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—Esto está perfectamente así. Esta cena no es muy habitual pero tampoco lo es el horario, de modo que todo está bien. —Sonrió a los chicos, que se estaban poniendo aquella mezcolanza en sus platos.

Þóra miró el reloj y vio que sólo eran las tres… evidentemente, estaba completamente descolocada. Hizo un esfuerzo por sonreír.

—Estoy un tanto perdida, quizá dentro de un año vuelva a estar normal. Entonces volveré a invitarte a cenar.

—No, no, no te preocupes. Prefiero ser yo el que te invite a comer —dijo Matthew, que dio un mordisco al pan sueco, sin ponerle nada encima—. Exquisito —proclamó con un esbozo de sonrisa.

Nadie terminó su plato, y el cubo de la basura se llenó de restos cuando acabaron de comer. Sóley pidió permiso para ir a visitae a su amiga Kristína y Þóra se lo concedió sin plantear la menol objeción. En cuanto a Gylfi, se encerró en su cuarto, diciendo que iba a conectarse a internet. Þóra confió en que no fuera a entrar en páginas que trataran del cuidado de bebés. Cuando viera en qué consistía aquello realmente, se le caería el alma a los pies, sin duda alguna. Cuando se quedaron solos, Þóra y Matthew pasaron al salón y se sentaron. Había preparado café, y se lo llevaron para tomarlo allí.

—Bueno, vaya —dijo Matthew, apurado—. No te entretendré mucho. ¿Las abuelitas no tienen que tumbarse un rato después de comer?

Þóra dejó escapar un bufido.

—Lo que a esta abuelita le apetece de verdad es un gintonic. —Pero se contentó con un sorbo de café—. Los dos sabemos perfectamente las consecuencias que eso podría traer, de modo que prefiero dejarlo por el momento. —Le sonrió y las mejillas se le ruborizaron un poco—. Estoy lista para oír lo que dijo el hombre del Museo de Brujería. —Volvió a reclinarse en el respaldo del sofá y se sentó sobre las piernas.

Matthew sacó un papel y lo desplegó sobre la mesita.

—Llamó Þorgrímur, que acababa de contactar con el tal Páll, aquel que lo sabía todo. Dicho en pocas palabras, se había empollado todo lo que se puede saber sobre ese símbolo mágico… ¿sabes por qué?

Þóra sacudió la cabeza. Vio que Matthew se esperaba una reacción algo más participativa, así que respondió:

—No lo sé… ¿porque es muy listo?

—No. O sí, a lo mejor lo es. Pero si sabía todo lo sabido y por saber sobre dicho signo era porque no había podido olvidar cómo se emocionó Harald cuando habló con él.

—¿O sea que Harald habló con él de modo especial sobre ese signo en particular? —preguntó Þóra.

—Sí y no. Inicialmente se puso en contacto con Páll por los signos mágicos en general, buscaba información sobre signos que, por ejemplo, no estuviesen catalogados. Después, Harald empezó a preguntar sobre el libro islandés de brujería que estuvimos mirando tú y yo en el museo. Páll le explicó los principales conjuros del libro y, según parece, hubo uno que despertó de modo muy especial el interés de Harald: uno que se considera un tanto repulsivo aunque está clasificado temáticamente entre los conjuros amorosos. Lo cierto es que preguntó si no lo habíamos visto nosotros; los papeles que estuvimos viendo nosotros en la exposición mostraban el principio de ese conjuro… aunque había mucho más en el folio siguiente, que no estaba a la vista. Adivina qué conjuro es.

—¿Le quitas los ojos a un muerto y haces algo con ellos? —respondió Þóra esperanzada.

—No, desde luego que no, pero no por eso deja de tener importancia. Si no comprendí mal al buen hombre, ese conjuro amoroso se practica para conseguir que una mujer deposite su amor en uno… como es obvio, vamos. Para ello es preciso excavar en el suelo un agujero, sobre el que tiene que caminar la mujer, y poner en el agujero sangre de serpiente y escribir el nombre de la susodicha juntamente con varios signos mágicos. Finalmente se procede a recitar el sortilegio, que es exactamente el mismo que fue enviado a la madre de Harald. —Matthew sonrió orgulloso.

