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—Bien, cuanto antes saque de aquí todo lo que recuerde a Harald y a todas estas complicaciones, tanto mejor. No han sido unos días nada agradables, en absoluto, para mí y para mi marido, desde que se cometió el crimen. Y además les rogaría que se pusiesen en contacto con la familia de él y les comunicasen que me encantaría que la vivienda pudiese quedar libre lo antes posible. Cuanto antes pueda olvidarme de todo esto, antes me podré tranquilizar. —Puso sus delgadas manos sobre la mesa de la cocina y miró fijamente sus dedos llenos de anillos—. No es que no me llevara bien con Harald, personalmente. No me vayan a malinterpretar.

—No, no —dijo Þóra con voz afable—. Puedo imaginarme que todo esto habrá sido cualquier cosa menos divertido. —Acompañó sus palabras con un esbozo de sonrisa—. Y ya para terminar, querría preguntarle si llegó a conocer a los amigos de Harald… si les vio o les oyó.

—¿Es una broma? —preguntó la mujer con repentina brusquedad—. ¿Que si les oí? A veces armaban tanto barullo como si estuvieran dentro de mi propia casa.

—¿Qué clase de barullo? —preguntó Þóra con prudencia—. ¿Discusiones? ¿Gritos?

La mujer resopló.

—Principalmente era música a todo meter. Si eso se puede llamar música. Luego había golpetazos a hora y a deshora, como si estuvieran dando zapatazos en el suelo o saltando. Algunos alaridos y gritos y chillidos… muchas veces tuve la sensación de que igual podía haber alquilado el piso para que se dedicaran a domar caballos.

—¿Y por qué siguió teniéndole como inquilino? —intervino Matthew, que se había mantenido al margen durante casi toda la conversación—. Si no recuerdo mal, en el contrato de alquiler había una cláusula sobre el comportamiento y se establecía que se podía romper por incumplimiento de la misma.

La mujer enrojeció sin que Þóra comprendiese muy bien por qué.

—Me caía bien, supongo que por eso. Pagaba puntualmente el alquiler y aparte de esas cosas era un inquilino magnífico.

—¿Quizá eran sobre todo sus amigos los causantes del ruido? —preguntó Þóra.

—Sí, seguramente se puede decir que sí —respondió la mujer—. Por lo menos aumentaba cuando estaban de visita. Harald tenía la costumbre de poner la música muy alta y de hacer ruido al caminar, o algo así… Cuando recibía a sus amigos, el barullo crecía muchísimo.

—¿Alguna vez presenció una discusión violenta o una pelea entre Harald y esos amigos suyos? —preguntó Potra.

—No, no puedo decir que viera nada de eso. En su momento, la policía preguntó lo mismo. Lo único que recuerdo fue una pelotera, una riña, entre Harald y una chica. Pero no me fijé demasiado, estaba ocupada preparando el pastel de Navidad. No es que estuviera yo también allí, con ellos, qué va; sólo les oí al pasar. —La voz se le fue apagando. Sin que se lo pidieran, les había enseñado el lavadero, les había explicado cómo y dónde había encontrado la caja. El cuarto daba al interior y no se podía pensar que hubiera pasado por allí, a menos que hubiera entrado ex profeso. La mujer se había puesto en evidencia y Þóra intentó hallar alguna forma de darle la oportunidad de que les contara lo que había oído… sin tener que reconocer que había pegado el oído a la puerta.

—¡Oh! —suspiró con su mejor espíritu de colaboración—. Yo también viví en un piso en el que la puerta del espacio común daba a mi vivienda, y no había forma. En cuanto había alguien allí, se oía prácticamente todo. Me resultaba insoportable.

—Sí —dijo la mujer, vacilante—. Harald solía ir solo al lavadero… así que bien. No sé si aquella chica le estaba ayudando con la colada o si simplemente le acompañó y estaban ya de malas. Era por culpa de un documento desaparecido, si no recuerdo mal. A lo mejor era ése —La mujer señaló con la barbilla en dirección a la carta antigua—. Harald le pedía que dejara en paz el tema; al principio muy tranquilamente, pero se fue calentando cuando ella insistió en que la apoyara. No hacía más que repetir que aquello podría ser un empujón maravilloso para la carrera… significara eso lo que significara. No oí nada más, porque fue sólo de pasada, como les he dicho.

