—Comprendo —dijo Þóra; miró decidida a Gunnar y añadió—: Perdone que se lo pregunte, pero ¿cómo se le ocurrió a Bríet semejante idea?
—Como les he dicho, se habían producido ciertos errores en la catalogación. Según el catálogo, yo fui la última persona que pudo estudiar la carta, aunque nunca la he tenido en mis manos. Quizá alguna otra persona utilizó mi nombre, o la signatura se confundió. Brynjólfur Sveinsson no me interesa, y jamás se me habría pasado por la cabeza buscar documentos relacionados con él. Lo que hizo aún más desdichado este asunto fue que la chica intentó aprovechar la ocasión para facilitarle las cosas en los estudios. Con toda desfachatez, me dijo que callaría si le echaba una manita, por repetir su vulgar expresión. Hablé del asunto con Harald y él me prometió quitarle aquella locura de la cabeza. Me puse en contacto con un amigo mío del Archivo Nacional y le expresé mi deseo de que investigaran el asunto. No quiero que ninguna mocosa se crea con derecho a insubordinárseme. Pero no pudieron encontrar nada en todo este tiempo, y ya ha transcurrido alrededor de un año. Al final reconocieron que debía de haber sido un error por su parte, la carta habría acabado confundida con otros documentos y acabaría por aparecer más pronto o más tarde. Bríet tuvo el seso suficiente para no volver a hablarme del tema.
—¿Y qué carta era ésa? —preguntó Þóra—. Quiero decir, ¿de qué trataba?
—La carta fue escrita en el ano 1702 y era de uno de los sacerdotes de Skálholt, e iba dirigida a Árni Magnússon. Sería la respuesta a una solicitud de Árni acerca del paradero de los manuscritos extranjeros propiedad de Brynjólfur Sveinsson, que había muerto unos años antes, en 1675. No hay duda alguna de que la carta estaba en la biblioteca. Muchos la recuerdan, además. A todos les pareció bastante extraño.
—¿Nada más? —inquirió Þóra—. ¿Nada sobre manuscritos que hubieran podido estar escondidos, o sobre intentos de sacarlos de Skálholt?
Gunnar la miró con gesto pensativo.
—¿Por qué pregunta, si conoce la respuesta?
—¿Qué quiere decir? —preguntó Þóra extrañada—. Yo no sé nada sobre esa carta, aparte de lo que acaba de decirnos. —Sus ojos volvieron a dirigirse al alfiler de corbata de Gunnar. ¿Qué demonios pasaba con aquel alfiler que tanto la irritaba? ¿Y qué cosa rara pasaba con aquel hombre?
—Extraña casualidad —dijo el decano secamente. Evidentemente, estaba convencido de que sabían más de lo que en realidad sabían—. Podemos seguir jugando a los despropósitos, si quieren. En la carta hay unas expresiones que se resisten a la interpretación, un texto bastante oscuro sobre la protección de unos tesoros contra el gobernador danés y su depósito donde la cruz antigua. La mayoría coincide en que se refiere a la santa cruz de la iglesia de Kaðlanes, que fue retirada de allí en la Reforma a causa de la prohibición de las reliquias.
—Sabe usted muchísimo sobre esa carta —dijo Matthew, que intervenía por primera vez—. Teniendo en cuenta que nunca la ha visto.
—Naturalmente me informé al respecto cuando se me quiso imputar aquel error —replicó Gunnar al momento—. La carta es bien conocida entre los historiadores, y varios de ellos escribieron interesantes artículos al respecto.
Þóra volvió a clavar los ojos en la corbata, como por aburrimiento. Era un alfiler nada corriente, de forma bastante irregular y, al parecer, de plata.
—¿Dónde consiguió ese alfiler de corbata? —preguntó, como si fuera tonta, señalando la corbata azul ribeteada de cuero.
Gunnar y Matthew la miraron extrañados. Gunnar cogió la corbata y miró el alfiler. Luego la soltó otra vez y volvió a mirar a Þóra.
