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El grupo miró a Marta Mist con la esperanza de que fuera la primera en hablar. Pero ella envió la pregunta a Dóri con un codazo que a Þóra le pareció innecesariamente violento. Éste hizo una mueca pero respondió.

—¿Cómo nos conocimos? La primera vez que vi a Harald fue con Hugi, el año pasado. Se habían citado en un bar del centro. Me pareció simpático y muy distinto a Hugi, y a partir de entonces empezamos a tratarnos como de lo más normal. Salíamos a comer y de bares y a conciertos y cosas de ésas. Harald nos pregunto un día si nos apetecía entrar en una asociación que estaba intentando crear y le dijimos que sí. Así nos conocimos.

Marta Mist tomó la palabra.

—Yo entré en la asociación a través de Bríet. Ella había conocido a Harald en la uni y quería que fuese con ella para ver de qué iba el rollo. —Bríet asintió en señal de conformidad.

—¿Y vosotros? —Þóra se dirigió ahora a Andri y Brjánn, que estaban sentados uno al lado del otro, fumando.

—¿Nosotros? —preguntó Andri pesadamente, atragántandose con el humo que había olvidado echar.

—Sí —respondió Þóra—. Vosotros dos. —Se dirigió a ellos dos para que no cupiese la menor duda. Brjánn levantó el guante.

—Yo estoy en Historia y conocí la asociación de la misma forma que Bríet… antes había charlado un par de veces con Harald y me invitó a participar. Yo metí a Andri en el invento ese. —El mencionado Andri se limitó a sonreír como un tonto.

—¿Y de qué iba la asociación, si no os importa que lo pregunte. Teníamos entendido, por lo que contó Hugi, que se trataba más que nada de orgías… disfrazadas de reuniones de interesados en magia.

Los tres chicos sonrieron como idiotas, pero Marta Mist puso muy mala cara antes de decir, ofendida:

—¿Orgías? No iba de orgías. Estábamos estudiando magia y la cultura de la brujería del pasado. No son estudios tan extraños, a fin de cuentas, y son realmente interesantes. Que acabáramos las reuniones con un poco de diversión no afecta al asunto, Hugi sigue tan fuera de onda como el primer día. Era un completo inútil en todo lo referente a la asociación. —Se echó hacia atrás y cruzó los brazos. La cara de enfado seguía en su sitio. Clavó los ojos en Matthew y Þóra, irritada—. Naturalmente, vosotros no tenéis ni idea de qué es eso, como les pasa a los demás… seguro que pensáis que nos dedicábamos a descabezar gallinas y a clavar alfileres en muñecos que nos hacíamos nosotros mismos.

—¿Y no querríais enseñarnos la verdad de la brujería? —preguntó Matthew.

Marta Mist soltó un profundo suspiro.

—No me da la gana hacer de profesora. Os basta con comprender que la magia no es nada más que un intento de la gente para gobernar sus propias vidas con independencia… por lo menos, con independencia a ojos de sus contemporáneos. En su época, era de lo más normal. Consistía principalmente en realizar ciertas acciones para que las cosas sucedieran en provecho de uno… a veces a costa de otros, a veces no. Mi opinión es que cuando se llega a sentir la necesidad de practicar la magia, se da un paso en dirección a una meta determinada, lo que hace crecer la determinación de la persona por lograrla, y eso mismo facilita su consecución.

—¿Puedes darme un ejemplo de uno de esos objetivos? —preguntó Þóra.

—Conseguir el amor de alguien o mayor riqueza; curar, hacer daño a un enemigo. En realidad no son objetivos. La mayoría de las brujerías antiguas tienen que ver, naturalmente, con las necesidades fundamentales: la vida no era tan fácil ni variada como ahora.

Þóra se permitió no estar de acuerdo, después de haber leído el Malleus Maleficarum. En su opinión, era pura cuestión de supervivencia en un sistema judicial que alteraba y transformaba las reglas del juego según el capricho de las autoridades represoras.

—¿Y qué se usa para practicar los conjuros? —preguntó, añadiendo para fastidiar a Marta—: ¿Aparte de gallinas cojas y muñecos artesanales?

