunnar, aquella misma mañana, Þóra se puso en contacto con Bríet, y acudió a la reunión con el grupo, en compañía de Matthew. Bríet no se mostró precisamente feliz con la reunión, pero pese a todo aceptó a regañadientes convocar a sus amigos y celebrar una reunión a las once en algún sitio donde se pudiera fumar. En vista de que no había demasiado donde elegir, Þóra propuso realizar la reunión en casa de Harald. Aceptó tan a desgana como la reunión misma, pero a juzgar por el tenor de la breve conversación, Þóra vio con claridad que igual podría haberlos invitado a París: la reacción habría sido la misma. Matthew estaba encantado con la elección del lugar, pues pensaba que podría ponerles nerviosos y aumentar las probabilidades de que dijeran la verdad.
Mientras esperaban la llegada de los jóvenes, Þóra aprovechó la ocasión para enseñarle a Matthew la hoja manuscrita que salió del Martillo de las brujas. Dedicaron un tiempo a estudiarlo pero no llegaron a ninguna conclusión firme, aparte de que aquello de Innsbruck — 1485 estaba relacionado evidentemente con la llegada de Kramer a la ciudad y la supuesta carta antigua que tanto había interesado a Harald. En cuanto J. A, Þóra creía con bastante seguridad que se trataba del último obispo católico de Islandia, Jón Arason, y el año 1550 era la fecha de su ejecución. Pero no conseguía explicarse por qué Harald lo habría tachado. A lo más que llegaron era que debía de tratarse de una especie de repetición mental, por Harald, del viaje de algún objeto muy valioso. Matthew no sabía qué podía ser aquel Libro de visitas de la cruz: en la casa no se encontró ningún libro de visitas, que él supiera, ni tenía idea de que la policía se hubiese llevado uno en el registro domiciliario. El timbre de la puerta les impidió seguir con sus especulaciones sobre los garabatos de aquel papel.
Los jóvenes entraron en el salón del apartamento de Harald, se sentaron todos en los dos sofás y Þóra y Matthew se instalaron en las butacas enfrente de ellos. Þóra había hecho acopio de ceniceros y el aire del salón ya estaba atestado de humo.
—¿Y qué queréis de nosotros? —preguntó la chica pelirroja, Marta Mist. Sus amigos la miraron, contentos de que uno de ellos se hubiera hecho cargo del papel de líder atrayendo la atención hacia sí. Siguieron fumando.
—Sólo queríamos charlar con vosotros sobre Harald —respondió Þóra—. Como sabéis, hemos intentado varias veces tener una reunión con vosotros, pero sin éxito.
Marta Mist pareció recibir aquellas palabras con indiferencia.
—Estamos muy ocupados en la universidad y tenemos demasiadas cosas que hacer como para ponernos a charlar con unas personas que no conocemos de nada y con las que no tenemos nada que ver. De modo que nada nos obliga a hablar con vosotros. Ya le dimos toda la información a la policía.
—Sí, claro, magnífico —dijo Þóra intentando que no la pusiera nerviosa la chica aquella, bueno, el grupo entero—. Os estamos muy agradecidos por renunciar a algo de vuestro tiempo para venir a vernos, y prometemos no entreteneros mucho. Como sabéis, estamos investigando el asesinato de Harald por encargo de su familia en Alemania, y entendemos que sois vosotros quienes más trato tuvisteis con él.
—Pues eso no lo sé; sí que le tratábamos bastante, pero de lo que hacía el resto del tiempo no tenemos ni idea —respondió Marta Mist, y Bríet asintió ton la cabeza en muestra de acuerdo. Los hombres se limitaron a estudiarse las palmas de las manos.
—Hablas como si fuerais una sola persona —dijo Matthew—. Hemos charlado con Hugi Þórisson, al que, naturalmente, todos conocéis, y según él eras tú, Halldór, el más cercano a Harald… le ayudabas con traducciones y demás. —Se dirigió a Dóri, que estaba sentado pegado a Marta Mist—. ¿No es así?
Dóri levantó los ojos.
—Sí, sí, íbamos juntos bastante. Harald tenía problemas con los documentos islandeses y eso, y yo le echaba una mano. Eramos buenos colegas. —Se encogió de hombros para dar a entender que su amistad había sido de lo más normal.
—También eres buen colega de Hugi, ¿no? —preguntó Þóra.
—Claro que sí. Somos amigos desde la infancia —dijo Dóri mirando al suelo. Dejó que el flequillo le cayera sobre los ojos con un rápido movimiento de la cabeza, para evitar el contacto ocular.
—Entonces está completamente en tu propio interés que podamos aclarar lo que sucedió. Un amigo tuyo ha sido asesinado y otro amigo es sospechoso del asesinato. Habría que pensar que tendrías que estar ansioso de poder ayudarnos. ¿No es cierto? —Matthew sonrió a Dóri, pero la sonrisa no llegó hasta sus ojos. Miró a los otros jóvenes—. Y vosotros… naturalmente, lo mismo puede decirse de vosotros, ¿o no?
Todos los del grupo indicaron su conformidad musitando «sí, claro» hacia el cuello de sus camisas, o con una inclinación de cabeza.
—Bien. —Matthew se golpeó el muslo—. Pues ya estamos listos. Excepto en lo referente a por dónde empezar, claro. —Miró a Þóra—. Þóra, ¿quizá querrías romper tú el hielo?
Ella sonrió y se volvió hacia los jóvenes.
—¿Qué tal si nos contáis cuándo conocisteis a Harald y cómo se creó esta sociedad vuestra para estudios de magia? Todo ese asunto nos resulta de lo más misterioso.