—¿El poema aquel, quieres decir? —preguntó Þóra.

—Exactamente —respondió él—. Y eso no es lo único. El Páll este dijo que Harald había mostrado un interés desproporcionado por aquel conjuro, y discutieron hasta los menores detalles… si servía únicamente para atraer a una amante, o si era válido también para otros tipos de amor, si el agujero tenía que hacerse en la tierra, y así sucesivamente. Esto dio lugar a una charla sobre el signo escrito en el margen del conjuro. —Matthew hizo una breve pausa.

—¿Y qué? —preguntó Þóra con impaciencia.

—Pues resulta que el signo del margen es desconocido, aunque recuerda a un antiguo símbolo mágico nórdico que es signo de venganza. Lo único que se parece, en realidad, es una raya del brazo superior. El signo nórdico sólo se conoce por un fragmento de manuscrito, en el cual falta por completo el sortilegio. Solamente se conserva una descripción de lo que es preciso hacer, como primera línea del sortilegio, que es: Yo te miro: el mismo principio del conjuro amoroso. Páll consideraba probable que el propietario del libro hubiese escrito el signo al lado del conjuro amoroso, pues el mismo sortilegio servía para ambos, ya fuese porque lo sabía con seguridad o sencillamente porque pensaba que correspondía al sortilegio, al comenzar de la misma forma. Páll señaló además que era probable que el libro hubiese sido escrito por cuatro hombres distintos, tres de ellos islandeses y el otro danés, y bien habría podido ser este último quien escribiera el signo al lado del conjuro, por las razones mencionadas. Me explicó también que aquel conjuro nórdico parecía más macabro que todos los demás, y no estaba claro cuál era su origen, aunque el texto que lo acompañaba en el fragmento de manuscrito era danés. El manuscrito es propiedad privada, pero se ha datado y se considera que procede del siglo XVI, mientras que se tiende a pensar que el libro islandés de magia fue escrito hacia 1650.

—¿En qué sentido es ese signo más macabro que los otros? —inquirió la abogada.

—Más tenebroso sería quizá una expresión mejor, o más sombrío. Lo que quería decir el hombre este es que la función del signo es simplemente causar daño a otros. Quien se lo hace grabar sobre sí mismo una vez muerto podrá acosar a la persona que le perjudicó en vida, estar siempre a su lado desde la tumba y recordarle permanente su conducta hacia el difunto, y al final la pena por su pérdida acaba por conducir a la persona a su perdición. Y fíjate… para realizarlo es precisa una parte del cuerpo que, sin duda, serás capaz de adivinar.

—Los ojos —dijo Þóra convencida.

Matthew movió la cabeza en señal de asentimiento.

—Pero espera un poco más. Cuando Páll le explicó el conjuro a Harald, éste se puso de lo más nervioso y se empeñó en que le explicara exactamente cómo se llevaba a cabo el conjuro. Páll se lo explicó todo por teléfono y luego le envió una copia escaneada de la descripción del conjuro y del manuscrito en el que estaba.

—Sí. ¿Y qué más? —masculló ella, impaciente.

—Pues simplemente funciona de la siguiente forma: quien desea buscar venganza hace un contrato con otra persona para que lleve a cabo el conjuro tras su muerte. Más o menos como aquello de las calzas de muerto. En el contrato tienen que escribir el signo sobre un trozo de piel, para lo cual han de utilizar una mezcla de sangre de los dos y de un cuervo. No basta sólo con unas cuantas gotas, porque debajo del signo hay que escribir que X promete llevar a cabo el conjuro para Y, y entonces X e Y deben confirmarlo escribiendo sus propios nombres. —Matthew tomó un sorbo de café antes de continuar—. Y ahora viene lo mejor: tras la muerte de Y, X grabará el signo en el cuerpo y sacará de él suficiente cantidad de sangre para poder escribir con ella y (de nada, fue un placer) extraerá los ojos del cadáver.