—Muy graciosa —dijo Marta Mist, aunque sin dejar escapar sonrisa alguna—. En Islandia eran sobre todo los signos mágicos… aunque, muchas veces, para poder completar el encantamiento hacía falta algo más que grabarlos o dibujarlos. Los signos mágicos se conocen también en otras partes de Europa y se les puede aplicar lo mismo que a los islandeses: con frecuencia era necesario algo más que simplemente dibujarlos.

—¿Como qué? —preguntó Matthew.

—Pronunciar encantamientos, reunir huesos de animales, huesos de persona, pelo de una virgen. Algo por el estilo. Nada serio —respondió Marta Mist con voz gélida.

—Eso, y a veces partes del cuerpo de personas muertas —interrumpió Bríet. Aquello produjo el silencio en el grupo. Enrojeció y se quedó en total silencio.

—¿Y? —pregunto Matthew con falso asombro—. ¿Cómo cuáles? ¿Manos? ¿Pelo? —Soltó una risita en medio de la lista—. ¿O quizá ojos?

Nadie dijo nada hasta que Marta Mist se aventuró a responder.

—Yo nunca he leído de ningún conjuro que necesitase ojos… excepto ojos de animales.

—¿Y los demás? ¿Conocéis algún conjuro que los exija? —preguntó Matthew.

Ninguno dijo nada, pero todos sacudieron la cabeza.

—No —dejó escapar Brjánn.

—¿Y dedos de la mano? —se apresuró a añadir Þóra—. ¿Habéis leído, o practicado, algún conjuro en el que se tuvieran que usar dedos?

—No. —La voz de Dóri era decidida y se apartó el pelo de los ojos para poder apoyar su argumento mirando a los ojos a Þóra y Matthew—. Lo mejor es que quede bien claro que nosotros no nos hemos dedicado a practicar ninguna clase de magia que necesitara partes del cuerpo humano. Sé lo que estáis queriendo dar a entender, y es total y absolutamente absurdo. Nosotros no matamos a Harald… eso podéis descartarlo desde ya. La policía comprobó lo que estábamos haciendo cada uno de nosotros, y les quedó bien claro. —Dóri se echó hacia delante para coger un cigarrillo de uno de los paquetes que había sobre la mesa. Lo encendió, dio una profunda calada y fue echando el humo despacio.

—¿De modo que fue Hugi quien le mató? —preguntó Þóra—. ¿Es eso lo que estás diciendo?

—No, yo no he dicho nada por el estilo. No te inventes cosas —dijo Dóri, su vez delataba su nerviosismo. Se echaba hacia delante de nuevo para decir algo más, pero Marta Mist extendió el brazo y lo empujó hacia el respaldo del sofá.

Tomó la palabra, aunque más tranquila que Halldór.

—No sé dónde estudiaste lógica, pero que nosotros no matáramos a Harald no significa automáticamente que fuese Hugi quien lo hiciera. Lo único que ha dicho Dóri es que nosotros no matamos a Harald. Punto. —Ahora le llegó a Marta Mist el turno de reclinarse en el sofá. Sacó el cigarrillo de entre los dedos de Dóri, dio una chupada y lo devolvió a su lugar. En el rostro de Bríet se vio brotar la rabia; aquella muestra más que evidente de amistad íntima la había alterado.

—Hugi no le mato. Él no es así —farfulló Dóri con gesto de enfado. Apoyó el brazo en Marta Mist y se inclinó sobre la mesita para tirar la ceniza del cigarrillo.

—¿Y tú? ¿Eres tú así? Si no recuerdo mal, no tenías una coartada tan buena como tus amigos. —Matthew miró fijamente a Dóri esperando su reacción.

Ésta no se hizo esperar. La voz de Dóri se hizo más grave por la ira y cuando empezó a hablar avanzó hasta el borde del sofá… acercándose a Matthew tanto como podía sin llegar a caerse.

—Harald era amigo mío. Un buen amigo. Hizo muchísimo por mí, y yo por él. Yo no le he matado. No. Estáis más perdidos que la policía y tú no tienes ni puta idea de lo que estás insinuando —añadió énfasis a sus palabras apuntando a Matthew con su cigarrillo encendido.