—Tengo que reconocer que ya no sé adonde va nuestra conversación. Pero, ya que tanto parece interesarle, le diré que fue un regalo en mi quincuagésimo cumpleaños. —Se puso en pie—. Creo que no tiene sentido alguno continuar esta conversación… no tengo especial interés en hablar sobre mí mismo. Me espera una reunión muy poco agradable con María, la presidenta del Instituto Árni Magnússon, y no puedo seguir perdiendo el tiempo con estas tonterías. Les deseo, sinceramente, el mayor éxito en su investigación, pero confío en que no pierdan de vista el hecho de que el pasado no afecta en lo más mínimo al asesinato de Harald.
Les acompañó a la puerta.
Capítulo 33
Matthew miró a Þóra y sacudió la cabeza. Estaban en la entrada del Árnagarður.
—¡Qué amabilidad la tuya!
—¿No viste el alfiler? —preguntó Þóra muy excitada—. Era una espada. El alfiler de corbata consistía en una placa de plata sobre la que había una espada de plata que cruzaba la corbata. ¿No la viste?
—Claro que la vi. ¿Y qué? —dijo Matthew.
—¿No recuerdas la foto del cuello de Harald? ¿La señal que parecía una daga o una cruz? ¿Qué había dicho el forense? Esto parece una pequeña daga… pero hay algo más, porque la piel se ha rajado por la fricción de ese objeto, pero demasiado superficialmente para que esta daga, o lo que sea, haya podido causarlo.
—Sí, es verdad —respondió Matthew—. Ya comprendo adonde quieres llegar. Pero no estoy nada seguro de que se trate del mismo objeto. Las fotos no eran suficientemente claras —suspiró—. Ese hombre es historiador. La espada vikinga del alfiler de corbata está claramente relacionada con su principal especialidad, la colonización de Islandia. Yo no le buscaría tres pies al gato en ese asunto. A mí la herida me pareció más parecida a una cruz. —Sonrió—. A lo mejor, quien mató a Harald fue un cura psicótico.
Þóra estaba nerviosa. Sacó su móvil.
—Quiero hablar con la Bríet esa. En todo esto hay algo rarísimo.
Matthew agitó la cabeza pero Þóra no le hizo caso. Bríet contestó a la cuarta llamada, furiosa. Cuando Þóra le comunicó la detención de Dóri, la chica se sosegó y aceptó reunirse con ellos en la cafetería que había al lado de la biblioteca, en un cuarto de hora. Matthew no hacía más que refunfuñar y poner mala cara, pero cuando Þóra le dijo que allí podría comprar algo para comer, aceptó encantado. Estaba engullendo una pizza cuando apareció Bríet.
—¿Qué le ha dicho Dóri a la policía? —preguntó con voz temblorosa mientras se sentaba a la mesa.
—Nada —respondió Þóra—. Todavía. Pero a mí sí que me ha contado algunas cosillas acerca de aquella noche y de vuestro papel en lo que sucedió. No me extrañaría que antes de que pase mucho tiempo contara más cosas. Sostiene que fuiste tú quien mató a Harald.
El color desapareció del rostro de la chica.
—¿Yo? —preguntó asombrada—. ¡Cómo le voy a haber matado yo!
—Él dice que desapareciste de la panda esa noche y que te comportaste de forma muy extraña cuando encontrasteis el cuerpo… que no parecías tú.
Bríet abrió mucho la boca y se quedó así un momento, paralizada, hasta que volvió a hablar.
—Me perdí veinte minutos… como mucho. Y me quedé hecha polvo cuando encontramos el cuerpo. Ni siquiera podía pensar. No digamos hablar.
—¿Adonde fuiste? —preguntó Matthew.
Bríet le sonrió con ambigüedad.
—¿Yo? Estuve en el baño con un viejo amigo mío. Él puede confirmarlo.
—¿Durante veinte minutos? —preguntó Matthew como dudando.
—Sí. ¿Y? ¿Quieres saber lo que hicimos?
—No —la interrumpió Þóra—. Nos hacemos idea.
—¿Y qué queréis de mí? Yo no maté a Harald. Me limité a estar al lado de Dóri mientras se encargaba del cuerpo. El único que se va a ver metido en un buen lío si Dóri se lo cuenta a la policía es Andri. Él le ayudó. Yo no toqué a Harald. —Con aquello, Bríet intentaba darse ánimos a sí misma, pero no pareció darle muy buenos resultados.