—¿Reconoció la voz de la chica? ¿Podía haber sido una chica rubia, menudita, que formaba parte de su grupo de amigos? —preguntó Þóra, esperanzada.

—No, no la reconocí—dijo la mujer, nuevamente con hosquedad—. Había dos que venían por aquí, sobre todo una alta y pelirroja y luego la que acaba de describir usted. Las dos tenían en común la pinta como de putas reclutadas a toda prisa en el ejército… con pinturas de guerra y ropas de camuflaje completamente deformes. Ambas carecían del más mínimo atractivo y eras unas maleducadas. Puedo asegurarles que ni siquiera me saludaban, aunque nos encontrábamos bastantes veces. Por eso nunca les oí la voz.

Aunque Þóra estaba de acuerdo con la mujer en que Bríet y Marta Mist eran bastante maleducadas, no se podía decir precisamente que careciesen de atractivo. Estaba empezando a sospechar que la mujer podía estar enamorada de Harald y por eso le molestaban tanto sus amigas. Cosas más raras pasan. Intentó que no se le notara.

—Bueno, en todo caso, no importa demasiado. Sin duda, eso no tiene ninguna relación con el caso. —Se dispuso a levantarse y cogió la carta—. De nuevo, muchísimas gracias, y transmitiré inmediatamente sus deseos en lo referente al apartamento.

Matthew también se levantó y le dio la mano a la señora. La miró sonriente, y ella le devolvió la sonrisa, aunque no parecía tenerlas todas consigo.

—¿No le interesaría a usted quedarse con el apartamento? —preguntó la mujer, que puso su mano izquierda sobre la de Matthew, de lo más afable.

—Sí, no, sólo estoy temporalmente en este país —dijo él con apuro, intentando pensar cómo recuperar la mano.

—En último caso, siempre podrías vivir en casa de Bella —intervino Þóra con una sonrisita perversa. Matthew le envió una mirada asesina que sólo se suavizó cuando la mujer le soltó la mano.

—Tú le das el documento —dijo Þóra, intentando pasarle a Matthew el grueso sobre. La mujer se lo había traído cuando se estaban marchando… para evitar mayores daños al documento. Si servía de algo ya.

—De eso ni hablar —se quejó Matthew apretando contra el cuerpo los brazos cruzados—. Tuya fue la idea y yo pienso limitarme a sentarme con vosotros y ver lo que pasa… y a darle un pañuelo al buen hombre si se echa a llorar cuando le des ese papelucho roto.

—No me sentía así desde que acababa de sacarme el carné de conducir y le di por detrás al coche del vecino —dijo Þóra mientras esperaban. Les habían dicho que se sentaran, señalando que Gunnar estaba a punto de volver de clase. No había nada que hacer entretanto, así que Þóra se reclinó en el respaldo de la silla—. Y ni siquiera es que haya sido yo quien rompió la carta.

—Pero eres tú a quien le toca comunicarle la noticia —dijo Matthew, mirando el reloj—. ¿Es que no va a llegar nunca? Tengo que comer antes de que vayas tú a hablar con Amelia. ¿Seguro, seguro, que el día de descanso de la hostelería dura sólo hasta mediodía?

—No tardaremos mucho, no te preocupes. Te habrás ido a comer antes de que puedas darte cuenta. —Escuchó unos pasos que se acercaban desde el final del pasillo y levantó la vista. Era Gunnar, que caminaba rápidamente hacia ellos. Cargaba un montón de papeles y libros en los brazos y pareció asombrado de verles.

—Buenos días —dijo mientras trataba de sacar del bolsillo la llave del despacho—. ¿Han venido a verme a mí?

Matthew y Þóra se levantaron.